No me gusta cuando no tengo guita.
Me siento revelado en mi verdad, y no quiero.
Mi verdad, mi verdad. No es la falta de guita mi verdad.
Es no ser un verdadero hombre. Ahora me dieron un adelanto por un libro y me gasté toda la guita. Yo pago las expensas de acá, la de la casa de los chicos, luz, gas, teléfono, las cuotas de los clubes. Y listo.
No tengo más plata [...]
Nunca escribo más de cuarenta minutos. No hay guita que pague la producción de un libro. Una novelita, tipo La experiencia sensible, me lleva ocho meses. Si me encierro a laborar ocho meses, nadie me va a pagar veinte mil dólares, salvo que sea una obra maestra.
Y no voy a hacer una obra maestra. Ni quiero.
Fogwill en una entrevista con Leila Guerriero
En general, existe la creencia de que el artista debe de tener una vida tormentosa y con dificultades económicas. La existencia de cada artista tiene grandes particularidades que hacen únicas sus historias y condiciones de supervivencia, convirtiendo las comparaciones en un error común entre los malos críticos. Yo escribo para un taller y voy a tomarme la libertad de generalizar diciendo que todos los creadores que superan los cincuenta años viven con la simple inercia de haber aguantado al pie de su oficio los tiempos difíciles de su juventud... Y bueno, después de haberte dicho todas las reglas que me sé de cómo debe de ser un artista, quiero rematar diciendo que los escritores que están por aparecer son un futuro mejor... convenientemente me incluyo en lo que llamamos generación.
Artista: generación, producto, un intercambio entre un bien por otro. Estar vivo y tener que llevar el día a día con los dividendos que produce la creación artística cultural no significa que uno sea un artista, o que se acceda a la inmortalidad. La clase media presente tiene conceptos y prejuicios sobre la forma y estilo de vida que deben de tener las personalidades que han de ocupar estas esferas de la sociedad, ideas burguesas que están lejos de representar las necesidades básicas que tiene cualquier persona en cualquier ámbito. Me refiero a ganar dinero. Por ejemplo, un comprador de arte desea la obra de un artista famoso. ¿Cómo puede un joven artista volverse famoso?, o ¿cómo podría vender una obra un joven artista que no es famoso? Y aquí es justo donde el mundo para sobrevivir a base de hacer dibujitos y poemas de amor cobra emoción, porque no importa que tan bueno sea el artista, además de tener buena suerte, va a tener que valerse de todas las maneras posibles para sobrevivir -que es como le hacen todas las personas ¿no? -; conductas que muchas veces son ajenas a los productos que un creador lanza al mercado. Una galería, una editorial, o cualquier empresa cultural está en constante búsqueda de capital, por lógica y naturaleza, lo que esperan de un artista es generar un negocio, dejando en segundo plano todas las ideas románticas sobre la creación. Las dejan en segundo plano pero sin olvidarse de ellas, pues a final de cuentas el cliché romántico del artista y su obra no es más que una herramienta para vender un producto que suele funcionar.
¿Quién va a descubrir a un genio?, ¿Sus papás?, ¿sus maestros? No, a los genios los descubre el mundo, generalmente después de muertos, una vez que alguien -si no fue él mismo- ha podido llevar acabo algún negocio con su obra.
¿Quieres ser un joven artista exitoso? Crea y luego muérete. Parece ser que los promotores culturales trabajan mucho mejor con los muertos, norma a la que el mercado suele responder de manera positiva. Aquí tengo que hacer una pausa para reconocer que esta mirada negativa seguramente significa que los prejuicios que tiene la sociedad sobre la figura del artista también habitan en mi mirada.
Un ejemplo de todo lo contrario es el sorprendente fenómeno artístico cultural que se vive actualmente en la ciudad de Buenos Aires. Tiene en su generación de escritores contemporáneos a aquellos escritores que durante el conflicto económico que sufrió Argentina du-rante la década pasada supieron sortear las peripecias de ser jóvenes, pobres y feos, para presentar sus propuestas en los aparadores más altos del medio literario.
Es de notar el modo en el que estos jóvenes escritores llevaron a cabo su supervivencia ejerciendo su oficio. No esperaron a que las grandes editoriales llegaran a salvarlos, pues la situación del país hacia impensable tal milagro, así que entre los tropezones, empujones y som-brerazos de la crisis, crearon su propio nicho entre los consumidores de literatura.
Para hablar de esta generación de escritores argentinos es importante reconocer a los grandes maestros que la preceden, y que tienen como representantes principales a Haroldo Conti y a Rodolfo Enrique Fogwill, autores que manejaron sus estilos -aunque muchas veces son opuestos en estética por la naturaleza de sus personalidades- con la gran característica de tener como principal herramienta de escritura la libertad de estar llevando a cabo una labor por amor al oficio y no por dinero. En el mundo de la economía moderna el trabajo de un escritor jamás será remunerado de la forma en la que se paga cualquier otro trabajo, mucho menos si te dedicas a escribir simplemente lo que te sale de los huevos. Esta realidad es una desventaja en la vida práctica, pero hace de la ejecución de la escritura un acto como si fuera porque sí y a pesar de todo. Característica que dota al libro de literatura de una libertad total, que prácticamente no encontramos en otros medios de comunicación.
