“Hemos nacido muertos”. Tal era la certeza de Fiodor Dostoyevski al escribir desde el subsuelo que se abría bajo un Palacio de Cristal que ocultaba un gallinero. Ciento cincuenta años más tarde este falso palacio sigue en pie. Como en el océano, la luz apenas toca su superficie dejando al abismo en penumbras. Desde la cima, los “afortunados” cantan loas al progreso, mientras la duda y la incertidumbre son relegadas, con desprecio, al subsuelo. Guillermo Fadanelli conoce ese submundo, lo habita. Sus Meditaciones desde el Subsuelo (Almadía, 2017) rondan entre los cimientos de la sociedad contemporánea: conformista, irresponsable, patéticamente feliz, etc, No exalta su condición de disidencia, sino que busca entablar un diálogo con aquellos que presienten el sufrimiento bajo sus pies, pero son incapaces de inclinar la mirada. ¿Tienen miedo a reconocer su rostro en el charco de los dolores?, ¿a distraer su mirada de la escalera –que va a ninguna parte– del éxito?, ¿a descubrir que el palacio es en verdad un gallinero?
A diferencia de las gallinas, los seres humanos tenemos consciencia de nuestro enajenamiento. La ignorancia nos acerca a nuestros lejanos parientes animales –parientes al fin–, quienes gozan de una inocencia originaria sin la cual un hombre no puede ser ignorante sin ser un cínico –reparo en la crítica de Peter Sloterdijk, quien distingue entre el cinismo clásico (kynismo) y el moderno (zynismo): el primero es una afirmación de la autodeterminación, el segundo es mera hipocresía–. Corrijo: no puede ser ignorante sin ser un zínico. “Está atrapado. En casi todos los aspectos de la vida la libertad individual va decreciendo, por ello es indispensable saber renunciar a las <
¿Por qué escribir en este gallinero de confort? La respuesta de Fadanelli –¿hay en verdad respuestas en estos ensayos? lejos de avanzar en línea recta, gusta de andar a tientas entre las dudas hasta llevarnos… ¿a dónde? Que cada quien escoja su destino–, que acaso es apenas un consuelo para quienes cargan con la consciencia del dolor y la injusticia mundana, es ver en la literatura una “posibilidad de aproximarse a la libertad individual y a la política a través de la imaginación creativa y no por vía del dogma, la estupidez o la ideología abrumadora”. Respuesta peligrosa en un tiempo en el que las publicaciones se multiplican por miles y el afán de lucro ha sobajado al negocio editorial, elevándolo, paradójicamente, en el pedestal del entretenimiento fácil. La literatura auténtica, el espíritu crítico persiste en el subsuelo.
Meditando desde el subsuelo urbano, Fadanelli cree que “es posible que el cultivo de la soledad, del yo, sea la manera menos decepcionante de habitar la multitud”. Cree, junto a E. L. Doctorow, que es posible “distribuir el sufrimiento” mediante la literatura. Ir contra la corriente de la basura que se escribe sólo para la ganancia. Es verdad que se declara a favor del individuo, pero no de cualquier deformación egocéntrica que reclama para sí la libertad por sobre la de los otros. Al contrario, advierte que “no se es libre si no se conoce al otro, a pesar de que eso otro represente una inmundicia o una calamidad”. Porque aun la literatura más mordaz no deja de ser una manifestación del más humano de los accidentes: el lenguaje. Escribir es un acto a medias que sólo se completa con la complicidad de otro, de los otros muchos o pocos que presienten un malestar que sólo es posible denunciar, sin falsos moralismos, como lo hace Fadanelli: desde el subsuelo.