Latinoamérica
04 de noviembre del 2016

Si Antoine d’Agata (Marsella, Francia, 1961) no logra que su exposición esté lista antes de que lleguen los invitados, no sería la primera vez que le sucede. Le pasó también en su primera exhibición en París en el 2003 cuando colgó 1001 pequeñas fotografías que tapizaron los muros de la galería Vu. Las personas que entraban para ver su obra terminaron ayudándolo a instalar sus últimas piezas.

Veinticuatro horas antes de la inauguración, D’Agata supervisa el montaje de más de 700 fotografías en una minúscula sala del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, en Oaxaca. “Nunca he exhibido tantas fotos en un lugar tan chico” —me dice; “creo que será interesante”. D’Agata no parece estar preocupado. Se acuesta en el piso, en una habitación donde están cientos de sus fotografías apiladas. Intenta decidir el orden en que se colgarán. “¿Buscas que tus fotos estén conectadas a través de una historia?”, le pregunto. “Todo lo contrario. Quiero que cada una rompa con la anterior. Que sea completamente diferente”.

En muchas de sus fotografías aparece él. A veces inyectándose heroína o inhalando crack, en otras cogiendo con prostitutas o amigas. Las caras de las mujeres son irreconocibles. Algunas fotografías porque son demasiadas oscuras o por el ángulo en que fueron tomadas. Pero la figura de D’Agata, larga, delgada, con cabeza rapada, siempre es identificable. Y esto nos confirma que alguien más tomó estas fotos. Tania Bohórquez (Oaxaca, 1987) hizo muchas de las imágenes de la exposición. “Cuando fotografío para Antoine, no lo hago con mi mirada, fotografío como lo haría él”, dice Bohórquez. Ella copia la forma rápida en que D’Agata dispara, sus acercamientos y sus encuadres. Pero esto es secundario para lo que D’Agata intenta hacer. “La fotografía es una manera de confrontar la realidad, de ser parte de ella, de tomar una posición”, repite D’Agata frecuentemente. A él no le basta con ver, debe también participar. No sólo retrata mujeres, sino que tiene relaciones con ellas; no sólo documenta el uso de drogas en otras personas, sino que también él las utiliza. D’Agata maniobra la fotografía para colonizar la realidad. “En la fotografía tienes que estar ahí; las personas han estado usando la fotografía sólo para ver. Yo trato de romper ese viejo hábito”.

Hace más de veinte años D’Agata viajó a México con un amigo que estaba muriendo de sida; los dos sabían que sería su último viaje. Su amigo fotografiaba constantemente y D’Agata no entendía por qué. “Después entendí que la fotografía era una manera única de estar en contacto con el mundo, de tomarlo y colgarse de él", dice D’Agata. Comprendió que para su amigo, tomar fotografías “era una manera de estar vivo y de convivir con el mundo". D’Agata también conservó algunas imágenes de ese viaje. Un día, después de haber bebido la noche anterior, se despertó y encontró a una mujer en su cama. No sabía quién era, pero esa mañana le tomó una foto. Más tarde registró las caras de algunos niños en las calles; también las de soldados caminando.

Años después, D’Agata logró entrar a la International Center of Photography (ICP) presentando esas fotos. Joan Liftin estaba a cargo del programa documental en ese momento. Liftin descartaba a los estudiantes que escribían en sus solicitudes que querían estudiar fotografía para hacer imágenes como algún famoso, como Cartier-Bresson, por ejemplo. Ella buscaba a personas que “sintieran la necesidad de expresarse a través de la foto". “Antoine no tenía experiencia en la fotografía, pero había vivido cosas interesantes", me dijo Liftin en un viaje que hizo a Oaxaca para dar un taller.

Diez horas antes de inaugurar, aún faltan por colgar cientos de fotografías. Son las nueve de la mañana y seis personas trabajaron toda la noche en el montaje. D’Agata entra a la exposición para ver cuánto han avanzado. Y al ver todo lo que falta, sigue imperturbable. Se preocupa, más bien, en saber si ya han desayunado los trabajadores; si puede traerles algo. “Ni mis exposiciones, ni mis libros son perfectos”, me dice D’Agata. “Hay personas que se toman años en conseguir que lo sean. Yo hago exposiciones y libros para ordenar mi trabajo”. Y añade: “algún día haré un libro enorme que contenga todo”. Al rato, un amigo de Bohórquez entra a la exposición para instalar unas boci¬nas. En los últimos días, Bohórquez y D’Agata crearon una pieza de audio que acompañará a las fotos. Cuando inicia la grabación, la voz de Bohórquez es inmediatamente distinguible. Durante los veinte minutos que dura el audio, su entonación no cambia. No es una narración continua, sino una colección de frases: “La única elección posible es la agresión erótica / Ya no es posible dejar de matarse / De la asfixia nace el movimiento / Cuerpos quemados por la luz narcótica / La autodestrucción es un acto de resistencia”. Bohórquez me explica que el audio registra pedazos de diálogos entre ella y D’Agata. También funciona como un diario que narra las experiencias que vivieron durante las semanas que duró el proyecto y que incluyó un recorrido en el que pasaron por Oaxaca, Morelos, Chiapas y la Ciudad de México.

Faltan dos horas para abrir la exposición. Por fin todas las fotografías están montadas y el audio está funcionando. D’Agata llega a la inauguración con una camiseta negra. Todos los días ha usado camiseta negra. Casi nadie se acerca a platicar con él, o a pedirle un autógrafo —como sucede con otros fotógrafos.

Antes de irse de Oaxaca, D’Agata me pide que le envíe cada mes lo que escriben los visitantes en la libreta de comentarios. Esto le ayuda a pensar sobre su trabajo. En general, los comentarios son buenos. A la gente le gusta la intensidad de las imágenes y el montaje vertiginoso. Pero, en la primera página de la libreta, leo algo que he oído más de una vez: “Da miedo estar ahí adentro”.

Frases
Daniel Brena
  • Escritores invitados

Santa Mónica, California, 1982. Es director del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo de Oaxaca desde 2011.

Fotografía de Daniel Brena

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