Nicolás Gómez Dávila ha pasado en los últimos años de ser considerado un hallazgo del pensamiento latinoamericano a ser una lectura obligada y un punto de debate ineludible, de incómodo producto de las letras y la sociedad colombiana a tema de estudio y discusión académica. Su obra circula hoy en distintas lenguas y despierta el interés y la incomodidad de sus lectores en el mundo moderno, un mundo que se dedicó a criticar con radicalidad.
Nacido (Bogotá, Colombia, 1913-1994) en el seno de una familia pudiente y arropado por privilegios de rango y riqueza, Gómez Dávila construyó durante su vida una relación estrecha y vital con su entorno, a la cual se suman la sabana de Bogotá y los lugares de Europa en los que recibió una educación básica con tutores privados. Hombre de pocos viajes; fue un ser que recorrió los mundos que el pensamiento le ofrecía; habitó una biblioteca que constituyó como su hogar —y el de su familia— por más de medio siglo.
Gómez Dávila es conocido principalmente por sus Escolios a un texto implícito; ahí ofrece una forma de escritura fragmentaria, en la que se consigue una relación especial entre la idea y su formulación discursiva, el sonido y el ritmo. En una especial conjunción entre literatura y filosofía, el pensador colombiano ha llevado la frase castellana a un altísimo nivel de contundencia y precisión. El pensamiento no existe independiente de su expresión lingüística; el trabajo del escritor es luchar con su lengua y explotar sus posibilidades expresivas: el modo en que la idea puede encarnarse mejor en la frase. Gómez Dávila fue construyendo sus aforismos en busca de una forma de escritura que fuese compatible con sus talentos y disposiciones, con su búsqueda empecinada de la lucidez: la tarea de ennoblecer su vida por medio del pensamiento, la lectura y la escritura.
La obra de Gómez Dávila es la de un lector, de un autodidacta, de un hombre que demandó de sí un esfuerzo de perfeccionamiento según las exigencias de la experiencia religiosa católica. Estas categorías por sí mismas no explican ni la naturaleza de su obra ni la singularidad de su pensamiento, antes bien, plantean preguntas profundas. La más difícil de las categorías con las que se identifica a este autor es la denominación de “reaccionario”. Se trata tanto de una categoría política como intelectual.
El primer libro de Gómez Dávila se editó e imprimió en México en 1954 por gestiones de su hermano Ignacio; se trató de una edición privada que sólo algunos amigos pudieron leer. Gómez Dávila no quiso reeditarla en vida, por lo cual el libro estuvo disponible al público en el 2003. Este trabajo renegado, sin embargo, resulta crucial para comprender las búsquedas escriturales e intelectuales de Gómez Dávila. Se trata de un conjunto discontinuo de anotaciones sobre temas diversos, sin un plan que lo ordene; breves fragmentos sobre todo tipo de asuntos: el interés de frases diáfanas, contundentes, cuya sonoridad basta para hacer manifiesto el objeto: las ideas. Se trata, ante todo, del trabajo de un lector que se da a la meditación en búsqueda de lucidez y encuentra en ella el sustento que hace posible la vida misma.
La escritura de Notas presenta un Gómez Dávila en medio del proceso creativo en el que se alternan la lectura, la meditación y la escritura. Las glosas de extensión variable siguen un orden totalmente aleatorio, caprichoso tal vez; en ocasiones podemos seguir la meditación por varias páginas seguidas. En la mayoría de los casos, sin embargo, encontramos la frase escueta y contundente, solitaria, sin antecedentes. En ocasiones, una breve seguidilla. Muchas de estas frases anotan los márgenes de alguna lectura —o la sintetizan—; se forja en ellas un método o un proceder filosófico que se compone de síntesis y alusiones que brindan su poder a un género que se juega la suerte de la relación entre pensamiento y escritura en el balance de la expresión.