Tanto Conti como Fogwill se desenvolvieron en su medio laboral al mismo tiempo en que la dictadura militar que sufrió Argentina en los años 70 y 80 manifestaba sus nociones sobre la conveniencia de la libertad: Haroldo Conti, desaparecido; y Fogwill, encarcelado. Ambos ostentaban su amor por Argentina en su obra.
Quizás la diferencia principal entre estos dos autores es que Fogwill vivió más tiempo y llegó a viejo, caso contrario al de Haroldo Con- ti, secuestrado para siempre por la dictadura. Su obra es difícil de encontrar en las librerías, e incluso en su país es poco conocida. Este no es el caso de Fogwill, que siempre encuentra lectores entre los jóvenes y los amantes de la literatura que buscan una experiencia diferente. Así se expresa Fogwil de los tiempos en que desaparecían a las personas: “En los setenta armé una empresa mía, Facta, mercados y comunicaciones. Nadie sabía qué era «mercados y comunicaciones». Todo el mundo llamaba para ver si yo vendía líneas de teléfono. En esa época no tomaba cocaína. Fumaba marihuana y me patinaba la guita en ropa y boludeces. Nunca me compré un Mercedes, pero rompía un Citroen por año. No era troskista pero me gustaban los troskos. Cuando el erp (Ejército Revolucionario del Pueblo, el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores) empezó con los secuestros, a mí se me hizo un problema lógico. Yo estaba relacionado, por mi trabajo, con todos los tipos más secuestrables de la Argentina. Al margen de eso decidí que yo estaba a favor de la eliminación de gente, pero la idea de cambiar un ser humano por plata, por una pequeña reivindicación política, me parecía peligrosísimo”.
Fogwill -que se dio a conocer en el medio literario como el dueño de la editorial Tierra Baldía, creada para promover principalmente a Osvaldo y Leónidas Lamborghini, y a Néstor Perlongher- en su estilo libre enfrenta al lector y al amante de la literatura a una experiencia muy original y de un gran valor por su carácter autónomo, estilo que en sus pretensiones llega a confrontar las ideas que existen sobre la buena escritura -y el buen pensar en general-, sin dejar de ser textos fáciles y abiertos para todo público; características que han revolucionado el valor de la literatura, pues su manera argentinamente desenvuelta es tan auténtica que parece haber llegado para dar sentido a los libros de una manera innovadora. No por nada sus principales lectores, se convirtieron en una generación de escritores fans de Fogwill: César Aira, prefiero a Fogwill y casi a cualquier otro (pero reconozco que ha sido quien mejor ha sabido hacer libros entretenidos y cortos, el producto ideal para un público literario hecho a la luz artificial de horas y horas de televisión); Roberto Bolaño (que es chileno), claramente un fan de Fogwill; Copi, como el hijo de Fogwill; Alejandro Zambra (otro chileno), un escritor que cuando sea grande quiere ser como Fogwill; Washington Cucurto, como Fogwill, pero en el ambiente actual y global del reventón; Sergio Bizzio, el Fogwill que veía mucha televisión;Tomi de Vedia, el mejor Fogwill, el que siempre sonríe, el de las generación que justo ahora comienza a mostrar su trabajo y que trata de ganarse la vida ejerciendo su oficio soñado de escritor de la forma en la que dios le da a entender cada día.
En el ambiente argentino de la literatura autogestionada actual veo dos fuentes de ingresos diferentes, tres sí pudiera incluir ser un escritor famoso al que le pagan sus libros antes de escribirlos, como en el caso de Ricardo Piglia, Alan Pauls, Andres Newman y el propio César Aira, todos ellos con un oficio bien cultivado han caído de pie en los mercados europeos, sabiendo adaptarse al público cultivado de los contemporáneos europeos. La primera es la de los talleres literarios: uno paga una mensualidad que permite que se puedan publicar los frutos del taller, así se pasa a ser parte de un grupo de autoayuda, que es mejor, más barato, más honesto, más práctico y más divertido que ir al psiquiatra, en donde puede conocer amigos interesantes y gente guapa. La segunda es la de los libros fuera del mercado de los libros: un objeto que por su extrañeza y muchas veces acabados artesanales se coloca como un producto diferente del libro. Este libro fuera del mercado de los libros suele contener material literario contemporáneo y muy fresco, condiciones que han ido creando un público lector que consume este tipo de productos.
Libertad, originalidad y autenticidad: las editoriales autogestionadas son un ejemplo de ello. Entre los muchos esfuerzos independientes sobresale la editorial Eloisa Cartonera que produce sus libros con fotocopias y cartón reciclado decorado por hermosas manos del barrio de la Boca. Esta editorial ostenta un excelente catálogo de autores contemporáneos y distribuye los libros a un precio muy accesible. Su aparición responde a la necesidad de conseguir dinero para llevar el día a día con lo mínimo. La clave es la organización: un grupo de jóvenes escritores se juntó con un grupo de jóvenes recolectores de cartón y juntos conformaron este proyecto de libros hechos a mano con lo mínimo, y que actualmente les permite tener un bonito local, algunos dignos ingresos y una gran distribución.
En Argentina, la generación actual ha encontrado en la valiente forma de escribir de sus predecesores las herramientas de pensamiento necesarias para ejercer su libertad como creadores, y para ubicarse ante el mundo despreciable y sin corazón de la economía global, dando a conocer sus primeras obras mediante la autogestión; empujando de tal forma que terminaron por conformar todo un mercado muy diferente al de la literatura convencional; más hacia una literatura de forma libre, de producción y distribución comunal, y que se plantea ante los mercados con un aire social.