[Entrevista a José María Filgueiras Nodar, catedrático de la UMAR, campus Huatulco]
Estudiaste la licenciatura en Filosofía en España y el doctorado en Filosofía en México, cuéntanos tu experiencia académica en ambos mundos, y el papel que juega la filosofía en dichos contextos.
Esquemáticamente diría que lo sentí como un paso de la hermenéutica y la filosofía continental hacia la filosofía analítica y, sobre todo, el pragmatismo. En la carrera estudié con un montón de buenos profesores, como Andrés Torres Queiruga, José Luis Pintos o Carlos Baliñas, entre muchos otros. A pesar de ser, por entonces, un alumno algo desastroso, que prefería pasar el tiempo en fiestas o leyendo libros de ciencia ficción en mi carro, y que cuando iba a la Facultad, me la pasaba, generalmente, en la cafetería, creo que adquirí una buena base, especialmente en lo que se refiere a la Historia de la Filosofía. En México, después de un tiempo fuera de la filosofía, colaboré con el Proyecto Categorización de Juan Carlos González González; lo que significó una introducción al estilo analítico de hacer filosofía, así como un aprendizaje acelerado sobre diversas cuestiones de ciencias cognitivas. Más tarde, con la dirección de José Miguel Esteban, hice mi doctorado sobre Richard Rorty, y eso me obligó a estudiar intensamente la tradición pragmatista.
Con respecto al papel de la filosofía, comenzaré hablando de su imagen. En ambos países me pareció, en general, una gran desconocida, una disciplina bastante ignorada por el “público en general”. La gente tiende a considerar a la filosofía como algo entre una secta con extraños rituales, un grupo de fodongos que se juntan para consumir drogas y orates que andan por el mundo hablando de cosas que nadie entiende, cuando no las tres cosas en conjunto. Se trata de estereotipos muy extendidos, y que son, evidentemente, muy negativos. El asunto de la imagen puede parecer trivial, pero creo que compromete muchas cosas sobre el papel que juega, y más aún, el que debería jugar la filosofía.
Eres partidario del pensamiento del filósofo Richard Rorty, quien entabló un diálogo entre ciencia, filosofía y literatura, y resaltó el papel de la solidaridad como uno de los dinamismos para mejorar el mundo sin imponer dogmáticamente nuestras creencias. ¿Cómo ves la solidaridad en México y en España, países con crisis económicas constantes?
No me atrevería a considerarme partidario de Rorty al cien por cien. Si su filosofía fuera un carro, miraría con mucho cuidado el motor, la suspensión, etcétera. Pero sí estoy convencido de que la defensa rortiana de la solidaridad, especialmente cuando la entendemos en el contexto de la llamada “utopía pragmática”, es una de sus ideas más interesantes. Hay que recuperar la utopía, y el mecanismo que Rorty propone para ello, ligado a los cambios en lo que denomina “Lenguaje” (un concepto por otra parte muy amplio), puede resultar un camino viable para lograr esa recuperación. Su apuesta por la literatura y por la “educación sentimental” para alcanzar objetivos políticos me parece muy sugestiva. Sé que algunos dirán, después del desastre que fue el Brexit y estando tan presente la amenaza de tener a un personaje como Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos, que los sentimientos no son demasiado confiables, que a través de la demagogia pueden llevar a resultados catastróficos cuando se dejan estar libres y en ausencia de juicios racionales; pero a ellos les diría que Rorty sí habla mucho de sentimientos, pero siempre en el marco de lo que llama la “educación sentimental”. No se trata, entonces, de cualquier sentimentalismo, sino de uno especialmente cultivado. Ese tipo de sentimentalismo puede colaborar en el logro de importantes cambios políticos, que tanta falta hacen.
