Es un pequeño misterio el del poema, cuerpo pequeño que se abre en una inmensidad. Diana Bellessi
Al sur de la provincia de Santa Fe, Argentina, en la localidad de Zavalla, Diana Bellessi saltó al mundo en 1946; tal como la pequeña Uli, quien, “A la hora de la iniciación en la desesperanza.”1 comenzó la fantasía alucinante de su viaje para decir el mundo en la práctica de todas las formas posibles, hasta el final de la vida. Además de la creación poética, su actividad literaria ha abarcado el ensayo, la edición de revistas como Diario de poesía y Feminaria, la traducción, la organización de ciclos de lectura y la coordinación de varios talleres literarios. En agosto de 2011 recibió el Premio Nacional de Poesía. Bellessi es una representante fundamental de este género en la Argentina posterior a la dictadura militar (1976-1983); cuyas terribles consecuencias -ampliamente conocidas- minaron el fértil camino de la poesía en los años 70, y parte de la siguiente década, con las piedras de la censura, la clandestinidad, el exilio y la desaparición de intelectuales. Cabe aclarar que el quehacer poético sólo fue minado y se tornó subterráneo, tuvo que redireccionarse; pero nunca se apagó.
Tras estudiar filosofía en la Universidad Nacional del Litoral y abrazando una alta conciencia social, Diana Bellessi decidió abarcar otra parte del mundo y comenzó su odisea a pie por toda América. Seis años se desplazó entre los que llama sus parientes, que son los amenazados, los menospreciados en el seno de su propia lengua, “[...] bárbaros simpáticos o temibles según la ocasión”. Y es que ella proviene de una familia del campo donde la educación se les niega u otorgada a cuentagotas, siempre a destiempo, como relata en La cabra vuelve al monte:2
Mis padres no completaron la educación primaria y recuerdo, como un gran acontecimiento, el día en que mi madre, siendo ya una mujer adulta, fue a la ciudad de Santa Fe para rendir los exámenes que le otorgaron su certificado de escuela elemental.
El caso de Diana Bellessi es un ejemplo privilegiado de superación y libertad. Ella se desplaza del terreno iletrado al de las letras, de la clase social campesina a la clase culta, de los lentos y húmedos paisajes de la pampa a las visiones frenéticas de Buenos Aires. La voz-péndulo de Bellessi oscila de la alta retórica al arte menor; del relato íntimo, biográfico al paseo colectivo, donde lo propio se vuelve común y encuentra su pertenencia en otros. Bajo esta suerte, el desplazamiento constituye un signo indeleble en su escritura. Bellessi afianza su obra en esta experiencia que la mantiene descolocada como poeta todoterreno, libre para experimentar con la tradición y edificar una morada poética nueva. Su espacio filial se abre como lugar de residencia para los compañeros del viaje, que es la vida.
Hubo pacíficas revueltas
contra los dueños de la tierra.
Muchas deudas.
Un fonógrafo donde cantaba Gardel.
Casamientos, bautismos entierros
al final de las cosechas.
Yo me crié
en la pampa húmeda.
Verde farallón de sueños
y de chacras.
Peones y campesinos
fueron mi ascendencia.
Palabras italianas, guaraníes
quechuas
se mezclaron desde niña
en mi alfabeto.
No tengo saga que contar ni epopeya
sostenida con la espada
en el anca briosa de una yegua.
