Libros, secretos, Jacobo Siruela, Atalanta, 2015
Para celebrar los diez años de la editorial Atalanta, Jacobo Siruela (1954) publicó Libros, secretos, seis ensayos que fue escribiendo con el fluir del tiempo; sus temas son diversos, pero hay en ellos un sutil hilo que los conduce: las obsesiones literarias de Jacobo Siruela. Como no es un libro pensado como una totalidad, sino formado misceláneamente, podemos tener de él opiniones diversas.
Jacobo Siruela fundó la editorial Siruela (1982) cuando era apenas un joven, y la vendió cuando los libros que publicaba ya no le producían el hedónico placer de leer; más tarde, con Inka Martí, fundó Atalanta (2005), y con este proyecto editorial se ha colocado como uno de los editores más visionarios en lengua castellana. Según él, sus temas de estudio son vistos como rarezas que sólo unos pocos lectores saben reconocer como esenciales. Ir a contracorriente es hacer vanguardia. El estilo literario de este editor es fluido y preciso, ambientado por la erudición e ideas luminosas que se armonizan. Es también un editor consagrado a ofrecerle a su público libros que en su conjunto forman un universo, en donde cada parte embellece el todo. No obstante, hay libros que por su criptografía o lenguaje inexplicable no se dejan descifrar o traducir, como bien describe en su ensayo “Libros, secretos”, que da título al libro. Quizá estos libros no cambien la historia, como si lo han hecho otros, pero eso no les resta su importancia.
No hay nada humano que no tenga límites, sea racional o imaginativo; por lo tanto no hay otro camino más que complementar la imaginación con la racionalidad si queremos tener una visión más expansiva del hombre. Jacobo Siruela, como lector de mitos, de literatura fantástica y tratados modernos sobre la conciencia humana, aboga por una conciencia integral. En su ensayo “La metáfora absoluta” propone que veamos el mundo no desde teorías cerradas y conclusivas, sino desde metáforas abiertas que enriquezcan el conocimiento antiguo con el moderno. No hay algo así como la verdad total, y por eso debemos ser más humildes y ver el mundo no como partes que pretenden imponerse, sino como manifestaciones del propio espíritu en desarrollo en el todo. Y dice: “Por su parte, los filósofos no hacen sino formular de manera conceptual los mismos postulados poéticamente en las figuras de los mitos”.
En este libro también se hallan curiosidades en las que podemos profundizar para analizar aquello que nombramos como modernidad o posmodernidad. En su búsqueda siempre abierta a nuevas formas de entender el pasado reivindicándolo con el presente y aventurándolo con el futuro, Jacobo Siruela insiste en algo nada baladí: somos el conjunto de visiones que a lo largo del tiempo se han ido transformando: “Ya no se trata de sumergirnos en ignotos mundos herméticos y descubrir otras perspectivas del mundo, sino de tomar conciencia de que esos territorios laterales siempre han formado parte de nuestra cultura, antigua y moderna, aunque hayan sido arrojados fuera del estrado”.
No hay una teoría que sea la teoría de la verdad, y por eso debemos ser más creativos y conscientes de que nuestras empresas son lo mejor o lo peor de nuestro desenvolvimiento en el mundo. A cada generación de hombres que nacen y que mueren les está encomendado mejorar el mundo que sus ancestros construyeron, pero a veces, distanciados de sus costumbres, caen en una especie de mutismo o de extraordinaria invención. La imaginación no va reñida con la racionalidad, y hoy la racionalidad ha llegado a un regodeo frío que no ofrece mejores perspectivas para vivir la vida: “Sin embargo, cuánto le cuesta a la mentalidad moderna asimilar el hecho de que la imaginación pueda ser una fuente de conocimiento. El culto obligado a una sola forma de razón discursiva le impide acercarse a otras formas de consciencia. El hombre moderno está embelesado consigo mismo, que ha olvidado con cierta ligereza que todo su sistema lógico también se halla inmerso bajo el hechizo del mito”.
