El pasado 23 de abril, Francia tuvo la primera ronda de las elecciones presidenciales más delicadas de las últimas décadas –la frase es trillada, pero acaso nunca tan sincera–. Emmanuel Macron (centro) y Marine le Pen (derecha) fueron elegidos, no habiendo alcanzado ninguno el 50% de los votos, para contender en una segunda ronda. El mismo domingo se celebró el día mundial del libro, otra efeméride que nos recuerda el gusto humano por celebrar a los muertos despreciados en vida. Aprovecho la coincidencia para hablar de las elecciones en Francia a través de un libro: El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
Pocos hombres han acusado una vida de migraciones obligadas como la que vivió Karl Marx. Este pequeño éxodo –por algo Marx venía de una familia judía– inició en 1843 cuando, orillado por el acoso político a su Gaceta Renana, se trasladó a París con su familia. Fue ahí donde inició su amistad con Friedrich Engels y dio luz a algunas de sus páginas menos conocidas pero más ilustradoras. Si bien la estancia fue corta –expulsado de Francia en 1845 a petición del Rey de Prusia–, la imagen de París, sus revoluciones y sus napoleones, lo acompañarían hasta el final de sus días. Y de igual manera, la imagen de Marx habrá de acompañar a Francia hasta su final.
El 18 Brumario –tal era la fecha marcada en el calendario revolucionario el día que Napoleón I tomó el poder en 1799– es una pequeña obra maestra que engloba el genio y la erudición de Marx, así como sus esperanzas y sus errores. Compacta e intensa, la obra se mueve entre el análisis histórico y la crónica periodística, rascando por debajo de los acontecimientos que median entre la revolución de febrero de 1848 hasta el golpe de estado de 1851, para explicar los motivos que llevaron a Napoleón III al poder, dando fin a la segunda y efímera República francesa. 52 años antes Napoleón I había acabado con la Primera República y con ella cerraba el periodo de la Revolución Francesa y la primera República. La revolución había fracasado dos veces, “una vez como tragedia y otra como farsa”. Pero para Marx, borracho de socialismo, esto sólo era un paso necesario para que el poder burgués, concentrado en un solo hombre, cayera de una vez y para siempre.
A 165 años de la publicación del Brumario, el escenario político francés pinta una cara diferente a los días de Luis Napoleón, pero aún hoy el análisis de Marx tiene algo que decirnos. Hay que reconocer, por principio, que ahora como entonces los intereses económicos de clases sociales se mueven por debajo del discurso político, hecho patente en el la distinción de izquierdas, centros y derechas que se definen menos por un ideario político que por una tendencia económica. Ahora como entonces, la organización de la izquierda había sido barrida por su incapacidad para unificar un proyecto contra las promesas del liberalismo. La socialdemocracia nació en aquella coyuntura como un pacto absurdo entre las masas confundidas y la pequeña burguesía desesperada. A causa de su tibieza, el fracaso era inminente frente a la burguesía conservadora que terminaría por ser derrotada a su vez por Luis Bonaparte. El pasado domingo la socialdemocracia cedió su lugar para que el pragmatismo de Macron se enfrentara al conservadurismo de Le Pen. ¿Sucumbirá también este pragmatismo tildado no de tibio, pero sí de ambiguo? El proyecto de Macron, es verdad, es una mezcla poco ortodoxa de liberalismo con buenas intenciones, y mucho carisma. El de Le Pen, simplemente una pesadilla a la Trump. Los “expertos” creen que un triunfo de Le Pen el próximo 7 de mayo es poco probable, pero creían lo mismo sobre Trump y el Brexit. Esperemos que no se equivoquen esta vez.
Marx fue engañado por su deseo de ver una victoria inminente de la revolución y el proletariado, era solo cuestión de tiempo. Esto lo llevó a ignorar el poder del nacionalismo para moldear la conciencia, la cual suponía propia de la clase más que de la nación, y en todo caso menos importante que las condiciones materiales objetivas que mueven la historia. El exacerbado nacionalismo de finales del siglo XIX frenó, sino es que destruyó, las pretensiones científicas del marxismo. Hoy el nacionalismo está con Le Pen, y por tanto el miedo y odio también. No hay, por otro lado, un falso Napoleón a la vista que pueda encumbrarse por la coyuntura –a menos que esté observando con sigilo desde Rusia–. Lo que no está en duda es que vivimos un fracaso más de las promesas del socialismo, cuya revolución no ha encontrado ni su porvenir ni su poesía.