Mujeres
29 de octubre del 2018

La literatura de Italia, en sus vaivenes, producto de la historia, es diversa y prodigiosa. El ansia viajera del pueblo italiano se ha mezclado con manifestaciones culturales de diversas geografías, lo que ha generado productos literarios que se mantienen vigentes para los lectores de todo el mundo. Las páginas del Orlando furioso (1532) de Ludovico Ariosto, lo mismo que ese gran fresco narrativo que son Los novios (1827) de Alessandro Manzoni, se buscan con interés porque dieron vida a personajes que se rehúsan a salir de la memoria colectiva. En Italia la poesía, el teatro y la narrativa mantienen un sitio privilegiado en las actividades artísticas y culturales de la península, y ésta es una geografía que siempre tiene alguna aportación relevante, sea por su alta temperatura en la innovación o sea porque logra desbalancear un entorno cultural que se imaginaba en perfecto equilibrio.

Así que debido a ese carácter múltiple y camaleónico, la literatura de Italia nunca es menos —como producto para exportar— en el concierto de las letras europeas. Las mesas de novedades de los países occidentales siempre cuentan con algún rescate o con alguna reedición de obra, que se ofrecen en nuevas traducciones a los lectores. Recientemente, Roberto Saviano (1979) ha ganado notoriedad por su retrato del negocio de la droga en Nápoles, una de las ciudades italianas más golpeadas por el crimen organizado y la falta de oportunidades para el desarrollo personal y social. Por la publicación de sus libros, Saviano ha sido amenazado de muerte por los carteles de la droga, pero el Estado italiano le procura seguridad personal para evitar una fatalidad. Esta espectacularidad mediática de lo escrito por Saviano contrasta con la efectividad de los libros de dos autoras italianas contemporáneas: Natalia Ginzburg (1916-1991) y —cincuenta años más joven— Melania G. Mazzucco (1966).

La de Ginzburg es una obra que se frecuenta y se traduce de manera regular, mientras que la de Mazzucco empieza a ser conocida fuera de las fronteras de Italia. Cuando muere Ginzburg, Mazzucco tenía veinticinco años y ya había decidido convertirse en escritora. La obra de ambas autoras es de lo mejor que puede leerse en la actualidad, debido a que la preocupación social y la búsqueda interior se conjugan para lograr mosaicos narrativos de enorme relevancia. Para fortuna de los lectores, las obras más importantes de las dos escritoras pueden hallarse traducidas al español, con lo cual se facilita el contacto con dos modos de retratar la situación actual de Italia, país que logra reponerse de las pérdidas provocadas por el fascismo durante la primera mitad del siglo XX, que padece el terrorismo de las Brigadas Rojas (1969-1987) y que, finalmente, anda su camino hacia la integración europea que, no obstante, ya da sus primeras muestras de cansancio.

La narrativa de Natalia Ginzburg es preciosista aunque de registro adusto. Le preocupa contar historias y, además, hacerlo del mejor modo posible. De ahí que la transparencia en la expresión, así como elegir la palabra más usual, sean elementos imprescindibles para lograr una narrativa que no sólo permite la frecuencia sino que la estimula. Intelectual de izquierda, ligada a la editorial Einaudi, una de las más importantes de Italia y, eventualmente, diputada en el Parlamento por el Partido Comunista Italiano (PCI), la carrera de Ginzburg fue tan vertiginosa como inquietante. Pese a la amplitud de su obra, encuentro en las páginas de Y eso fue lo que pasó (Acantilado, 2016), prologada con generosidad por Italo Calvino, gran parte del abanico de sus preocupaciones —la situación de la mujer, la importancia del dinero, el aparato de administración de justicia, etcétera— reunidas en un solo volumen. Y es que en la línea de apertura una mujer confiesa que disparó a su marido en la frente, justo en medio de los ojos. Las razones, una a una, las relatará a lo largo de las páginas, que van de los malos tratos a las infidelidades de su marido. Esto es: la angustia que provoca el hecho de ser mujer en un mundo de hombres.

La sociedad italiana, quizá por la herencia católica, es una de las más conservadoras de la órbita occidental. Y por conservadora, machista. Las enseñanzas de la Biblia, que limitan la libertad de la mujer para decidir, aún persisten en la mentalidad de los italianos, en especial en aquellos que viven fuera de las grandes ciudades. Por esto, no es difícil sentir empatía con el relato de aquella mujer. Pero más allá de eso, esa obra es una prueba sintética del poder abrasivo de Ginzburg para describir con una eficacia que sin dejar de ser periodística, se permite líneas barrocas en medio de una composición perfecta. De poco interesaría alertar al lector del machismo de esa sociedad —que es la nuestra, al final—, de no ser porque se vuelve imposible lograr entendimiento de alguna obra literaria sin una mínima compresión de la sociedad en la que se produce. Pedro Páramo sólo es comprensible si el lector se asoma a entender por qué el mexicano venera la muerte, o, en el caso de Noticias del Imperio es necesario investigar qué hacía un emperador europeo en tierras americanas para poder calibrar la importancia de lo que cuenta Fernando del Paso.

