Frases filosóficas de la novela El hombre soberbio, de Leonardo da Jandra (Malpaso, 2019)
El Hombre Soberbio, Aristobul, Amonio, Uno y Dos, Aqua y el Narrador-biógrafo, personajes de la novela El hombre soberbio, son los autores de las frases filosóficas y críticas que acompañan esta selección. De un estilo aforístico, estas frases son comprendidas fuera de su contexto, pues proponen ideas y pensamientos sobre el amor, la muerte, la libertad, la soberbia, la desobediencia, el espíritu, el poder y el mal, y quedan libres aquí de la narración, para que el lector pueda aproximarse a la lectura de la novela y sus postulados.
Estos pensamientos muestran rasgos de la personalidad del Hombre Soberbio, el héroe de la novela, y desde ellos podemos juzgar sus proezas y su actitud soberbia, que será atemperada con mensajes espirituales de luz.
Esta historia, dice su autor, es un entramado mitológico, filosófico y científico. Y como los rayos de luz que nos iluminan directo a los ojos, primero nos deslumbran y después nos permiten ver la naturaleza de las cosas.
El mal se destruye a sí mismo.
Ninguna conciencia superior se regodea en el castigo o la destrucción de sus enemigos.
La ira, es bien sabido por todos los seres autoconscientes, emana de manera desigual de un cuerpo débil que de uno fuerte; en el primer caso nos produce lástima; en el segundo nos predispone a un temor admirativo.
A tales vocablos imperativos puede llamárseles con toda propiedad planetarios, porque constituyen el núcleo lingüístico del incipiente Estado planetario. Y una de esas expresiones genuinas es el sustantivo gloria, que ha sido desvirtuado por el culto usurpador al vulgar vocablo éxito.
Incluso los ciudadanos menos cultivados saben que la gloria no se obtiene por cocinar, jugar, cantar o actuar —como ha venido sucediendo en todos los tiempos de decadencia signados por el culto al éxito—, sino por una proeza épica.
Y si ser digno de gloria es tarea heroica, el perderla es uno de los mayores castigos concebibles, pues no hay grandeza que en su caída no convoque al desprecio colectivo.
Solo en la adversidad alcanza el hombre la grandeza.
Concedámosle a nuestros dignos representantes el poder y la autonomía que su cargo amerita; pero cuando caiga alguno de ellos por inmoral, concentremos sobre él nuestro absoluto desprecio.
Todo ciudadano tiene derecho a hacer de su vida lo que quiera, siempre que no dañe a otro.
A veces, la historia de la humanidad parece comportarse de manera irracional y azarosa; pero nada de lo que es decisivo para el desarrollo de la conciencia cósmica desaparece.
Más que ningún género, educación, regla o casta, lo que separa radicalmente a los seres humanos es la edad, la irrevocable condena de tener dos visiones confrontadas: la de ida y la de regreso.
La ambición y lo despreciable mueren por su propio exceso.
Es la mente quien ama, no el cuerpo.
Ante el éxito y la muerte todos somos principiantes.
¡La lascivia es un puñal de luz lanzado por el ojo!
No queremos obediencia ciega ni orden vertical incuestionable, sino autodeterminación.
El poder tiende de manera natural a transformar el bien en daño.
¡Los ojos ignorantes desprecian lo que no pueden entender, y el oído oye, pero no puede discernir!
Yo proclamo que los que celebran con gran aparato los vicios atraen irremediablemente las desgracias, y los que persisten en llorar las desgracias se condenan a atraerlas.
¿No es la rebeldía la forma de intolerancia más rencorosa y destructiva? ¿Y no son precisamente los intolerantes los que dan pie a toda rebeldía?
El éxito y la opinión pública son tan etéreos e insustanciales que se pueden colgar de un solo hilo de araña.
La única virtud del poder es que ridiculiza a los demás vicios.
Solo pueden entender las cosas del cielo quienes han renunciado a poseer las de la Tierra.
Si ignoramos lo que somos, menos sabremos lo que podemos llegar a ser.
Los tribunos de la plebe que creen en sus propias mentiras jamás darán crédito a las verdades ajenas.
La ingratitud es la moneda corriente de los funcionarios inmorales, y gusta acompañarse de unas mentes soberbias y de corazones de hielo.
¡Bestias insaciables, no hagáis que el sol se lamente por haberos calentado!
El ostracismo, solo los muy necios pueden dejar de reconocerlo, es una de las expresiones más irracionales e injustas de un Estado que aún no ha alcanzado su mayoría de edad o ya está en franca decadencia.
Vemos en tu mente tu aspiración a lo sublime, mas estás errado de origen si piensas que el conocimiento por sí mismo te habrá de dar mayor sabiduría. Apréndelo de una vez: sin los valores morales y espirituales que crecen ayudando a los demás, serás presa cierta de la soberbia y de la tiranía que tanto crees despreciar.
Nada más natural al aprendiz de filósofo que generar dudas.
Águila, azor o neblí, el vuelo de la mente necesita descender con humildad en la acuciante vida diaria para aceptar la sumisión a un mandato superior. Los que no lo hacen se condenan sin remedio a transformar el vuelo en vida reptante.
Pero si algo ha mostrado en demasía la historia humana es que el orden extremo y las restricciones a la conducta del individuo concitan fatalmente a la rebelión.
La soberbia y la violencia son plantas que parasitan la rama muerta que las sostiene.
La tarea del hombre sabio no debe limitarse a buscar el bien propio, sino también a remediar el mal ajeno.
Las palabras amistosas son como los buenos amigos: carecen de dobleces; y la mejor relación es aquella donde no hay dobleces.
Las acciones violentas, aun en el triunfo, no deben ser objeto de veneración, pues incentivan la irracionalidad que combaten.
Cuando todos quieren mandar y ninguno obedecer, es inevitable la anarquía.
Todo desborde desprecia su propio cauce.
Recuerda esta última lección, miserable demagogo: es el conocimiento y no la tripa satisfecha la que hace a los hombres libres y con derechos iguales.
Sin el sacrificio de la libertad no puede haber héroes, y sin héroes no hay tragedia.
De la célula al individuo y del individuo a la sociedad se dibujaba un claro camino evolutivo, el tránsito fascinante de la conciencia hacia el dominio de la energía. En el fondo, los humanos tan solo eran conjuntos de micropartículas en movimiento, como los miles de millones de átomos que pululan en una gota de agua. ¡Y cuánto daño se podía ocasionar al cargar esa energía con rencores envidiosos o vengativos!
La libertad no tiene ningún sentido si no es para el bien común.
Todas las guerras son absurdas. Lo único que cambia es la perspectiva: quién ataca y quién se defiende.
Las guerras sin fin en que vivieron las generaciones pasadas representan la mayor aberración que se puede concebir en un proceso civilizador. Ninguna forma de razón puede justificar ni permitir el absurdo exterminio de los mejores ocasionado por las guerras.
Los necios solo reconocen el daño cuando ya es irreparable.
No hay un solo invento humano cuyo exceso no transforme el bien en daño.
La relación de pareja, además de constituir la base de todo proceso civilizador, es tal vez el mayor logro del libre albedrío humano: poder escoger a la persona que amas.
El que recibe los dones más grandes de manera gratuita, los pierde de manera gratuita.