Hace ya algunos años que comencé a desarrollar la teoría del pesimismo utópico. Al principio sólo fue una intuición. Sabía que había un tesoro guardado al interior del llamado pesimismo filosófico, un tesoro que poca gente de mi tiempo era capaz de apreciar. Poco a poco, con el paso de los años y de las lecturas, los diálogos, los debates, las reflexiones y las experiencias, comencé a dilucidar algunas categorías que podían ayudarme a construir eso que, en algún momento, llamé “pesimismo utópico”.
Pero había algo que era punta de lanza de lo que se comenzaba a fraguar en mi mente. La aparente contradicción o antinomia de los términos que daban forma a mis ideas: pesimismo-utópico. En aquel tiempo me encontraba estudiando en Rumanía y había logrado conocer la obra de Lucian Blaga. Con grandes esfuerzos pude leer El Eón Dogmático y El Conocimiento Luciferino (1983) –de este último realizaría, posteriormente, una traducción como tesis de maestría–, y fue ahí donde encontré la primera clave. Al hablar del “dogmatismo”, procurando rastrear sus bases fundamentales y diferenciándolas de las diversas concepciones modernas y contemporáneas sobre él, Blaga encuentra que una de sus características son las “antinomias transfiguradas”. “Los dogmas son antinomias transfiguradas, esto es antinomias que, aunque implican para nosotros algo antilógico, se sitúan, por sus términos constitutivos, en un nivel de soluciones postuladas, irrealizables para la mente humana con sus inherentes funciones lógicas […] Los dogmas son antinomias transfiguradas por el misterio que ellas tratan de expresar” (Lucian Blaga: 1983: 221). De esta manera se llegaba al Conocimiento Luciferino, el cual, en su “función menos”, esto es, en la búsqueda de la intensificación del misterio de la existencia (y no de la reducción cuantitativa como busca el Conocimiento Paradisíaco) funciona con “antinomias”, las cuales se convertirán en “antinomias transfiguradas”, lo que quiere decir que se postulan soluciones expresables que, sin embargo, son incomprensibles. Ahí estaba el meollo de lo que yo sentía y concebía. Una intuición que se configuraba como una posible categoría (expresable), pero que, en el fondo, era incomprensible (o cuasi-incomprensible). ¿Tenía algún significado eso de pesimismo utópico? ¿Era necesario que lo tuviera? ¿No estaba yo, acaso, frente a una forma distinta de conocimiento (conocimiento luciferino)?
Como dije, Blaga me ayudó a trazar el camino. Mas, si yo quería entenderme a mí mismo (sin importar, de inicio, que los demás me entendieran o que rieran cuando escuchaban cuál era mi propuesta) tenía que seguir caminando. Las categorías surgieron y evolucionaron, pero, la base, seguía escapándose; si alguien me hubiese preguntado qué era el pesimismo utópico, sólo hubiese podido balbucear mis intuiciones y una que otra tesis.
La búsqueda prosiguió varios años y no fue del todo infértil, pues un rompecabezas se va armando desde distintos ángulos, sin necesariamente un orden prefijado, para que, cuando menos te lo esperes, la imagen completa aparezca. Fue en el año 2015 cuando conocí a Leonardo da Jandra. Mikel Lecumberri, quien en ese momento colaboraba como parte del proyecto de los Filósofos Malditos (concebido por Diego Merino y por mí), contactó a Da Jandra para invitarlo a inaugurar uno de nuestros ciclos de conferencias. Entonces me di a la tarea de leer a este autor desconocido por mí hasta ese momento. Por supuesto, yo tenía otros libros pendientes relacionados con mis estudios, por lo que no fue sino hasta el 2017 que pude terminar gran parte de la obra de este filósofo mexicano. Varias cosas quedaron plasmadas en mí, pero entre ellas, otra de las pistas que justificaba mi teoría y la categoría que la definía.
En su libro Filosofía para desencantados (2014) Da Jandra nos presenta la teoría de los complementarios (conjunctio oppositorum en Plotino y coincidentia oppositorum en Nicolás de Cusa), la cual opone a la teoría de la contradicción. La premisa básica es que la historia de la filosofía ha transcurrido adoptando una u otra (algo similar a la dualidad del conocimiento luciferino y el paradisíaco). “En la filosofía hay una marcada disyunción entre los partidarios de la complementariedad y los de de la contradicción. Los primeros tienen una clara raigambre mística y están a favor de la no dualidad […] Los segundos escinden el mundo y lo convierten en una arena de confrontaciones duales […] todo lo existente forma parte de una contradictoriedad permanente e irresoluble” (40).