Quizá Y eso fue lo que pasó no sea la mejor novela de Ginzburg, aunque sí es la más contemporánea. Es frontal con el asunto de la mujer en la sociedad occidental, y no deja de lado las preocupaciones estéticas y literarias, como sí lo hace en el ensayo-reportaje Serena Cruz o la verdadera justicia (Acantilado, 2010). En él cuenta un caso famoso sobre la tutoría de un menor de edad y la eficacia periodística se impone a cualquier deseo de llevar el relato a un estrato superior. En su carácter de absoluta actualidad, sus obras aún circulan en volúmenes sueltos y no se tiene noticia de que se haya emprendido una reunión de su obra para insertarla en el canon. En este momento su trayectoria creativa es analizada y atraviesa su proceso de decantación para concluir con certeza si realizó alguna aportación valiosa a la tradición italiana y occidental, o si no es nada más que otra obra obsequiada al tiempo. Este es un proceso largo que involucra a cientos de especialistas, pero que ya inició y debe celebrarse.

Con la misma disciplina y perseverancia en la escritura aparece Melania G. Mazzucc. En las páginas de Vita (2003) su narrativa se hunde en la memoria y relata la historia de su familia cuando realizó la travesía para llegar a los Estados Unidos. A nadie extrañó que la novela se hiciera acreedora al Premio Strega, el más prestigioso de la lengua italiana, ya que el asunto de “los italianos fuera de Italia” se debate de manera constante en la academia y en los medios de comunicación. Después de las malas condiciones económicas en las que quedó Italia al término de la Segunda Guerra Mundial, una vez que el Plan Marshall se mostró insuficiente para llevar a cabo la reconstrucción, millones de italianos buscaron un mejor lugar para vivir. Buscaron en Argentina y en los Estados Unidos. La llegada a Nueva York por Ellis Island —que ha sido retratada decenas de veces en las películas de Hollywood, en la que los italianos eran mal vistos y peor recibidos— se volvió icónica de la migración hacia el sueño americano. Puerta de entrada a un nuevo laberinto.

Mazzucco, en un vigoroso ejercicio de memoria colectiva, reconstruye las vidas de dos personajes que hicieron el viaje y, una vez en Estados Unidos, padecieron la discriminación y la falta de oportunidades. Los procesos sanitarios y de registro en Ellis Island, de los que no era posible librarse, fueron el primer contacto con la inmensa realidad de un país que aún creía en las bondades del melting pot. Cuando los italianos importaron la mafia a los Estados Unidos se transformaron en un elemento de peligro. Ciudades como Chicago o Nueva York se volvieron nuevos nidos para las viejas andadas. Esto no ayudó a la integración y los italianos vivieron un largo periodo de rechazo, del que sólo el cine pudo reivindicarlos con su continuada romantización de la mafia (en películas de Sergio Leone y Francis Ford Coppola).

La mirada de Mazzucco no es tierna pero tampoco descarnada. Es un repaso humano de hechos sociales que impactaron vidas individuales. Nadie se encuentra fuera de la sociedad, parece decirnos el recorrido de Vita. El italiano, como el chino, es un organismo que puede migrar y adaptarse en el menor tiempo posible, lo que no significa integración, y prueba de ello es que al país que llegan se instalan en un barrio minúsculo, al que suele denominarse “Barrio chino” o, en el caso de Nueva York, “Little Italy”. La narrativa de Mazzucco es de corte realista. Se muestra efectiva en las historias de largo aliento que involucran a decenas de personajes, y en las cuales se narran historias pasadas o proyecciones posibles de cada trayecto personal. Ella es, a su modo, una antimoderna. Rechaza el experimentalismo y su forma de relacionarse con la literatura es levantando arquitecturas admirables, de enorme decorado, de las que brotan historias de cualquier rincón imaginable.

Mazzucco es una de las escritoras más atendibles de la actualidad literaria italiana. Es una autora que no tiene miedo de enfrentar su producción con las series televisivas, que exigen acción en escasos minutos. Ella, por el contrario, ejerce el acto narrativo como quien dispone una mesa larga para comer con decenas de comensales, que entran y salen del lugar con tanta libertad como soltura. Luego viene la sobremesa, siempre distendida, abierta a cualquier conversación siempre que involucre las historias de los individuos, de donde se pueden extraer más anécdotas para compartir. Es el mismo caso de Ella, tan amada (2000) y de La larga espera del ángel (2008), boscosas narraciones en donde lo que amortigua el paso del tiempo es un aliento que no se interrumpe ni se desbalancea.

Los atributos de una literatura se expanden en el tiempo. Admiten cualquier propuesta y, en el caso de Italia, heredera de miles de años de composición literaria, se nutren con la obra de dos escritoras poseídas por el deseo de narrar, para quienes la presencia del otro es tan esencial como el acto mismo de reconocerlo en la escritura. Es una narrativa de aliento social para contrarrestar una época de individualismo exacerbado.

Luis Bugarini
  • Escritores invitados

CDMX, 1978. Narrador, ensayista, poeta y crítico literario. Estudió la Licenciatura en Derecho y parte de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Ha sido colaborador en La crónica, Excelsior, Istor, La tempestad, Letras libres y Nexos.

Fotografía de Luis Bugarini

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