Existe una filosofía de la desesperación que podría resumirse en lo siguiente: los hombres que aún respiramos nos hemos acostumbrado a los cadáveres y no sabemos cómo enterrarlos ni qué provecho lograremos obtener de ellos. De la Ilustración solemos tomar las consignas o las maneras, pero olvidamos su sentido de renovación humana. La conciencia histórica se ha tornado en conciencia de la desesperación: los extensos tomos de filosofía que escribieron los más grandes deportistas intelectuales del pasado se exhiben en vitrinas olvidadas —aun cuando éstas sean vitrinas electrónicas— como animales disecados y extraños de los que nos sentimos orgullosos sin conocer siquiera las razones de nuestro orgullo. ¿Pero es posible valorar lo que no se conoce? ¿O sólo somos capaces de admirar la hazaña vacía y sin contenido, la fuerza sin dirección? La apatía de una ilustración cansada de bregar en el vacío y la dispersión de los valores no nos hablan ya de un amor a la sabiduría, los únicos que han conseguido hacer rendir frutos a la utopías son los consorcios comerciales que incluso han vuelto ingenua las noción de emancipación social.
Los obreros que Marx se obstinaba en liberar al convertirlos en hombres conscientes de su historia y de su clase han descendido una escala en la evolución de la conciencia social: hoy esos obreros se han transformado y comunican sus deseos vía los medios como nunca antes hubiera podido imaginarse, pero no transmiten más que vocales asimiladas o códigos totalmente no determinados por ellos: ellos cargan el ataúd de la metáfora. No existe el individuo ilustrado o consciente a quien salvar de la alienación, ni de las tiranías políticas o de los poderes estatales: el incendio que propagó Rousseau está controlado y los reformadores marxistas que se incomodan ante el desvanecimiento de la utopía no encuentran terreno sólido en donde levantar el nuevo templo dedicado al bien social. En vez de una razón pura que dé fundamento a una filosofía capaz de competir con la ciencia y avanzar a su paso, se impone una razón cínica que narre los estragos de la imaginación histórica y encarne la risa de la muerte: una razón dispersa y cínica que se valga de la literatura, la burla y el arte desgarrado para contar la broma. A ello se avocó Peter Sloterdijk y escribió un libro, no con el propósito de dar nuevos cimientos o esperanzas al edificio de la filosofía, sino de permitir el relajamiento a un punto tal que nadie pudiera sentirse traicionado. La ansiedad o desesperación como un genuino método de la periferia que nos conduce a descubrir nuevamente las verdades elementales, el eterno retorno de las mismas verdades. Invocar el desenfado de Diógenes “el perro” y traer de nuevo a Nietzsche entre nosotros. Tal parece ser el objetivo del autor de Crítica de la razón cínica.
Son treinta años los que han pasado desde la publicación de Crítica de la razón cínica, libro que a su vez apareció cuando se cumplieron doscientos años de Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant. La alusión a ambas obras no es gratuita porque una trae a la filosofía el sueño científico de la ilustración, mientras que la otra es la precisa violación de todos los órdenes y la vuelta de la literatura y la imaginación lúdica a la filosofía. Lo primero que me gustaría decir acerca de esta obra es que permite una inmensa libertad a la interpretación y que su columna vertebral es plástica y movediza. Es la entrada a un bosque y a un laberinto cuyos senderos o pasadizos se entrelazan, cambian de orientación y de género: se trata tanto de una novela como de un abigarrado mosaico de la decadencia contemporánea. No es una obra pesimista, sino burlesca y además culta, que si bien renuncia a sumarse a la filosofía socialista e ilustradora, no por ello deja de ser una crítica de las perversiones económicas y culturales de nuestra época: si como pensaba Benjamin “la crítica es una cuestión de distancia correcta”, en este libro la distancia se disuelve en experiencia y acción: es la descripción del campo de batalla desde su centro mismo, ya que este filósofo alemán no mira la escaramuza a través de sus binoculares; al contrario, se involucra y asume una libertad propia del escritor que inventa sin un aparente objetivo. En la introducción del libro se lee lo siguiente: “Aunque parezca irónico, la meta del esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.” Naufragar para conocer, añadir el cuerpo a la idea, provocar un vértigo en este mundo de cuerpos reprimidos por su imaginación cadavérica y manipulada.