Me preguntas cómo veo la solidaridad en México y en España. Con respecto a España, hace casi diecisiete años que no voy por allá, por lo cual ando bastante desconectado. Seguí con mucha atención el movimiento de los indignados, y también el ascenso de Podemos como alternativa política; y también el establecimiento de redes solidarias como forma de reaccionar a la crisis económica. Con respecto a México, y también a muchos lugares de Latinoamérica, coincido con quienes dicen que es uno de los laboratorios sociales más importantes de nuestro tiempo. En Latinoamérica han aparecido elementos que pueden funcionar como semillas para configurar un nuevo mundo social y político, desde el neozapatismo o los múltiples movimientos solidarios surgidos en medios urbanos hasta una concepción del mundo tan netamente oaxaqueña como la comunalidad. No me atrevo a especular sobre sus probabilidades de éxito, habida cuenta del cinismo y la agresividad de las oligarquías que detentan el poder. Pero lo que sí está claro es que se están desarrollando experimentos sociales muy interesantes, muchos de los cuales inciden, precisamente, en la órbita de la solidaridad.
¿Qué piensas de la especulación financiera, del enriquecimiento legal de unos cuantos que empobrece a la mayoría, como está sucediendo en México y España (en México, en menos de una década, incrementó de manera espeluznante la cantidad de multimillonarios, asimismo hubo un incremento de pobreza y marginación)?
¡Me faltan adjetivos para calificar la situación como se merece! La riqueza y la pobreza extrema, las mansiones al lado de barrios enteros de ranchitos, son las dos caras de una misma moneda dialéctica. Y sabemos que están impulsadas por la corrupción y por todo tipo de abusos: me parece muy diferente que alguien se haga millonario porque realmente ofrece algo útil y positivo para la gente (que sí existen casos), a alguien que acumula su fortuna lavando dinero, especulando con información confidencial, obteniendo sobornos o fungiendo como prestanombres de algún político.
La situación enoja y asusta. El enojo debería impulsarnos a pelear contra esas estructuras que están destruyendo lo que se había ganado en términos de bienestar desde la Segunda Guerra Mundial. Debería impulsarnos a exigirle al Estado que haga su chamba y se deje de cuentos. Porque los gobiernos, desde hace mucho, han vuelto la espalda a quienes presuntamente representan, y están trabajando para cada vez menos personas. Protegen los intereses de los bancos y las grandes empresas y, sobre todo, los suyos; jamás los intereses de los ciudadanos. Este cinismo por parte de los gobernantes, del cual tenemos sobrados ejemplos en la vida política de México y de España (y de muchos otros países), es totalmente lamentable. Es como si el Leviatán de Hobbes sólo conservase su faceta monstruosa y nada más; nada que merezca la pena: si suponemos que la base de la organización política es ceder algo de nuestras libertades a cambio de los beneficios de vivir en sociedad, ahora ese intercambio tiene cada vez menos sentido. Cada vez nos exigen más, pero cada vez nos aportan menos. Lo vemos de manera muy marcada en la economía; pero está presente en todas las dimensiones clásicas del funcionamiento estatal.
En ese sentido, o rompemos definitivamente con el Estado como forma de configuración política, o debemos plantearnos profundas reformas. De entrada, creo que sería un excelente primer paso reintroducir el elemento moral tanto en la economía como en la política, porque su ausencia, a la vista de los resultados que se han obtenido, sólo puede calificarse como profundamente negativa.
Pero la situación, como decía, no sólo es para enojarse, sino también para espantarse. Da miedo cuando pensamos en las consecuencias a nivel global, porque el desequilibrio no se da únicamente dentro de una ciudad o de una nación, sino que también se manifiesta entre los pocos países “ricos” y la mayoría de países pobres. Y cuando nos damos cuenta de que si no existe o no funciona la lucha cultural y política, la única alternativa son los trancazos. Cuando escucho que el 1% (hay quien dice que de hecho es el 0.1%) de la población posee la mayor parte de la riqueza del planeta, eso me hace pensar, por ejemplo, en la Revolución Francesa. Antes de ésta, el desequilibrio en Francia era también muy grande; no conozco los datos con exactitud, aunque quizá fuese menos salvaje que ahora. Eso podría indicar que nos hallamos al borde de un movimiento semejante, una ruptura epocal de similares dimensiones, sólo que ahora a escala planetaria y, además, en un mundo que se marchita cada vez más rápidamente. Asusta pensar en la magnitud del baño de sangre que podría acarrear tal ruptura.
