Todos alguna vez hemos querido dejar atrás nuestra vida y empezar de nuevo, lejos de la ciudad llena de hipocresía y compromisos sociales; hacer lo que nos apasiona y dejar que las venas se exciten con la pulsión que sólo el arte con el conocimiento produce, para que nos consuma hasta el día de nuestra muerte. Leonardo da Jandra con su obra y su vida nos expone lo que es confrontar estos modelos de vida desechable, nada a contra corriente del marasmo actual de lo que es no tener tiempo de vivir para poder ganar dinero sin tener felicidad.
Da Jandra pasó la mitad de su vida en España y la otra mitad la ha vivido en México, ha creado un bagaje literario elemental para cualquier mexicano que quiera conocer España, y cualquier español que quiera conocer México. Su obra es un puente para comprender la confrontación de las partes prehispánicas e hispánicas que conforman la totalidad del México actual; y que sólo coexisten acosta de aceptarse como complementarios y no como opuestos o contradictorios.
En su obra destaca su polémica tesis de doctorado Totalidad, Seudototalidad y Parte (1990), con el seudónimo S.C. Chuco, en donde su búsqueda crítica por el conocimiento lo lleva a crear un método filosófico propio, después de haber analizado los sistemas y métodos que fueron construyendo la filosofía; método que a su vez hizo una marcada aparición como un apéndice en su trilogía Entrecruzamientos (1986, 1988 y 1990). Sus ensayos más recientes son: La hispanidad: fiesta y rito (2005), La gramática del tiempo (2009) y Filosofía para desencantados (2014). Actualmente publica novelas de “filosofía ficción”, como él las denomina, y esto se puede ver en su libro Distopía (2011) y en su próxima publicación El hombre soberbio (2019), en donde el punto central son las ideas, su desarrollo y el impacto vivencial que tienen. Sus obras dibujan un mapa entrecruzado para el lector que se dedique a leerlo con el esmero que un obraje de estas magnitudes merece. Un mapa entrecruzado entre la paridad obra-vida, la problemática México-España y la complementariedad mágico-racional.
¿En qué momento comienza la literatura y termina la vida?, ¿por qué decidimos seguir en una sintonía en donde hacemos lo que odiamos por dinero? Y por último, ¿en qué momento perdimos nuestra identidad olvidando nuestro pasado y condenando nuestro presente? Con su prosa intelectual y precisa, Da Jandra se enfoca a lo largo del primer tomo de la trilogía de Entrecruzamientos a desmenuzar las herencias mesoamericanas (Toltecáyotl) –como el culto a la muerte–, y las occidentales (Paideia), que tratan de eternizar el efímero respiro que es la vida a través de la belleza y el conocimiento; herencias que nos determinan hoy en día, para finalmente construir una crítica tan grande como el tamaño de los tres volúmenes de esta odisea literaria. Da Jandra toma como punto referencial la decadencia y el estancamiento de las filosofías actuales, como sus métodos, su seudorigen, su cauce y sus tediosas, pero no mejores, promesas omniabarcantes, tratando de totalizar las cosas con ínfulas de ciencia omnisciente. Con esta novela Da Jandra expone toda la carga ideológica que porta tanto el mexicano como el latino. Lo que propone a través de su crítica no es olvidar todo el pasado para dejar que el presente nos consuma en un egocentrismo patológico y tecnolátrico. Su filosofía busca pasar de un egocentrismo globalizado a un sociocentrismo autoconsciente que asuma una conciencia moral, esto abrirá paso a un cosmocentrismo.
Todo autor posee su microcosmos, un núcleo histórico y una fragmentación espacio-temporal que existe gracias a la capacidad de crear un contexto que nos acompañe durante toda la narración sin traicionar sus cualidades. Desde el Macondo de García Márquez, a la Comala de Rulfo, Da Jandra nos transporta a la selva de Huatulco en Oaxaca: Playa Tortuga, su “paraíso infernal”. Paraíso al cual Eugenio, el protagonista, llega por todo el hartazgo que la conceptualización y seriedad académica le producen en la ciudad. Después de su maestría con la tesis Chamanismo y Literatura en la universidad La Sorbonne, regresa a México para no ser un modelo más de beligerante erudición y una vida enfermiza. Abrumado de cuestionamientos y parámetros ontológicos, en vez de buscar qué es el ser, trata de vivirlo.
