Es un hecho que el mexicano tiene un promedio de lectura de menos de cinco libros al año a pesar de las celebradas ferias del libro que se hacen anualmente, de la aparición insistente de programas de fomento a la lectura en las escuelas, en las bibliotecas y al aire libre; es evidente que algo se está haciendo mal y no hemos hecho lo necesario para corregirlo. Tal vez sería sensato preguntarse, ¿por qué hemos fracasado como lectores?
Cuando mi memoria se desplaza hacia las primeras experiencias que tuve con el libro, puedo ver con claridad los gestos de temor carcomiendo mi rostro. Y es que, a decir verdad, leer es desafiarse a uno mismo; una palabra, una frase pueden perturbar todo aquello que creemos firme y desmoronarse en el instante. La literatura me causó una grieta que no ha podido cubrirse y que sigue extendiéndose en los vértices de mi pensamiento.
Sí, es verdad, leer es un juego, pero tiene reglas precisas y a veces incómodas. Podemos ser lectores de innumerables textos, pero indudablemente no todos nos afectan de la misma forma. La literatura, o mejor dicho, aquello que consideramos buena literatura, tiene la gracia de hacernos sentir vulnerables. La escritora y promotora cultural, María Teresa Andruetto, en una de sus reflexiones dice que “la literatura no nos lleva a la simplificación de la vida, sino a su complejización, para ir en busca de la construcción de un pensamiento propio”. Entonces, ¿cómo formar lectores si se relaciona lo simple con lo divertido, lo difícil con lo aburrido? La promoción que se hace de la lectura a través de los slogans es quizá más ambigua de lo que se cree. Al decir que leer es una acción placentera es como enunciar cualquier frase cursi y vacía que estandariza a la lectura hacia una única forma: el entretenimiento. Siendo así, no me sorprende que en la lista de los libros más vendidos en las Ferias del Libro del año pasado se hayan registrado Cincuenta sombras de Grey, El psicoanalista, Ciudades de papel y La chica del tren. Lo que estamos haciendo con estas pseudo campañas es acostumbrar a los lectores en formación a lecturas mediocres, o peor aún, a consumir cosas adulteradas. (Aunque hubo una excepción, Rayuela se incluía en los libros más vendidos).
Los slogans publicitarios se dirigen, no a lectores, sino a posibles consumidores. No importa la calidad, sino la cantidad. “No importa lo que se lea, se está leyendo”, forma parte de la misma ideología consumista y de distracción. Es por eso que los lectores apasionados en su oficio, tienen la gran responsabilidad de colaborar en la búsqueda de nuevos lectores y fomentar el diálogo crítico. Por ejemplo, escritores y artistas preocupados por el desértico panorama de lectura que hay en Oaxaca, han puesto en marcha proyectos de acción lectora, como Jornadas Vasconcelianas, que visitan escuelas en comuni¬dades urbanas y rurales con el fin de sembrar valores por medio de la lectura y otras manifestaciones artísticas; y El Balcón Central de Abastos: un proyecto comunitario en el que diversas disciplinas propician la creación artística en los niños. Resulta paradójico que el 2016 se haya declarado en Oaxaca como “El año del Fomento a la lectura”, cuando las instituciones gubernamentales no plantean nuevas estrategias para acercar a los jóvenes a la lectura, ni tampoco se ven incentivos económicos que demuestren interés en superar el rezago educativo en el que vive Oaxaca.
Los beneficios de la lectura no podrán existir si no existen profesionales (lectores) ejerciendo su trabajo en la creación de programas de lectura tanto en las aulas como en las bibliotecas; no podrán existir cuando la misma sociedad y el aparato político evaden sus responsabilidades y desconocen los aportes de la literatura. O peor aún, que los conozcan y no hagan nada para la contribución educativa, pues, un pueblo letrado es un pueblo armado. Hoy en día hay muchas herramientas para facilitar la distancia entre un buen libro y un lector, como la colección ilustrada “A la Orilla del Viento” del Fondo de Cultura Económica, o el sello editorial Siruela con la colección “Cuentos ilustrados” y “Colección escolar”, así como también varias bibliotecas digitales de fácil acceso, que pueden funcionar como lecturas primerizas.
Ya vimos que a los políticos no les interesa leer, allá ellos. Está en nosotros decidir no caer en su letrina de ignorancia y solidarizarnos como personas que somos, a formar una sociedad más justa y más educada.