Columna Semanal
22 de junio del 2016

Se enfrentan maestros y federales en retenes magiste­riales a lo largo del estado de Oaxaca: ocho muertos más a la lista del país con más muertos a nivel mundial por conflictos internos. 50 personas asesinadas en un bar de Orlando, cuatro más en un partido de baseball en Puebla. La guerra civil siria ya rebasa los cinco años, más de 200,000 muertos...No es ésta una lista gratuita o carente de coherencia, en todo caso podrá acusársele por excluir una centena más de acontecimientos, sólo por nombrar los más recientes, que ocultan lo que propongo llamar “la racionalidad económica de la violencia”.

Es doloroso, en verdad, para toda alma que no haya perdido la sensibilidad, enfrentarse todos los días con titulares lamentables que ponen de manifiesto que la violencia es un síntoma de nuestros días. Arguyen los apologistas de la modernidad que el nuestro es un tiempo de civilidad y paz como nunca antes la humanidad ha disfrutado. Pero esa paz a la que se refieren suele ser mera violencia racionalizada, cuando no violencia pura como en las masacres que periódicamente explotan en las escuelas y bares del más “libre y democrático de los países”. Son los Estados Unidos con su Segunda Enmienda -en la que se establece el derecho de los estadounidenses a poseer armas- el más claro ejemplo de como la libertad tiende a anularse a sí misma. En una sociedad reprimida la combinación de frustración y armas es una receta condenada a la desgracia.

Pero detrás de los derechos inalienables a disparar contra sus semejantes, yace la industria de las armas. Fue gracias a la Segunda Guerra Mundial que el aparato pla­nificador demostró su capacidad para sacar a los Estados Unidos de la Gran Depresión en la que la habían sumido las exuberancias del sector financiero. La Guerra Fría y la carrera armamentística sellaron el pacto entre empresa y gobierno -actualmente divorciados en apariencia-, pero siempre en cauta colusión para defender lo que es una de las industrias más rentables y criticables del planeta: la de las armas. Cuando el poder pacta con la violencia el peligro es inminente. Cuando el poder armado se encuentra con la irracionalidad indignada de las masas las consecuencias son desastrosas. De Damasco a Oaxaca, las armas son un elemento indispensable para la represión; y las ganancias que generan son exorbitantes.

No pretendo comparar la violencia irracional que desgarra al pueblo de Siria con el eufemístico “uso racional de la fuerza” contra manifestantes en las calles de Oaxaca -y en tantos otros lugares más -. Pero tampoco se debe ignorar que a medida que el Estado de Guerra cede su lugar al Estado de Derecho, la violencia no se desvanece, se transforma, y las armas también. De la guerra a la represión civil hay una continuidad que deja intacta la estructura de una industria armamentística que evoluciona para adaptarse a “las necesidades de los tiempos”. Tampoco postulo que sean las armas la causa de la violencia, pero sí que la agravan a niveles mortales, y que los intereses económicos de unos cuantos bastan para potenciar y promover los instintos violentos de los muchos.

Hay otra razón económica detrás de la violencia. En Siria hay que buscarla en el petróleo, en los intereses económicos que se niegan a perder su influencia en un área estratégica para el movimiento de crudo en el medio oriente. El ininterrumpido flujo de armas desde occidente hacia el territorio en conflicto demuestra que el interés trasciende las fronteras árabes. En los lugares donde las manifestaciones contra-reformistas explotan, el descontento es provocado por la realidad de un proyecto económico que favorece a la clase empresarial y los intereses del capital privado. La reacción agresiva de las masas provoca el encono de los gobiernos que creen que se puede imponer una reforma por la fuerza. Pero la violencia sólo se auto-reproduce, y cuando aparecen las armas de fuego...

La violencia tiene muchas fuentes, pero en nuestros días se mueve junto a una racionalidad: la económica. Mientras la violencia sea rentable, tenga por seguro que habrá alguien dispuesto a proveer el mercado. Los mejores clientes son los gobiernos, apelen estos al uso legítimo de la fuerza o a la mera razón de Estado, mientras no consigan la legitimidad habrán de recurrir a las armas. El peligro no es menor con las personas ¿cuántas muertes más sucederán antes de que en Estados Unidos se derogue la patológica Segunda Enmienda?, ¿cuántos muertos costará este doble monólogo entre sordos en que se ha convertido la lucha por la reforma educativa? En el fondo hay un interés mercado: una irracionalidad institucionalizada que pretende tener razón ahí donde sólo puede haber muerte.

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