Eugenio toma la decisión de dejar atrás la rígida razón del aparato filosófico de Occidente, que lo ahogaba en un existencialismo cíclico, para dejarse seducir por el desbordamiento vivencial y exótico de la costa oaxaqueña. Toma este camino después de una fuerte depresión por la muerte de su padre. Esta decisión, que supera con creces a Eugenio, hace que la búsqueda de la plena autodeterminación de su existencia se vea fuertemente interrumpida debido a su terquedad e inconformidad con todo. Para su suerte, conoce al mítico don Ramón, un español retirado en Playa Tortuga, donde ejercita la templanza del cuerpo y la voluntad con el entrenamiento de un guerrero; así como el desarrollo de la sabiduría del espíritu a través de la lectura, la cacería, la pesca y la consumación del método que un joven traía en su mochila minutos antes de morir en la sierra chinanteca.
Después de una plática en la playa, Eugenio y don Ramón se dan cuenta que tienen lecturas en común; así como esa búsqueda por expandir el horizonte de la verdad y no dejar que Occidente los abrume con su frialdad sistemática de sufrir la vida. Don Ramón con sus profundos conocimientos, inicia a Eugenio en el arte de sobrevivir en el trópico. Una iniciación que ni Eugenio y ni los lectores olvidarán.
Puede confirmarse la fidelidad que Da Jandra le tiene a su microcosmos simbólico cuando en la primera charla de Eugenio y don Ramón, un graznido beligerante de águila de cuello blanco irrumpe como un atisbo de la fuerza solar y guerrera con la que habitaremos Playa Tortuga.
No podemos menos que sentirnos identificados con Eugenio al leer la dificultad con la que se adentra en la densidad de la selva, en la inmensidad del cálido Océano Pacífico, en la emoción palpitante que evoca el presionar del gatillo para cazar una chachalaca o un venado y tener que dejar de presionar los dientes y las páginas del libro en cada errata o peripecia que le acontece; dar mil vueltas a la historia de la humanidad, formular argumentos y encontrarnos de frente con nuestra propia negación; en efecto, negándonos a nosotros mismos, como Eugenio. Podemos leer a lo largo de la novela cómo don Ramón le repite a Eugenio que debe templar su sangre, ya que cualquier cosa lo exacerbaba y terminaba por cegarse con sus propios argumentos, pero no puede hacer esto si primero no sigue los pasos que el viejo celta le dice: “No olvides que cuando la razón se entrega vencida, sólo la voluntad puede continuar la batalla. El ejercicio es el sustento de la libertad, pero una voluntad sin método es mera animalidad”.
La herencia de los diálogos platónicos recorre las venas de esta trilogía; en cada párrafo vibra la pulsión tanatofílica que el paraíso de la selva otorga a cualquiera que lo viva; esta vibración estremece cada fibra de los personajes, haciéndonos partícipes de tan intrincado diálogo que nos hace entender las condiciones espacio-temporales de la historia.
La erudición para nada consume al trópico en esta prosa, sino al revés; aun cuando don Ramón y Eugenio se encuentren en la perorata más culminante de sus pláticas, la tormenta hace su aparición, el bélico huatulqueño amenaza con destruirse a sí mismo, los traficantes de huevos de tortuga violentan la naturaleza del paisaje, los tiburones rondan el área de pesca con arpón, FONATUR busca desterrar de su tierra a los pobladores y hacer de la exuberante belleza de Playa Tortuga un basurero de turismo contaminante. Paralela a la historia de Eugenio y su búsqueda de la plena autodeterminación, se dibuja detrás lo que ahora se vive en Huatulco: destrucción de ecosistemas marinos que difícilmente se encuentran en otra parte del mundo, el peligro de extinción de las especies, la expulsión de los pobladores para construir hoteles en honor al capitalismo y al dinero, y lo más triste es ver cómo las familias luchan por su derecho a conservar sus tierras, con el único recurso que es su palabra.
Para reafirmar lo que durante el transcurso de la trilogía será una gran amistad, Eugenio y don Ramón se proponen hacer un “seminario informal”, en donde puedan aterrizar finalmente todas las elucubraciones que desde su llegada a Playa Tortuga habían mantenido. Bajo el fuerte influjo del culto mágico¬¬-lunar y el ritual bélico-solar, don Ramón propone este seminario para que Eugenio por fin tome las riendas de su existencia, que hasta ese momento era un río sin cauce. Y qué mejor forma de concluir que analizando a los mayores representantes de las culturas griegas y mesoamericanas; lo racional y lo mágico: los diálogos platónicos y las enseñanzas de don Juan. Este seminario no concluye como don Ramón espera, y Eugenio sigue sin poder encontrar un método; de otra forma, se sigue afirmando en la negación.
