Columna Semanal
03 de abril del 2019

Hoy la vida se desintegra en nuestras manos: entre clicks, tecleos, apps e intercomunicación global, vacía y prescindible. No importa si la información es verídica o no; nos preocupamos por compartir la mayor cantidad de datos que puedan calmar la fiebre estabulada por la difusión del día entero, así como memes y una que otra noticia de dudosa procedencia. Un bombardeo innecesario de datos superfluos, de los cuales, al final del día apenas recordamos unos: en su mayoría los más viles y cruentos. Las nuevas formas de comunicación, así como los movimientos sociales, la tecnología del ocio, la búsqueda de una cultura “autóctona” individual o social como futura justificación histórica del comportamiento son tópicos meramente modernos. Todo surge de una necesidad de algún tipo de reconocimiento ante la sociedad. De alguna forma todos buscamos ser parte de, aunque cada uno a su manera. ¿Es la cultura la que determina todos estos comportamientos reiterativos? ¿A caso la cultura se ha vendido a la búsqueda del éxito y la posteridad?



Parece que los empresarios y creadores actuales, olvidan que la urgencia de posteridad causa ansiedad, haciendo fenecer la creación antes de estar concebida; y que la saturación de presente enceguece la búsqueda del primer objetivo; conformándose con el mero poder y no hacer. Todo éxito actual parece formulado por el apogeo de un método ecléctico de lo burdo, denigrando cada uno de los orígenes. Este nuevo método dirigido al público consumista olvida lo pasado, los orígenes de los cuales forzosamente deberían partir, cometiendo el mismo error que los llevó a la decadencia. Por eso ahora, más que en otras décadas, se ve el proceso cíclico que las modas tienen y sus portadores sufren. Puede verse la inconformidad que los ciudadanos tienen con su patria o su cultura; su búsqueda por ser ciudadanos del mundo, o al menos parecerlo. Es aquí en donde el hacedor de la cultura concede el paso a la cuantificación de su creación para el encumbramiento efímero, canalizando su proceso creativo a los consumidores y no para despertarlos. Cegándose de poder.

Toda esta ausencia de pasado en el aparato creador ha permeado en la música, la poesía, la literatura y, por ende, la cultura. Matthew Arnold opina que: “La cultura es la pasión por la belleza y la inteligencia, y la pasión por hacerlas prevalecer”. Pero en un mundo donde la creatividad está a tope y la dinámica crítica ha sido estabulada, se encumbran modelos que sólo confunden más a la población, la más importante, la juvenil. La cultura debería ser un conjunto de preferencias, seleccionadas o consensadas, para su perfeccionamiento en la sociedad; de esta forma mejorarían los estilos de vida y la relación entre los ciudadanos, no una apología a los usos y costumbres que han llevado a la cultura del mexicano modernizado a los extremos que estamos viviendo. Quizá pocos se sientan enraizados a un pensamiento o una bandera; todo fluctúa en la contrariedad espaciotemporal a la que el internet nos ha condenado, la rapidez de las noticias, la deshumanización de ver asesinatos a diario; la vacuidad de los lazos sociales y el poco compromiso que se llega a tener con uno mismo, son apenas el inicio de lo que puede ser inevitable si no retomamos el pasado para entender nuestro presente y determinar nuestro futuro.

Esta cultura tecnolátrica no es un agente de cambio, ni mucho menos busca satisfacer las necesidades básicas; da como respuesta a nuestras necesidades un marketing cuantificado y frívolo. Parece broma, o sacado de una novela distópica, pero el panorama actual y el consumo voraz de la naturaleza no son problemas que “están por llegar”, sino cambios que ya estamos viviendo.

Kozzobi Sampedro Alonso

Nació en Oaxaca en el 2000. Estudió en el COBAO. Intenso lector y amante del café.

Fotografía de Kozzobi Sampedro Alonso

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