Pero sí
un puñado
de historias que rescatar
donde se cuentan
para memoria de la Aldea
apariciones
desapariciones
en la noche cruenta
y un enorme azadón
que puebla todas las cosechas.3
La materia verbal que sustenta la poesía de Bellessi está íntimamente unida a lo que la naturaleza le ha ofrecido a su mirada. Sin embargo, la poeta logra trascender su yo y el mundo que modeló su cuerpo poético al amplificar su voz lírica con ciertos elementos, cosas pequeñas que para el ojo del hombre práctico carecen de importancia, pero que nombradas por la voz poética logran tocar el centro de cada persona; es más, logran devastar ese centro con el amor y el rencor, fuerzas vitales, fuerzas de la poesía. En una entrevista que le hizo Jorge Coscia en el programa Puerto Cultura, Bellessi declara lo que podemos considerar su arte poética:
Lo que hace al poema es el constante accidente dentro del oficio de escribir. Aquello que sucede de manera misteriosa, aún cuando sabés escribir. Es la pequeña voz del mundo. Se parece a lo que la gente grita en los estadios de futbol, o en las grandes movilizaciones o en la intimidad secreta con un amante. Creo que es de todo eso que se nutre la poesía; por ello, va siempre muy atrás, pero nunca forma parte del panteón literario, porque se encuentra en el estadío de la voz popular.
Para Diana Bellessi el poema está centrado en el yo lírico y en su brevedad, en su asalto al tiempo. Son estas dos cualidades las que marcan la diferencia entre la poesía y otras escrituras. En su libro de ensayos La pequeña voz del mundo (Taurus, 2011), medita sobre la voz que escribe los poemas, “.la voz que el poeta cree su voz”. Al entrar en el misterio de la creación cuestiona las funciones del yo lírico, el sentido último de la poesía y su dimensión plural. En la profunda autoconciencia de su estética, la poeta afirma el compromiso de vida que tiene con la poesía y, de acuerdo con Jorge Monteleone, manifiesta que su obra es “.un sistema poético, una trama que parece organizar todo el conjunto y cada uno de sus textos en un orden expansivo”.4 Bellessi echa mano de su memoria y la tradición para fundar un nuevo imaginario, para alimentar los mitos desde la experiencia individual y la historia común a otros, entretejiéndolas. Su lirismo no es el de un yo sufridor, es el de un yo originario, arcaico, puro.
La autora se encuentra preocupada necesariamente por el misterio de la poesía, por el momento de la revelación, de la epifanía. Cuando la cabeza está en silencio algo la captura, emerge la voz poética. Este es un privilegio, pero también una necesidad que no puede eludir. Al escribir un poema el yo es otra voz: “Yo es en otras. No en mi voluntad de enunciación. Pero quizás sí en la crianza de mi alma [...], quien rastrilla en el océano del gran rumor donde el vulgo canta5”. Esta condición escindida, siempre en movimiento y tendiente a la unidad con el todo, es la condición humana.
Un atardecer, absorta en el recuerdo de Uli que le enviaba mensajes ardorosos para recordarle que encontrarla y encontrar razón de permanencia razón de nacimiento todavía era posible un atardecer/se metió en el canto del pájaro de la noche Entonces vio Vio nacer a Uli del soplo que emitió la niña viendo su tren naranja y el horizonte oscuro de anochecer invierno en el instante en que sintió la soledad primera y la soledad total de sus mayores que encendían faroles de kerosén e iniciaban el ruido de cacerolas el ruido de silencio el gran ruido atroz y solo de las orejas abiertas -Qué fatiga- se dijo (Uli, ni siquiera supo ser sabia cortesana) -No hay aventura individual, no hay quimera- se dijo Y cerró los ojos”.
La poesía de Diana Bellessi desastilla y se clava, se compone descomponiendo. Entre el amor fincado en la materia de los recuerdos y el rencor anclado por la tragedia de los cuerpos: ausentes, hambrientos, burlados; los individuos se reconstruyen como una tribu de lo humano donde la poesía cumple su posibilidad de reelaboración y reproducción gracias al otro, quien participa y se encuentra en el relato de lo vivido para atar el alma.
Hay un silencio que precede al mundo morado de las aguas. Sangre, antes que las sombras de la noche caigan Si la magia muere las cosas siguen nombrándola. Como el chico canoero que rema fuerte contra el agua y luego tendido en el vientre de la piragua mira el cielo. Acunado y quieto como un mago él ve, ahora sí, viendo.6