Rorty criticó el academicismo, a las instituciones que no generan ideas y cambios importantes en la sociedad, ¿qué piensas del papel de la academia, de su hiperespecialización, de la educación con una sola dirección para pensar?
Con respecto al papel de la filosofía, ahora mismo en España se está debatiendo una vez más el papel de nuestra disciplina en los estudios de preparatoria e incluso su lugar dentro de la Universidad. No es la primera vez, creo que ya van como otras seis o siete. Al respecto, estoy preocupado de lo que parecen ser intentos por parte del gobierno de marginar a la filosofía de la educación formal. Las consecuencias me parecen todas muy negativas. Para responder un poco a tu pregunta, siento que la especialización no es mala en ciertos ámbitos. Incluso aunque se trate de un grado de especialización un tanto hiperbólico: si tengo un problema en el dedo meñique, pues está perfecto que haya un cirujano meñicólogo, y si el problema es en el pulgar, que me opere un pulgarólogo. Eso no me parece nada malo, pero no creo que la misma línea de pensamiento funcione para el caso de la filosofía o las humanidades, cuyo ámbito de aplicación está mucho menos definido que la cirugía (o las finanzas o la ingeniería civil). En ese sentido, me parece que en la academia debe haber espacios que hagan gala de su inespecialización, e incluso de su promiscuidad. Espacios de total apertura, donde ésta permita que se realicen experimentos inéditos con las ideas. Por ello, me siento mal cuando en alguna instancia académica se nos pide que definamos una línea de investigación y nos apeguemos a ella de manera estricta, o cosas por el estilo. Pienso que existen disciplinas, y la filosofía es una de ellas, a las que tales ansias burocráticas les dañan mucho más de lo que podrían favorecerles.
Se dice, comúnmente, que en México no hay filósofos (entendiendo a los filósofos como aquellos individuos que dedican su vida a buscar la verdad y crean un método y un sistema para encapsular el conocimiento y así poder guiarnos paso a paso en el infinito camino de la incertidumbre), que lo que hay son académicos, hermeneutas, filólogos, en fin, personas interesadas en la interpretación de lo ya hecho y no en la creación de nuevas formas de ver el mundo. ¿Qué debe hacer un filósofo en un contexto como en el que vivimos, donde pareciera que lo más importante no es el conocimiento, sino la apariencia de conocimiento?
Confieso que no me considero un filósofo, el título me queda demasiado grande. Cuando daba clases de filosofía, tenía muy claro que debía transmitir nuestra tradición de pensamiento de manera fiel, eso era lo primero. Lo segundo, todavía más importante, era tratar de transmitir una determinada manera de abordar los problemas, una manera crítica y atenta siempre a la argumentación racional (para no entrar en polémicas, aclaro que hablo de la racionalidad en un sentido no técnico, acercando lo racional a lo razonable). Con respecto a lo que comentas en tu pregunta, como a cualquier persona que haya leído un poco, me asombra lo bajo que puede llegar a caer el nivel cultural de algunas sociedades. Por poner un único ejemplo, porque habría un montón más, conozco personas que piensan que la Metafísica de la que hablaba Aristóteles es una especie de engendro New Age, que tiene que ver con los colores del aura y cosas por el estilo. Por todas partes hay un gran número de personas que se contentan con la primera respuesta, o viven de manera prácticamente autista, enclavados en sus propios prejuicios y concepciones, sin preocuparse lo más mínimo por lo que pueda haber fuera.