En 1959 Gómez Dávila edita Textos I, que entregó a sus amigos como regalo privado y que sus lectores llegarían a leer comercialmente en el 2002. En este libro la escritura fragmentaria se concreta en diez textos breves en los que el cuidado del léxico y el ritmo de la prosa construyen el medio en que un pensamiento marca varios de sus derroteros fundamentales: se esboza una antropología filosófica, una filosofía de la conciencia, se elabora el dato religioso y la relación con Dios como eje de la condición humana, se explica el núcleo de la crítica reaccionaria a la democracia, se hace un breve comentario sobre la naturaleza de la novela, se interroga el problema de la historia, el problema del amor y la naturaleza de la Iglesia católica. La exposición de la crítica de la democracia como religión antropoteista ha despertado el interés de muchos lectores, pues uno de sus amigos registra en sus recuerdos que el propio Gómez Dávila le insinuó que lo que habría de llamarse luego “el texto implícito” era precisamente ese ensayo, el sexto de la obra.
Entre los años 50 y el final de la década de los 70 una nueva forma de escritura se fue formando en los cuadernos en que don Nicolás escribía con lápiz. En ellos fue progresando la escultura de la frase, el arte de la brevedad, la ironía y el humor. Gómez Dávila desarrolla varios temas obsesivamente —volviendo sobre ellos una y otra vez—: la crítica al mundo moderno, la historia, el arte, la crítica literaria, la filosofía y su historia, la religión con énfasis belicoso hacia la iglesia moderna. Los escolios están concebidos como referidos a un texto, un texto de importancia superior en cuyo margen se inscribiría una explicación o un comentario. Sin embargo, Gómez Dávila renuncia a declarar a qué texto se refiere, pues parte esencial de su expresión es que se realiza como alusión.
¿Qué significa para un pensador llamarse reaccionario? Los escolios vuelven sobre este tema una y otra vez. Gómez Dávila se inscribe en una tradición que parte de los pensadores contrarevolucionarios franceses.
Más que pertenecer a un movimiento, de lo que se trata es de seguir la línea de una afinidad espiritual e intelectual que distingue a quienes creen que la historia marcha hacia el progreso; por lo tanto, el deber del hombre es cooperar con aquellos.
El reaccionario reitera los fallos de la modernidad, testimonia su asco por el mundo y la vida que produce, deja constancia de que son otras las causas más nobles. El reaccionario desafía el consenso progresista, emite opiniones y sentencias que no pueden ser otra cosa que exabruptos para la mayoría de sus contemporáneos; pensamientos que generan insultos, incomodidad y rechazos en quienes de oídas conocen su oposición al progreso. El reaccionario es un desconocido o rechazado a priori por aquellos que no participan de su meditación. El reaccionario no argumenta, alude, muestra un talante y genera en sus interlocutores posibles un guiño y una complicidad.
Gómez Dávila publicó sus escolios en editoriales institucionales colombianas en 1977, 1982 y 1992. Aparecerán ante los lectores como una especie de anomalía con respecto a su época y a su cultura, no sólo alejados de todas las tendencias de su tiempo, sino en franca opo-sición a lo más celebrado por las masas. Este pensador presenta su voz franca y desde sus textos dibuja una inteligente sonrisa. También escribió un ensayo sobre la naturaleza del derecho, De lure, y el texto póstumo El reaccionario auténtico.
ANTOLOGÍA MÍNIMA
El romanticismo es el balbuceo adolescente de la reacción; la reacción es dicción adulta del romanticismo.
La conciencia de sus antinomias ampara al espíritu contra el hechizo de grotescas armonías.
El catolicismo, aún para el extraño, es más que una secta cristiana.
El catolicismo es la civilización del cristiano.
Llamar obsoleto lo que meramente dejó de ser inteligible es un error vulgar.
El escepticismo salva la fe de las especulaciones con que se ridiculiza.
Cuidémonos de irrespetar al que posee la estupidez necesaria al correcto funcionamiento de las instituciones.
O el hombre tiene derechos, o el pueblo es soberano.
La aseveración simultánea de dos tesis que se excluyen recíprocamente es lo que han llamado liberalismo.
No basta disentir para acertar; si bien hoy para errar basta consentir.
Los problemas se reparten en clases sociales.
Hay problemas nobles, problemas plebeyos e innúmeros problemas de medio pelo.
Olvida tus demostraciones.
No escucho tu prédica, sino tu voz.