A esta serie de desaciertos solares, desbordantes y frenéticos de Eugenio, llega Raga, un espacio oxigenante entre los diálogos sostenidos por nuestros protagonistas. Raga es una pintora que, si bien no llega a calmar el mal modo de Eugenio, le da todo el color del trópico, al cual él mismo se cerró por sus cavilaciones existenciales. La aparición de Raga, aparte de oxigenante, es un giro radical en la enseñanza maestro-discípulo, que ahora pasa a ser maestro-pareja.
En el primer tomo, la problemática es el sentimiento de inferioridad del mexicano, esa hipocresía de ensalzar lo autóctono ante lo extranjero y pisotearlo en la rutina; en el segundo tomo Da Jandra se adentra en los territorios casi olvidados e infértiles, como Eugenio cree, de la Conquista. De esta forma comprende si verdaderamente la época colonial fue la que condenó al mexicano a este sobajamiento entre sus iguales y su condena a la repetición creativa de Occidente, ya que poco se habla de una filosofía tanto mexicana como latinoamericana; en el tercer tomo, después de tamaño reto literario, tanto para el autor como para el lector, Eugenio regresa a la ciudad para publicar su libro, en donde relata todas sus experiencias vividas en el trópico. Al llegar a la Ciudad de México se encuentra con el presente consumista, burócratas con varillass en lugar de neuronas y una urbanidad radicalmente “civilizada”, en donde no puede hacer más que recordar las palabras del sabio celta: “Es la falta del contacto liberador con la naturaleza lo que lleva al ser urbano a girar patológicamente en torno a su egocentrismo”.
Es importante destacar que Entrecruzamientos pertenece a una línea de novelas denominadas de formación o aprendizaje (Buldinsroman). Esta línea comienza con Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Johann Wolfgang von Goethe, en donde la característica esencial es el desarrollo y evolución física, moral, psicológica y espiritual que el protagonista tiene a lo largo de la narración; teniendo que pasar por los estadios de aprendizaje, perenigración y perfeccionamiento. Otros ejemplos de novela de formación en México son: Educar a los Topos de Guillermo Fadanelli, Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco y La tumba de José Agustín.
Esta trilogía es de aventura, de caza, de iniciación, y aún más importante, de autoconocimiento. Da Jandra aparte de mostrarnos el alcance de su pluma al hacer que dos personalidades tan distintas se entrecrucen en diálogos soberbiamente extensos, no deja que la polifonía pierda su fuerza; la fluidez de su prosa intelectual nos expande a un sinfín de paisajes e ideas que a veces comenzamos, pero que no culminamos por falta de léxico. En este “laboratorio lingüístico”, como le llama don Ramón, el escritor propone una nueva apuesta para la literatura. Busca permear todas las emociones e ideas que difícilmente podemos dar a entender y que las evoca la misma excesividad del trópico. Simplemente no habría otra forma de narrar lo acontecido en la paradisiaca Playa Tortuga, en la entrecruzada ascendencia de Eugenio y la casi mítica existencia de don Ramón.
En el último seminario informal en Entrecruzamientos III, podemos encontrar uno de los episodios más densos de la trilogía a nivel intelectual. Un seminario en el cual Eugenio entendiera la totalidad del mexicano a través de todo el pasado ya estudiado. Por eso don Ramón decide exponerle las partes contemporáneas del pensamiento mexicano y español. En este último seminario salen del pasado nombres del otro lado del pacífico, como José Ortega y Gasset y Unamuno; resurge también Alfonso Reyes y José Vasconcelos. En el don Ramón le hace entender la necesidad de dejar atrás la dialéctica confrontativa, en donde el conquistado afirma su existencia negando la del conquistador; lo cual Eugenio siempre hacía, incluso se afirmaba en la negación, de ahí la gran preocupación del viejo celta. Después de una perorata fulminante, don Ramón le concluye a Eugenio que ni el latino ni el hispano evolucionarán simultáneamente si primero no aceptan la sangre del mestizaje que corre por sus venas; incluso don Ramón le hace entender que el uso de la lengua española ya es una carga espiritual de gran peso. No es una confrontación, sino una complementación de la diversidad que conforman al mexicano y al español. A estas alturas ya es inútil buscar linajes puros o una cultura puramente autóctona.
