Migración
08 de noviembre del 2017

No hay cultura, pueblo o sociedad que no haya recibido, rechazado o expulsado migrantes. Muchas son las maneras —y abundante la casuística— desde las que podríamos ahondar en los motivos que provocan, de forma pacífica o violenta, los desplazamientos de seres humanos hacia otros territorios. Hemos querido dedicar este duodécimo número de la revista Avispero al tema de la migración porque en estos tiempos se hace necesaria una reflexión sobre las circunstancias que atañen a los flujos migratorios de personas que buscan sobrevivir a un medio adverso, escapar de un régimen hostil o huir de una realidad que les aboca al exilio. La historia de nuestra especie es una perpetua búsqueda del porvenir, una voluntad inextinguible de aferrarse a la vida hacia un destino más propicio. El instinto de sobrevivencia y de perpetuación, y el afán de prosperidad, llevan al ser humano a tales empresas, sean favorables o caóticas, felices o dramáticas.

En nuestro siglo, como en el XX, se siguen registrando conflictos bélicos y económicos que provocan las migraciones de mujeres, hombres y niños en busca de una mejor experiencia del mundo. El auge de los nacionalismos y de la extrema derecha en toda Europa, el cáncer del fundamentalismo en buena parte del mundo musulmán y la infame deriva populista del nuevo gobierno de los Estados Unidos, entre otros escenarios internacionales, no invitan a ser optimistas, y quizá por ello sea preciso que transcurra todo este siglo, y aún otros, para que se diluyan las fronteras. Para que las naciones se vean hermanadas por los mismos intereses de bienestar social y cooperación, y los seres humanos se reconozcan en las mismas inquietudes de convivencia, paz y concordia para todos.

Uno de los conflictos más relevantes que nuestro país mantiene con Estados Unidos tiene que ver con la migración. De los pueblos más marginados de México migran a diario personas de toda edad y condición hacia el vecino del norte. Y hemos de preguntarnos: ¿debemos percibir el fenómeno migratorio como algo negativo o positivo? Un interrogante que, a buen seguro, suscitará muchas respuestas a favor o en contra. Desde diferentes latitudes del globo, la migración es la prueba fehaciente de que en la actualidad debemos meditar acerca de sus causas y sus efectos. La literatura y el arte han ejercido un papel relevante en el registro vital de las experiencias de los migrantes, los exiliados y los desplazados en todo el mundo. Pero ¿qué papel representan las migraciones literarias, intelectuales y artísticas en el contexto actual?

Si, de algún modo, el arte y la literatura, así como las ciencias y las humanidades, nos ayudan a orientarnos como seres humanos en perpetuo crecimiento, ¿cómo debemos, en un tiempo como el nuestro, contemplar la necesidad de migrar por conflictos bélicos o económicos? El astrofísico Stephen Hawking señala que, en un futuro no muy lejano, el conocimiento científico y la tecnología nos ayudarán a emprender la migración desde nuestro planeta hacia otros confines del universo. Pero tal aseveración prospectiva excede lo que nos toca vivir en el presente y el futuro inmediato: la búsqueda de la concordia, la sensatez colectiva y un uso sostenible del planeta que ahora conocemos, la única casa común a día de hoy para nuestra especie. Así, como el tema de la migración es amplio y siempre abierto al debate, en esta ocasión hemos decidido abordarlo desde diferentes perspectivas como, entre otras, las de la literatura, el arte, la economía, la ciencia y la filosofía.

Las pinturas del artista mexicano Daniel Lezama ilustran este nuevo número. En ellas podemos percibir parte de la cosmovisión del mexicano, su identidad y su sentir, así como una mirada crítica sobre toda esa realidad. “Lezama exalta la identidad del mexicano a través de la figuración para criticarla”, escribe Angel Morales en el texto dedicado al pintor. Si hay algo que nos hace diversos y a la vez afines es, sin duda, el respeto por la identidad de nuestras culturas y la urgencia por encontrar un modo de compartirlas escuchándonos unos a otros, sin que las fronteras tengan siempre la última palabra.

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