Argentina
07 de febrero del 2017

La infancia recordada y reescrita por adultos contamina todo rasgo de la inocencia primigenia con la que se creció. Hablar de los primeros años de vida de una persona se ha convertido en un ejercicio de nostalgia en el cine, una forma de narrativa donde lo que parece comprensible para los adultos es un planteamiento de vida o muerte ante los ojos del niño-adulto reconstruido y con ello, lo atroz retoma el rastro de humor con el que se miran los hechos ficcionados. Recordamos lo que fuimos, incluso puede parecernos increíble que hayamos sido niños en algún momento. La vergüenza o la alegría que esas memorias nos ocasionan a los que somos espectadores no es más que una imagen de humo que aparece después de un largo periodo de ausencia, hasta que por coincidencia, gusto o causalidad encontramos ese rastro de infancia perdida en una película.

Pocas veces volteo a ver a la América Latina en el cine, las razones aunque parezcan sencillas son duras para la industria fuera de los grandes consorcios: se produce poco y se distribuye con dificultades. Aun cuando las películas ganen varios premios, su alcance se cierra a pequeños círculos. Pero cuando los cineastas y el público sudamericano se encuentran, unas veces nos sentimos tan parecidos y algunas otras tan disímiles, que hasta las variantes del español revelan una forma de reconstrucción de identidad en cada región. Argentina es uno de esos países en que las diferencias van más allá del lenguaje.

Alejandro Agresti y Paula Markovicht, dos cineastas argentinos, retoman los temas de la infancia pérdida, uno con Valentín (2002) y la otra con El Premio (2011). Filmes contextualizados en el año 60 y el 77, obras aparentemente alejadas de los discursos panfletarios, pero con una postura política clara y tajante. En un caso vemos a Valentín -un niño con más cualidades de adulto que de infante- en la ciudad de Buenos Aires, y en el otro a Cecilia, que junto a su madre, huye constantemente de la dictadura. Ambas historias representaran dos caminos posibles a infancias truncadas por un contexto en crisis. Las memorias que emergen a partir de los ojos de los niños, pero reescritas muchos años después por cada director, plantean una necesidad de liberación, de perdón y reencuentro con el pasado, que a muchos años de dis-tancia parece todavía doloroso.

Al poco tiempo de iniciar las historias llegamos a apreciar enseguida a Valentín y a Ceci, como si ellos fueran parte de la infancia propia que recordamos, dos actores que por su naturalidad nos hacen olvidar la ficción. Alejandro Agresti, recrea a un niño-adulto que filosofa en torno a sus tragedias: no tener una mamá, perder a sus abuelos y enfrentar a un padre colérico. Paula, va más allá de la voz en off de su compatriota, su protagonista juega, llora, hace berrinches, aprende a mentir para no poner en riesgo a su ínfima familia. Los relatos son de tonos distintos, uno de excelsa comicidad y la otra con el peso de esconderse en la tragedia del silencio; Paula Galinelli (Cecilia) en El Premio tiene el gran mérito de ser verdadera, es decir, su inexperiencia ante una cámara resalta una textura documental, la misma directora reconoce la suerte y el mérito de trabajar con las niñas que eligió, pues algunas escenas parecen llevadas por ellas cuando juegan en la playa y en las inclemencias del clima, a diferencia de Rodrigo Noya (Valentín), que en medio de música pop, una voz en off muy adulta y un traje de astronauta, nos hace reír con ironía y humor, sin las acostumbradas sensiblerías. Dada su frescura, los pequeños fueron nominados como revelaciones y mejores actores de los filmes.

Alejandro Agresti sugiere un ideal, en su película un sacerdote habla de una muerte en Bolivia, se refiere a Ernesto Guevara. Paula Markovicht regresa al mismo lugar donde creció (San Clemente del Tuyú): en la escuela de Ceci el ejército promueve un concurso patriótico; ganar un premio en épocas de dictadura no es señal de algo bueno.

Valentín obtuvo dos premios del público en El Festival de los Cines y Culturas de América Latina y el Festival de Sevilla, así como el premio del jurado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, probablemente gracias a ésta y a sus anteriores direcciones, Agresti saltó a las grandes industrias en Estados Unidos, un camino que regularmente se les reprocha a los directores latinoamericanos, que en lugar de resistir en la industria independiente, se unen a los monstruos transnacionales.

El caso del El Premio es curioso, pues aunque su historia se desarrolla en Argentina, se produjo con recursos del Instituto Mexicano de Cinematografía en colaboración con otros países, sin un peso argentino, ya que su directora reside en México desde hace veinte años y se ha desarrollado como guionista con notoria presencia en producciones nacionales. La película fue reconocida en 2011 con dos Osos de Plata en el Festival de Cine de Berlín; ganó premios de Mejor Largometraje en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, y como Mejor Largometraje Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y en el Festival Internacional de Cine de Morelia, además de que en 2013 se llevó el Ariel a Mejor Película.

Alejandro y Paula son dos directores que eligen caminos distintos, incluso pareciera que son contrarios. En una entrevista Paula Marko- vicht habla sobre la distribución y producción de su ópera prima en su país natal: “De hecho, no tengo distribución ahí. Creo que es fuerte que esta película no sea argentina. Yo apoyo mucho al gobierno argentino, es un gobierno con el que me siento muy afín y que está a favor de los derechos humanos. En ese contexto, que no hayan apoyado a esta película es como delirante. No sé, a lo mejor tuve mala suerte. O a lo mejor hay en la sociedad argentina algo un poquito expulsivo. Por ejemplo, hay reglamentaciones concretas que logran que si tú no vives ahí se te complique la financiación”.1

En el arte cinematográfico cada creador desarrolla su capacidad creativa de acuerdo a sus posibilidades y cada país como ofrece oportunidades para ello, también puede aplicar enérgicamente sus limitantes.

  1. Acevedo Kanopa Agustín. (2012). Entrevista a Paula Markovitch, directora de El premio. (Consultado: 26/10/2013 http://elpijamadehepburn. blogspot.mx/2012/04/entrevista-paula-marko- vitch-directora.html)

Viridiana Choy

Oaxaca, 1983. Estudió Ciencias de la Comunicación. Es colaboradora de la revista Avispero y actualmente reside y estudia en Nueva York.

Fotografía de Viridiana Choy

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