Es imposible tomar este libro como un todo o un sistema: he allí su resistencia; no obstante, quiero mencionar algunas notables aventuras que me sucedieron durante su lectura. La crítica a una comunicación enloquecida en la que se ha extraviado la posibilidad de valorar, desde cualquier prudencia moral, los supuestos contenidos que se transmiten: los medios lo abarcan todo porque no comprenden nada. Como el ingenuo que piensa que el mundo está circunscrito nada más a lo conocido por él mismo. Los medios son “los herederos de la enciclopedia y el circo”, escribe Sloterdijk. Este empirismo sin teoría que coloca en el mismo plano un terremoto o una violación sexual que un concurso de pasteles, nos habla de que la Ilustración no tuvo la fuerza o influencia suficientes para impedir que, una vez puesta en marcha la democracia, los hombres liberados regresaran alegremente a su estado primitivo: a ser de nuevo los niños que no comprenden la diferencia entre embarrarse crema batida o caca en el rostro.
Otra aventura memorable del libro despierta en la apología dedicada a Diógenes “el perro”, cuya escritura el mismo autor debió disfrutar mucho: “Su sugestivo éxito —el de Diógenes— depende de querer ser un maestro que no desea tener alumno alguno que lo imite.” Este cínico prefería a los rivales que a sus discípulos o imitadores. ¿Qué intenta decirnos Sloterdijk a la hora de hacer el elogio de esta desmesurada leyenda? Sospecho que se trata de una provocación: si la Ilustración, la Teoría Crítica o demás teorías sociales y sus respectivos movimientos políticos han fallado, entonces no nos queda más que ejercer la resignación que sugería Schopenhauer a la hora de enfrentarnos con el dominio de una voluntad que nos trasciende: solazarnos en los placeres del cuerpo, en la vagancia y en la indiferencia ante los poderes que tornan hostiles las comunidades humanas. En vez de asesinar a los tiranos opto por un suicidio discreto. La leyenda, extendida por sus seguidores, de que Diógenes se suicidó impidiendo él mismo su respiración posee un propósito evidente: fabricar un relato romántico sobre un hombre que elige él mismo su muerte y que además tiene un carácter decidido y ascético: todo lo contrario al hombre contem-poráneo, glotón, comunicado y estúpido.
Termino esta breve nota con una cita del libro en cuestión que dice: “La mayor de todas las desvergüenzas morales y, al mismo tiempo, la más inevitable de todas es la de ser un superviviente.” ¿Cómo puede vivirse entonces? Vía el cinismo y la mirada escéptica. Fiel a su temperamento nietzscheano, Peter Sloterdijk insiste, no tanto en desconfiar, sino más bien en cuestionar la oportunidad o sentido de continuar defendiendo los valores humanistas, morales y enciclopédicos de la Ilustración en un mundo enloquecido, analfabeta, mediatizado y entregado al poder como el nuestro. La célebre confrontación que tuvo con Habermas se ha debido en gran medida a esto: ¿es posible concluir en la actualidad con el esencial pro-pósito liberador y educador de la Ilustración? Habermas cree que esto es obligación aún de la filosofía y de los intelectuales. Yo sospecho que Sloterdijk simpatiza con esta idea, pero no guarda esperanzas al respecto. Crítica de la razón cínica es un libro de filosofía escrito de manera muy literaria, aunque su estilo nos puede resultar a veces farragoso, desordenado y rico en digresiones. Sobre todo para el gusto de aquellos lectores que desean ser amansados por un estilo claro, metódico o sistemático. La importancia del cuerpo y el placer, la preeminencia del desorden y la imaginación liberada, y la barroca genealogía de las ideas son sustancia de este libro que, desde mi opinión, es un respiro en la época oscura y contaminada que habitamos como una turba de zombis comunicados y amansados perros urbanos.