La vieja pugna de Platón contra los poetas es entendida como la primacía de la razón por encima de la imaginación. Los modernos llevaron el dilema racional a un grado tal que la imaginación fue vista como la loca de la casa. Pero fueron los románticos, y después los surrealistas, los que mejor expusieron que “los sueños de la razón producen mostros”. El espíritu humano guarda misterios que no sabe que se hayan en él, y cuando uno de ellos se revela, la conciencia cambia, evoluciona. Y cuando Jacobo Siruela dice que “de alguna manera, todos los libros tienen secreto”, no hace sino exaltar lo que al crítico George Steiner le parece ineludible: que jamás el comentario podrá superar a la obra comentada. El epígrafe con el que abre el libro no puede ser más conclusivo para entender su labor como editor y lector: “Quisiera aprender a maravillarme de una forma distinta, aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas con ojos viejos, tal vez así adquieran la juventud eterna”. Esta cita proviene de la novela El rostro verde de Gustav Meyrink. Imaginamos lo que hemos vivido, lo que de alguna manera llevamos presente de la humanidad en la memoria; lo interesante sería imaginar cómo podría ser el futuro y aventurar ideas que hagan que este presente sea menos tedioso y sufriente.
No podemos escapar al enigma del mundo. La imaginación, al igual que la razón, ofrece metáforas que expanden la percepción de nuestra propia existencia. Jacobo Siruela se ha dado a la tarea de escribir sobre aquello que más llama su atención. El libro El mundo bajo los párpados (2010) es una historia sobre los sueños, pero también es un símbolo de los que aún no han nacido y soñado con este mundo.
Los filósofos quieren encontrar la verdad en la especulación racional; pero las teorías no son más que intentos que se suman al laberinto del que queremos salir; los científicos quieren explicar conclusivamente el mundo y la naturaleza humana, pero al igual que las teorías filosóficas, sus teorías están custodiadas por una oscuridad que su luz no llega a difuminar. Lo importante es ver que no podemos parar el tren de la evolución. “Lo que llamamos racionalidad no es otra cosa que pura creencia”, dice Jacobo Siruela. Pero más que creencia, podríamos decir que la cultura es un perpetuo latir de los anhelos idealistas que caen en decadencia y luego evolucionan; como sugiere Jean Gebser en Origen y presente: “El hombre es el todo de sus mutaciones”. Jacobo Siruela contrapone a la modernidad una especie de contramodernidad: la imaginación a la racionalización pura. Pero no como contrarios, sino como complementarios.
En “Valentine Penrose o la búsqueda de lo femenino” analiza el éxtasis del mal: la obsesión de Penrose por la Condesa Báthory y sus crímenes con los que conseguía los paroxismos que dotaban de sentido su fría y brutal existencia. La condesa que había cometido con ayuda de dos de sus sirvientes seiscientos veinte asesinatos de jovencitas y doncellas, se bañaba con la sangre de sus sacrificadas para mantener su belleza intacta. “¿Por qué la historia humana está tan irremediablemente atada al mal?”, se pregunta Jacobo Siruela por el dilema de que nuestra naturaleza mantenga una inclinación más perfilada hacia el mal que hacia el bien. Y contesta a propósito de esa atracción de Penrose por la condesa Báthory: “Ni siquiera quienes más lo rechazan logran librarse de sus ataduras ya que estamos siempre emocionalmente unidos a lo que más odiamos”. En su ensayo “El vampiro. Un mito moderno” concluye que el símbolo que surge en una época es lo que pide a gritos la conciencia; cada símbolo es el reducto de las necesidades espirituales donde desembocan los miedos y las pasiones. El vampiro es un mito moderno porque encarna nuestros miedos y deseos más profundos. En “Gilgameš” nos ofrece una interpretación del mito desde el mito y la metáfora. Y dice: “Los dioses son la poetización metafórica de las pulsiones psíquicas que gobiernan los actos humanos”. En “El mensajero de la naturaleza” habla de la creatividad y el desapego del artista Masao Yamamoto con respecto a las ideas modernas del arte.
El mundo en sí mismo no ha sido revelado, es una construcción que requiere de su perfeccionamiento constante: racionalidad e imaginación. El espíritu, que hace mover a ambas, es, acaso, el misterio más grande jamás resuelto.
La vida del lector es una vida celosa, no permite la fuga del tiempo. Soñamos con leer una biblioteca y no logramos agotar un libro en una sola lectura. Un libro es un secreto que hay que abrir, y por eso los libros que leemos más que ser una fuga de nosotros mismos, son un encuentro con nuestro interior, con la capacidad individual de penetrar la oscuridad hacia la luz. A veces una metáfora puede descubrirnos el mundo. Los libros son metáforas abiertas a la interpretación del lector. Libros, secretos y El mundo bajo los párpados pertenecen a esa clase de libros.