Estamos invadidos de miradas bulliciosas que nos absorben en cada momento. Pocos espacios de la vida urbana están libres de la multitud y de la invasión virtual. La conciencia reclama momentos de reflexión y de silencio; pero rodeados por el marasmo somos incapaces de valorar los instantes. Alrededor hay sucesos catastróficos y violentos, y a veces caemos en indignación y enfurecimiento sin cambiar nada. ¿Qué es lo que podemos hacer por el planeta que habitamos? Los milagros no existen como totalidad. Pero los seres humanos podemos concientizarnos de la situación actual de la vida y arriesgar una decisión para cambiar en el día a día, pensando en la naturaleza y en nuestro vecino, en el otro, en el límite de nuestra libertad.
Nos vemos siendo personas sobresalientes, pero caemos, sin premeditación, del sueño que ha creado nuestra imaginación y nos percibimos devastados. La sociedad ha formado nuestros ideales y enaltece las apariencias, las vanidades que nos condenan. Con un ambiente así no creceremos espiritualmente. Don Ramón, personaje de Entrecruzamientos, de Leonardo da Jandra, dice: “Lo que ocurre es que la mayor parte de la humanidad se pasa toda la vida en busca de Dorados y Fuentes de la Eterna Juventud, mientras que tan sólo una pequeña fracción de los humanos se da cuenta de que todo está en uno mismo”. Ésta es una idea comprometedora porque me invita a examinar mi interior y determinar con profundidad mi existencia; es una crítica de nuestra cultura, de nuestra época.
En la actualidad la publicidad nos absorbe. Imágenes de “bellezas” y “héroes” promocionando autos, ropa, alcohol, fiestas, celulares… nos seducen; invitando a cada uno a consumir más cosas. ¿Desear muchos objetos y situaciones han hecho infeliz la vida? Han imposibilitado la capacidad de actuar. Tantas negatividades rodeando nuestro ser impiden la visión del horizonte: de la magnanimidad de los paisajes. ¿Cómo encontraremos la paz en nosotros mismos? Los deseos provenientes del cuerpo, como lo vieron los cristianos, llevan a la corrupción y a la lejanía del espíritu, y las actividades del espíritu nos elevan a la luz divina, nociones abstractas que no entenderemos sin la experiencia vital, pues requerimos de ejemplos. Las enseñanzas de seres elevados éticamente deberían ser nuestra estrella; de aquellos que se han esforzado en ser mejores personas.
Para muchos jóvenes sus estrellas son individuos exitosos y populares que no tienen una participación ética dentro de la sociedad. Imaginan que algún día ellos podrán alcanzar la fama. Con este panorama el futuro no puede ser alentador, pues estará marcado por la supremacía de la personalidad sobre la comunidad, en donde la ética desaparece e impera el cada quien ve para sí mismo. Una muestra de ello es que en México los jóvenes en el afán de encontrar la riqueza y el seudoéxito, se han adherido a las filas del narcotráfico; y por la insatisfacción personal hay más adicciones a las drogas legales e ilegales. Aquellos estupefacientes recibidos con ingenuidad se vuelven un tormento, acaban con la vida. ¿Por qué la idea tan difundida de encontrar la felicidad por medio de la opulencia? Quizá en la filosofía, en la literatura y en el arte, áreas denostadas por su “inutilidad”, por los incultos, encontremos más respuestas. Estos espacios del pensamiento y la imaginación activan la reflexión y la crítica, además de sensibilizarnos. El pensamiento, una de las actividades más íntimas –que en innumerables momentos se torna tormentoso—, es indispensable en un tiempo en el que vivimos para el exterior con un vacío en el interior. Stevenson escribió en su ensayo “Excursiones a pie”: “estamos todos tan ocupados y tenemos tantos proyectos que realizar a largo plazo, y tantos castillos en el aire que convertir en sólidas mansiones habitables sobre tierra firme, que no nos concedemos tiempo para viajes de placer al País del Pensamiento y entre las Colinas de la Futilidad”.