Una de las tesis de Da Jandra es que las culturas belicosas tienden a la teoría de la contradicción y el ejemplo paradigmático de esto es Alemania. Una cultura con orígenes guerreros de la cual surgen las visiones dialécticas de Hegel y Marx. Y de este último con especial énfasis cuando hablamos de una dialéctica que pone su epicentro histórico en la lucha de clases (41). Lo mismo sucede con Adorno, quien, al concebir su dialéctica negativa, plantea lo siguiente: “La búsqueda de unificación de los contrarios no es un esfuerzo siempre insatisfecho que al final halle su compensación, sino una pretensión ingenua e inexperta” (41). De este modo, la teoría de la contradicción, enmarcada por una dialéctica negativa, pone de relieve la confrontación y la violencia, tanto a nivel lingüístico-conceptual, como a nivel ético y político.
Por su parte, la teoría de los complementarios busca la concordancia, pues “no se trata de que uno de los extremos de la confrontación triunfe sobre el otro1, lo que aquí se busca y se ensaya es el intento de alcanzar un acuerdo armonizador de las diferencias, que evite la confrontación violenta que propicia siempre desenlaces autoritarios” (42). De esta manera, desde el yo y el otro, lo público y lo privado, el consciente y el inconsciente, la burguesía y el proletariado o el pesimismo y el optimismo, existen puentes de complementación que tienden lazos de comprensión y construcción. No es uno o el otro, sino uno y el otro o, mejor, uno que es uno en tanto que es el otro. Por ejemplo, la dualidad consciente-inconsciente que Freud creía imposible de conciliar, fue abordada por Jung desde la noción del “tercero que concilia”. Esto se puede verificar en la carta que Jung envía a la señora Frobe y que reproduzco a continuación:
Querida señora Frobe:
No hay solución, sólo cabe tener paciencia con los opuestos, que provienen al fin y al cabo de su propia naturaleza. Usted misma es un conflicto que se enfurece en y contra sí mismo, a fin de fundir en el fuego del sufrimiento sus sustancias incompatibles, lo masculino y lo femenino, y crear así esa forma fija e inalterable que es la meta de la vida. Todo el mundo pasa por ese trance, consciente o inconscientemente, voluntariamente o por la fuerza. Estamos crucificados entre los opuestos y librados al tormento hasta que tome forma el “tercero que concilia”. No dude de que los dos lados que alberga en su interior merecen la pena, y deje que lo que vaya a suceder suceda, sea lo que sea. El conflicto, en apariencia insoportable, es la demostración del valor de su vida.
Mi más cordial saludo,
C. G. Jung (en Richard Tarnas, 2009: 405)
La posibilidad de concebir esto se debía a los estudios alquímicos que Jung desarrolló, algo que no se hallaba en la lógica racional deudora de la Modernidad. El propio Jámblico “había planteado, como opción conciliatoria de los contrarios, la existencia de un término medio que superaba-conllevaba las determinaciones confrontativas” (Da Jandra: 43). De la misma manera, Alan Watts, haciendo uso del ji-ji-mu-ge zen, “explica la interdependencia existente entre todas las cosas y todos los acontecimientos” (44-45). Y es que la Modernidad europea (latino-germánica) trazó una línea divisoria absoluta entre la ciencia (razón y la fe/sentimiento, entre el Logos y el Mithos. Clave es la afirmación de Pascal (2012): “el corazón tiene sus razones que la razón no conoce; lo sabemos por mil cosas” (423). En un primer momento y, a un nivel meramente lógico, parece que esta frase parte de la contradicción de dos facultades, mas, profundizando en ella a partir de la semántica, vemos un común denominador (el término razón). Sí, el corazón y la razón son cosas distintas (aparentemente2), pero ambas tienen razones, aunque las razones del corazón las desconoce la razón (lo cual no quiere decir que no pueda llegar a conocerlas).