Esta clase de ignorancia parece ser un fenómeno global, y una de las primeras tareas debe ser luchar por revertir tal movimiento. Los medios de lucha dependerán de las capacidades y esfuerzos de cada uno de nosotros. Habrá quien escriba artículos o dé conferencias, algunos se dedicarán a dar discursos políticos o a pegar carteles, otros saldrán a la calle a hacer performances, muchos se dedicarán a dar likes y compartir información en sus redes sociales… El caso es hacer algo, no quedarnos quietos. Inquietud mental: debemos pensar más y mejor. Y también inquietud por llevar esas ideas a la práctica, al mundo real. Cuando veo un proyecto como Avispero, sabiendo que está desarrollado por jóvenes, siento que todavía hay esperanza.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, las humanidades han tenido un papel secundario en la vida de las personas, ¿cómo ves lo que propone Richard Rorty: que la filosofía debe salir de la academia a las calles, debe tener un contacto directo para poner freno a las injusticias y al sufrimiento por medio de la persuasión, la tolerancia y la solidaridad?
Debemos hacerlo como estudiosos de la filosofía, pero también como ciudadanos, y aún más, como seres humanos. Esa es una tarea a la que debe dedicarse cualquiera que sea un poco consciente de la situación del mundo. Cada uno desde su “trinchera”, como suele decirse, y con las fuerzas de que disponga; pero es una tarea ineludible. Ahora, ¿qué podemos hacer desde las trincheras de la filosofía, del pensamiento, de las humanidades? Rorty proponía cambiar el lenguaje; los ejemplos que pone de estos cambios son cosas como el paso de la Ilustración al Romanticismo, o la creación de filosofías tan novedosas como fue la de Heidegger en su tiempo. No sé qué tanto seamos capaces de lograr esos cambios titánicos en la sociedad cada uno de nosotros. Es obvio que inventar el cubismo o escribir el Tractatus no está al alcance de cualquiera. En ese sentido, tal vez esos cambios tan enérgicos haya que dejárselos a los genios, de los que aparecen dos o tres veces por siglo, o al empuje de nuevos movimientos sociales que vayan apareciendo. Pero también es cierto que hay muchas cosas que podemos hacer para que esos nuevos lenguajes triunfen; cada uno con las posibilidades que tiene a la mano. El mismo Rorty reconoce la labor de quienes limpian el camino para que a esos nuevos lenguajes les sea más fácil avanzar, sea puliendo y perfeccionando la propuesta original, o debatiendo con los partidarios de lenguajes anteriores. Vuelvo a lo que decía en la pregunta anterior: hay que hacer todo lo que podamos. Los académicos, en particular, tenemos muchas opciones al respecto, por esa influencia, aunque sea mínima, que podemos ejercer sobre las futuras generaciones.
En España, como en México (y como en muchos otros países), los profesionistas que salen de las academias, muy pocos van a encontrar trabajo de lo que estudiaron. En un panorama así, estudiar para ser filósofo resulta un riesgo no rentable. Si ya de por sí las humanidades, la filosofía, tienen poca demanda, ¿qué nos espera los próximos años en un mundo tecnocrático?
Puedo hacer un comentario muy negativo y otro que no lo es tanto. El primero es que me parece lamentable esa falta de perspectiva. Los filósofos y humanistas son útiles a la sociedad, tanto en un sentido abstracto como en un sentido muy concreto y “práctico”, del estilo que puede interesar a las empresas, por ejemplo. Relegar a un filósofo o a un filólogo al mundo de los trabajos basura habla muy mal de una sociedad. Probablemente las sociedades que actúan así estén perdiendo más oportunidades que los propios humanistas. Desde luego, en esto influye la miopía de los dueños de los medios de producción, de esas oligarquías que realmente mueven los hilos de la política y la economía.
