Un buen promotor de lectura es aquél que está ahí para guiar al lector a tomar el libro indicado y hacer un mapa más exacto de su experiencia. ¿El pediatra en cuestión podrá realizar tal hazaña desde su escritorio?
Hace algunas semanas, sentada en el jardín de mi casa, leía el periódico con mi escepticismo matutino, cuando encontré la noticia sobre un risible programa de fomento a la lectura que consiste en convertir a los pediatras en promotores de lectura con el sólo hecho de recetar el título de un libro a su paciente para que éste lo lea en alguna biblioteca pública. Y me pregunto ¿quién es el creador de tan ridícula propuesta? Sólo un cretino podría pensar que el buen promotor es aquél que receta libros y eso es todo.
“Leer para estar bien” forma parte de la iniciativa de promoción a la lectura LeerMX, dirigida por el Consejo Nacional de la Comunicación, y que en colaboración con varios organismos de atención pediátrica, se ha puesto en marcha desde el pasado mes de junio. Es evidente que esta estrategia carece de pericia para formar lectores, ya que la idea que tienen sobre lo que hace el promotor es bastante errónea y patética. Lo indicado sería comenzar por ahí y formularse ¿qué es un promotor de lectura? Es el lector profesional que crea estrategias para ayudar a formar nuevos lectores y que éstos descubran las bondades del libro; lo que mueve al buen promotor no es un imperativo, sino un deseo, un gusto por compartir aquellas experiencias que vivió en carne propia tras la lectura de un cuento, un poema, una novela. Un buen promotor de lectura es aquél que está ahí para guiar al lector a tomar el libro indicado y hacer un mapa más exacto de su experiencia. ¿El pediatra en cuestión podrá realizar tal hazaña desde su escritorio?
La idea de hacer del consultorio un espacio dónde los niños tengan contacto con las historias no es reprobable cuando hablamos de un mundo habituado a la lectura. Si todas las salas de espera de este país tuvieran libros en vez de revistas de chismes sobre vidas ordinarias, tal vez podríamos pensar en contribuir en hacer salas de espera con animación a la lectura. Sin embargo, en México se leen en promedio menos de cinco libros al año, lo que me hace desconfiar de la figura del pediatra, pues ¿formará él parte de ese porcentaje de no lectores o será un lector asiduo, competente para dirigir tal empresa? ¿Dónde quedamos nosotros, los que nos dedicamos de lleno a la lectura? La campaña “Leer para estar bien” muestra su incongruencia al planificar todo un programa sin una sola presencia de alguien que predique con el ejemplo. Los actores de comedia barata que aparecen en televisión abierta no son ni serán un modelo a seguir si lo único que hacen es repetir como urracas: “Lee veinte minutos al día. Leer te hace mejor.” ¡¿Mejor qué?!, ¿mentiroso?
La justificación principal detrás de este proyecto es que más de mil niños visitan al año el consultorio pediátrico, lo cual parece ser una buena excusa para invitar a leer. Si nos permitiéramos utilizar el mismo tipo de razonamiento para crear otro programa de lectura, ¿cuántos personas visitan un centro comercial diariamente?
Al final, no me sorprende que estas seudocampañas estén mal planificadas y sirvan como un título de renombre para la empresa. Pero sí me impresiona el grado de estupidez con la que pretenden engañarnos. Parece que sus veinte minutos no pasan de ser un intento falaz de la televisión por limpiar su mala conciencia, tras horas de contenidos chatarra que nublan la mente, dejándola inútil para sentir la lectura, y la vida también.