Uno de los esfuerzos del pesimismo, en sus orígenes con Schopenhauer, fue el de deslindarse de esta visión que privilegiaba a la Razón (Logos) sobre todo lo demás. El pesimismo dio, entonces, impulso al Entendimiento, a la Intuición y al Sentimiento3, pero, yéndose al otro extremo, terminó por cometer los mismos fallos metafísicos (maniqueísmo: optimismo vs. pesimismo), tanto a nivel epistemológico (razón vs. intuición), como a nivel ético (individualismo vs. cosmocentrismo). Pero, lo que es de admirar, es la sospecha sobre la razón. No es de extrañarse que dos de los llamados “padres de la sospecha” (Nietzsche y Freud) partan de Schopenhauer, al igual que el propio Jung, quien fue su asiduo lector. De hecho, forzando un poco la interpretación que hago de Schopenhauer, podemos encontrar en su solución ascética algo que, en las tradiciones orientales, se llama “mente no-dual” (Ken Wilber, 1996: 301), lo cual es la palabra místico-espiritual para designar a la teoría de la complementariedad. Este tal vez fuera un atisbo no-consciente del padre del pesimismo, pero una pista valiosísima para nosotros.
Al menos es de ahí de donde parte el pesimismo utópico, de la posibilidad de erigirse sobre una teoría de la complementariedad. Y es que pesimismo y utopía no son extremos que se enfrenten a muerte con la subsecuente victoria de uno de los dos, sino que son esferas que se sincronizan en torno a los individuos y a las sociedades. Una metáfora perfecta sería la del símbolo del teatro: la máscara sonriente (comedia) y la máscara triste (tragedia). La vida, la realidad de los seres humanos se da en los mismos planos, uno sonriente, lleno de vida, de esperanza, de jovialidad y otro triste, en el que impera el absurdo, el dolor, el llanto. No se trata de decir si este mundo es bueno o malo, se trata de entender que es ambos (y ninguno). Y es que, aunque cada uno sea autónomo en tiempo y forma, son codependientes en su estructura metafísico-ontológica.
Por eso, debemos dar un paso más. En una conferencia dictada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero (2018), con motivo de los 142 años de la muerte de P. Mainländer, en la cual hago una relectura de este filósofo alemán desde el pesimismo utópico, digo lo siguiente:
De esta manera el pesimismo utópico también se asume como superador del maniqueísmo, pues no se trata de ver sólo lo obscuro de la existencia, ni tampoco de asumir una “esperanza” burda como la del optimismo, sino mas bien de admitir la existencia de los dos en cada uno y de cada uno en el otro, no para reconciliarlos, sino para asumirlos en toda su contrariedad y gravedad, lo que tal vez es su complementariedad. Lo mismo que el símbolo taoísta del yin-yang, en el cual confluyen los dos principios de la vida, pero nunca con-fundiéndose. Eso mismo representa el pesimismo utópico, la posibilidad de que las afirmaciones: “éste es el peor de los mundos posibles” y “la utopía es posible” confluyan sin estorbarse. Tal como el cielo de la noche, que sólo en su negrura es capaz de regalarnos la luz de las estrellas. Las estrellas no son el cielo negro y éste no es las estrellas. Cada uno tiene su propia realidad, muy distante por cierto, pero se pintan, una vez al día, en el mismo lienzo.
De esta manera me parece haber llevado a sus últimas consecuencias el planteamiento de mi Maestro Leonardo Da Jandra. Y es que no sólo se trata de decidir y asumir o la teoría de la complementariedad o la teoría de la contradicción (disyunción exclusiva), sino que el asumir la teoría de la complementariedad implica aplicar sus propios preceptos sobre la disyunción anterior, esto es, también es posible complementar la teoría de la contradicción y la complementariedad.
Referencias Bibliográficas
– Blaga, Lucian. (1983). Trilogia Cunoasterii. Romania: Minerva.
– Da Jandra, Leonardo. (2014). Filosofía para desencantados. España: Atalanta.
– Pascal, Blais. (2012). Pensamientos. Madrid, España: Ed. Gredos.
– Tarnas, Richard. (2009). Cosmos y Psique. España: Atalanta.
– Wilber, Ken. (1996). Breve historia de todas las cosas. España: Kairós.