Mujeres
29 de octubre del 2018

Como se sabe, en México sólo un tercio de su población lee; las mujeres son quienes más lo hacen y ellas prefieren los libros mientras que los hombres optan por periódicos y revistas. Con independencia del sexo, los títulos que más se consumen se insertan en el rubro de los best sellers, tanto por su simplicidad narrativa como porque en el mercado editorial los libros se han convertido en mercancías y se producen para —mientras se comercia— halagar el gusto o las necesidades de quienes los compran: a grandes rasgos, aventuras para ellos y sentimentalismo para ellas.

Si bien, se califica a dicha literatura de repetitiva y carente de valor estético, pero es necesario plantearse por qué se consume antes de caer en el rechazo contundente. En especial, cuando se trata de lo que leen las mujeres, a quienes se les han criticado sus predilecciones a lo largo de los siglos.

La adquisición de la habilidad lectora es un proceso largo y continuado que para la mayor parte de la población en México termina en cuanto se abandona la escuela. El resultado: los lectores no llegan a adquirir las destrezas suficientes para distinguir entre un producto literario y uno que tiene toda la apariencia de serlo, pero no lo es. Las receptoras de los best sellers, en su inmensa mayoría, carecen de una formación que les permita escoger qué leer y mucho menos cuestionar lo que se les ofrece. Parece que aceptan las reglas que se les proponen y se limitan a disfrutar de la lectura sin el menor atisbo de crítica. Confían en la mercadotecnia y en la recomendación del boca en boca para determinar su gusto y acceder a una lectura acorde con lo que pueden manejar y entender. El objetivo será leer lo conocido, a los mismos autores o temas, y moverse dentro de una experiencia lectora con la que ya tienen familiaridad. Esto se logra, por lo general, gracias a la simpleza estructural de los best sellers, que los vuelve bastante legibles por el uso del tiempo narrativo lineal, porque su cadena de acciones no deja un solo hueco a la iniciativa interpretativa y a la descripción extenuante, así como por la ausencia de elipsis, analepsis o de cualquier tropo, incluso de ironía, para evitar que las receptoras puedan extraviarse. Quienes escriben estas obras se centran en lo que cuentan antes que en los recursos estilísticos, pues su finalidad es producir ciertos efectos, meros bienes fungibles capaces de ser leídos de forma concatenada: unos títulos remiten a otros que ya han brindado con anterioridad la información suficiente con la que se debe vencer la incomprensión inicial del nuevo texto. Se busca que nadie tenga que llenar huecos, es decir, enfrentarse a una obra abierta.

Con todo, la mayor de las singularidades de los libros superventas dirigidos al público femenino radica en aspectos de su contenido, que por regla general se centra en los tormentos del amor y en las relaciones íntimas —como dice Eva Illouz— y cuyas tramas, a pesar de hacerse eco de los progresos tecnológicos, están lejos de los avances sociales, jurídicos y laborales que poco a poco se alcanzan en materia de los derechos de las mujeres.

El sentimentalismo, por su lado, es presentado desde dos vertientes: desde el amor romántico, entendido como feminizado, que ocurre a primera vista, donde la otra o el otro es “especial” y el deseo ocupa un segundo plano; y desde el amor pasión —términos ambos de Anthony Giddens—, el cual se basa en una ruptura con la rutina y el deber, y donde la lujuria es el motor. Asimismo, las virtudes inherentes a la formación de una familia, la fidelidad y una insuficiente experiencia sexual o amorosa son requisitos exclusivos de las protagonistas. Mientras, las prácticas de “cortejo” o muestras de cuidado e interés de los personajes masculinos hacia los femeninos se basan en acechar, controlar, acorralar, mentir y exigir obediencia. Acciones que se corresponden con la normalización de un maltrato a la mujer sin consecuencias jurídicas o penales, y a desearla sin que eso implique amarla; conductas a su vez propiciadas por la constante cosificación de la mujer en la publicidad, los medios y las pantallas.

En suma, gran parte del éxito de este tipo de novelas radicaría en que se lee lo que ya se conoce unido a patrones conservadores subyacentes, los cuales son asimilados con facilidad y sin ningún tipo de cuestionamiento, pues, cabe recordar, cualquier producto de la lengua transcribe las especificidades de la inserción del sujeto en los medios sociales, económicos y culturales en los que se desarrolla.

En un país como México, donde son víctimas de la violencia constante y de la falta de equidad, es lógico que las mujeres usen estos libros como vías de escape a un entorno hostil. Y, aunque parezca contradictorio, les sirven también para llevar a cabo estrategias de agencia. Michel Foucault dejó claro que la modificación de los mecanismos del poder se encuentra en el poder mismo. La corriente del estudio de las emociones propone que éstas son capaces de cambiar la realidad, por eso se piensa que las generadas por la fantasía, al abordar sus problemas y carencias, pueden ser decisivas para la vida en sociedad. De esta manera, que muchas mujeres lean best sellers puede ser considerada una práctica sana, por evitar la pérdida de las precarias capacidades lectoras, pero poco encomiable.

Sin embargo, hay indicios de que quienes sienten debilidad por la paraliteratura están lejos de encontrarse enredadas en una banda sin fin que les impide apreciar los productos editoriales que ofrecen un enfoque distinto. Un suceso singular ocurre desde finales del año pasado en las listas mexicanas: el libro más vendido ha sido Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, de Elena Favilli y Francesca Cavallo, ahora con un segundo tomo. Las preferencias lectoras mutan, no cabe duda. Sólo resta esperar que autoras, autores y editoriales sepan adaptarse al cambio o asuman la responsabilidad de propiciarlo.

Alana Gómez Gray

Tlaquepaque. Escritora, editora e investigadora literaria. Ha publicado libros con sus obras de creación y académicas, así como en diversas revistas especializadas y antologías. Es directora de Impossibilia. Revista internacional de estudios literarios.

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