Por otro lado, también deberíamos acostumbrarnos a ver este funesto panorama laboral como una coyuntura para actualizar nuestra disciplina y a nosotros mismos. Está claro que habrá pocos puestos de trabajo para quien quiera desempeñarse como “guardián” de la tradición filosófica, a través de la enseñanza y la investigación. De hecho, parece que la tendencia es que cada vez haya menos. Eso nos obliga a todos los miembros del gremio filosófico a buscar nuevas alternativas. Evidentemente, no sé dónde puedan hallarse esas alternativas, pero estoy seguro de que cada nuevo egresado de una licenciatura en cualquier área de las Humanidades tiene buenas ideas al respecto. También puedo contar mi propia experiencia: estudié un Master en Dirección y Administración de Empresas y ahora mismo doy clases de Mercadotecnia. He tenido buenos resultados en este terreno, y jamás dudaría de que todo lo que estudié de Filosofía me sirve, y mucho, para mi trabajo actual.
De todos modos, haciendo balance, creo que me quedo con la respuesta negativa: sin duda debería haber más oportunidades laborales para los humanistas. Esa carencia es para ponerle un gran tache en rojo a cualquier país. Y las consecuencias están a la vista: a menos filosofía, más Trumps, más fanatismo y más terrorismo del signo que sea, y más ciudadanos inconscientes y desconectados de sus raíces culturales. Alienados, en el peor sentido de la palabra.
¿Qué filósofos vivos consideras importante atender hoy en día (de México y España, o de algún otro país)?
Para contestar a esta pregunta del modo que se merece, debería tener una cultura filosófica de la que carezco. Lo que sí puedo hacer es señalar algunos de los filósofos que me interesan a mí hoy, los dos pensadores que estoy trabajando ahora mismo, aunque desgraciadamente ninguno de ellos vive ya, como son Jean-Paul Sartre y el propio Rorty. Del mismo modo me interesan, y éstos aún andan vivos por el mundo, quienes proponen teorías naturalistas de la moral, como Richard Joyce o Jesse J. Prinz. La propuesta de ética experimental de Kwame Anthony Appiah, y la Neurofilosofía de, por ejemplo, Patricia y Paul Churchland, también me parecen ideas muy atractivas.
Asimismo, soy un firme creyente en la necesidad de salir de nuestra disciplina y buscar aportaciones en otros lugares. Al respecto, siempre me han interesado las apreciaciones de los antropólogos y sociólogos (un ejemplo muy en boga es Zygmunt Bauman). Y las ciencias naturales: aprovechando mi período sabático, es decir, una temporada para que los profesores leamos y hagamos lo que nos viene en gana, llevo varios meses poniéndome al día en temas como la teoría de cuerdas y la genética. Por supuesto, mi falta de conocimientos científicos me limita a textos muy introductorios o de divulgación (afortunadamente, existen excelentes libros de estas características). Más allá de ello, creo que siempre merece la pena estar actualizado con respecto a algo tan relevante para nuestro mundo como es la ciencia, y que nos ayuda tanto a entender cómo funcionan las cosas.
Por último, sólo me resta decir que el conocimiento no está confinado a los libros. A quienes nos dedicamos a la filosofía, esa relación entre conocimiento y bibliotecas nos parece de lo más natural. Pero se aprende mucho, quizá más, saliendo al mundo y hablando con las personas. Algo tan aparentemente simple como escuchar a alguien es una de las mejores maneras de enfrentarse a nuevas ideas. De todo el mundo se puede aprender mucho; jamás tenemos que olvidar eso; lo cual, además, tiene importantes implicaciones sociales y políticas. Yo mismo he hecho trabajo de campo desde 2008, en Huatulco y en San Mateo del Mar (en esta comunidad, con los huaves o mero ikoots) y, más allá de los objetivos académicos que pudiera perseguir con mis proyectos de investigación, creo que han sido experiencias profundamente enriquecedoras.