En una época donde ya no se busca ilustrar a las personas, sino seducir a los consumidores, Entrecruzamientos se presenta como un reto que hay que afrontar con más de una leída y una frunción de ceño. Es difícil encontrar a escritores que con una voz tan propia y un aliento tan largo nos logren plasmar la verosimilitud de lo mágico. Retomo lo dicho por Martín Solares: “En un siglo que produjo pocos personajes memorables, Entrecruzamientos puede jactarse de poseer tres: el celta don Ramón, la pintora Raga (a la inversa de la pintora Agar, esposa de Da Jandra) decididamente solar, y el inconforme Eugenio. A todos los anima la invención de un lenguaje capaz de expresar lo mismo las ganas de vivir que la angustia existencial, el sentido del humor y la sensualidad de la carne”. Raga y don Ramón salvaron a Eugenio de encumbrarse como el héroe del vicio norteamericano: la mediocridad, la conformidad y la misantropía estancadora. La trilogía empieza como un laberinto esperpéntico que pareciera dar mil vueltas en sí mismo, pero gracias a la férrea voluntad de don Ramón y la perspicaz personalidad de Raga, el laberinto se abrió al infinito, dejándonos evolucionar con Eugenio.
Los ideales utópicos que Da Jandra plasma en esta novela autobiográfica no son gratuitos, pues siguen igual de frescos como en su primera publicación. Se puede leer en su ensayo Gramática del tiempo: “Dos preceptos fundamentales sobrevivieron al ocaso comunitario: no pretender realizar la utopía de espaldas a la naturaleza, y no hacer de la utopía un enclave de rebeldía contra el Estado”. Da Jandra y Agar decidieron dejar la vida de comodidades forzadas en la sociedad y buscaron su utopía de pareja en la bahía de Cacaluta, Huatulco. Así pudieron forjar un método en donde su pulsión creativa fuera determinante, dando como resultado la trilogía de Entrecruzamientos y la trilogia de la costa: Huatulqueños, Samahua, ganadora del premio IMPAC en 1997, y La almadraba; así como las pinturas cósmicas de Agar, que no pueden menos que activar una parte del infinito dormida en nuestro interior; de una forma única su figuración onírica nos despierta y nos permite fluir por las infinitas venas del universo. Los murales de Agar son portadores de un sinfín de dimensiones armónicas.
“Pero no hay paraíso que dure mil años, ni tecnócrata que no pretenda civilizarlo”, escribe Da Jandra. Lamentablemente, a diferencia de Entrecruzamientos, Da Jandra y Agar son expulsados de Cacaluta, su casa es destruida y son acusados injustamente de “invadir” propiedad privada después de haberse opuesto a la privatización del Parque Nacional Huatulco, que gracias a su ayuda se fundó en 1998.
Podemos percibir en Entrecruzamientos un grito desesperado de un joven que quiere hacer abrir los ojos a su generación, la cual ha sido estabulada con todo el conocimiento heredado, que muchas veces no se llega a comprender y sólo se acepta. A más de treinta años de su publicación, ese grito desesperado entre la masa se escucha igual de vivo y enérgico en cada página y fibra de la personalidad de los personajes, en su gran aporte histórico-filosófico, en la fidelidad de la atmósfera y en la capacidad de catarsis que esta prosa de aliento largo, y algunas veces con una increíble capacidad aforística para poder plasmar lo que sólo puede ser narrado a costa de ser vivido. Da Jandra no sólo recrea la realidad, sino que nos presenta las múltiples simbologías de la cotidianidad que hacen de nuestro existir una incógnita perpetua. Tal vez la mayoría de mis contemporáneos no entendamos muchas cosas a primera leída, pero repito, este es un libro de iniciación, y la vida es una iniciación que termina hasta morir.
Como lector joven puedo decir que Entrecruzamientos, del filósofo Leonardo da Jandra, me enseñó que la filosofía puede vivirse y quedar como un sello en la vida de cualquiera que se atreva a salir del marasmo cotidiano. Más que una lectura erudita, ésta es una trilogía de iniciación obligatoria para cualquier lector que busque los símbolos que desgarran la realidad a diario. Espero que los futuros lectores tengan la capacidad de no permitir que esta novela se pierda en la memoria del tiempo y que no se dejen convencer por pensamientos nihilistas, escépticos o contradictorios que están muy en boga hoy en Internet. La obra de Da Jandra y Agar es una apertura a un conocimiento armonioso, a dejar atrás la anatomía contradictoria y brusca del mexicano, a salir a vuelo alto hacia el sol como feroces águilas de la jaula de la melancolía que priva al mexicano de una visión cósmica, condenándolo a una filosofía de pantano. Da jandra escribe: “Cuanto más me abro a la infinitud del cosmos menos me interesa el caos”.