Siete cuentos japoneses, Junichiro Tanizaki, Atalanta, 2017
Creer que una antología de siete cuentos pueda darnos un panorama completo sobre una obra es un espejismo; sin embargo, la seleccionada muestra sobre el género breve de Junichiro Tanizaki (Tokio, 1886-Yugawara, 1965) que la editorial Atalanta ha puesto en circulación comprende lo que el japonólogo venezolano Ednodio Quintero considera la “primera etapa” del terceto sobre la obra de este autor.
Se dejan fuera de nuestra mesa de lectura los dieciséis tomos de bolsillo de Junichiro Labyrinth, publicados en la editorial japonesa Chuo Koron, cuentos y relatos que se inician con la publicación de su primer cuento “El tatuador” en 1910, año en el que se aleja de las ciudades más occidentalizadas y cosmopolitas de Japón, Tokio y Yokohama, para trasladarse a la tradicional región de Kansai, en las ciudades de Kioto, Osaka y Kobe, principalmente. Este período es importante dentro de la producción del género breve en Tanizaki, ya que, pese a haber continuado escribiendo cuentos hasta su vejez, es en estos años cuando mayor énfasis pone en su creación, y donde se percibe la influencia de sus lecturas occidentales como Edgar Allan Poe y Oscar Wilde (de quien traduce al japonés El retrato de Dorian Gray). Quizá el detective Auguste Dupin, del primero, y el dandismo, del segundo, fueron los elementos que amalgamaron la figura del detective privado Ichiro Ando del cuento “En el camino”. Es interesante cómo esa mezcla de intelecto, creatividad, gusto refinado y atuendo exótico le dan al “caballero gordo y cuarentón”, Ando, la perspicacia del sabueso para develar al sutil asesino de la señora Fudeko Yugawa.
En cierta medida, el cuento “En el camino” utiliza el tema de la figura femenina y las paradojas éticas del asesinato; por el contrario, la temática del cuento “Nostalgia de mi madre” acude a la figura materna ya no como la típica y tradicional mujer japonesa, delicada y pequeña de la urbe, o la abnegada mujer campesina, que denota en su vestimenta la pobreza y en sus movimientos el cansancio de la vida rural, sino como el retrato femenino rodeado del onírico paisaje, marítimo y lunar en las reproducciones populares de los grabados ukiyo-e: una joven pulsadora del shamisén con elegante sombrero de paja; bajo sus faldones unos pies sorprendentemente blancos que podían confundirle con una zorra que adopta la apariencia de una mujer y que empapa sus mejillas de lágrimas a la luz de la luna. En este relato, Tanizaki recrea un paisaje nocturno en la playa “como un anticipo de la muerte”, un lugar de ensoñación para nada tenebroso, ahí donde sólo le es permitido a los vivos hablar y convivir con los muertos. Es así la manera en que el autor logra magistralmente evocar a su madre muerta, a través de la tierra onírica donde las madres vuelven a ser jóvenes y hermosas, ahí donde volvemos a ser niños y se nos permite recibir un abrazo fuerte de ellas, y en ese contacto con su pecho percibir “un olor dulce, cálido y flotante” que emana “de sus hermosos senos”.
La seducción de la belleza femenina —constante en la obra del autor de la novela Naomi (1926)— y la personalísima tragedia del hombre que se victimiza ante la mujer hermosa son elementos esenciales de los relatos “Los dos novicios”, “El bufón”, “Los techos rojos” y “Los pies de Fumiko”. Esa obsesión por la figura erótica femenina y el dilema ético son directrices en “Los dos novicios”, par de huérfanos internados en un monasterio budista del monte Hiei, donde no se permite el acceso a mujer alguna, por ende, en plena adolescencia llegan a obstinarse por ella. Senjumaru cede ante la tentación de conocer el mundo y al fantasma llamado mujer, y a pesar de que Rukimaru se resistía a sus pensamientos, finalmente ambos novicios son embarcados por el deseo antes de recibir sus votos monásticos para, de alguna manera, con sus peculiares decisiones, trascender su existencia.
“El bufón” es la caída de un hombre y su restauración como el gran hazmerreír de la comunidad. Sakurai es la remembranza de una vieja tradición del hokan: el bufón que fungía como asesor militar dando consejos de guerra a la vez que entretenía a sus señores feudales contando historias cargadas de humor y tocando instrumentos musicales, o presidía las ceremonias de té. También conocidos como taikomochi (“portador del tambor”), estos personajes se fueron relacionando con las geishas en las casas de té, que eran los prostíbulos de cierto prestigio. Sanpei Sakurai llega a convertirse en el bufón que tanto anhelaba después de deshacerse de sus últimos vestigios de amor propio y dignidad humana. Sakurai se sabe presa de su deseo por Umekichi y se lo expresa a su señor Sakakibara. Éste, en contubernio con la geisha, urde un plan para burlarse de Sakurai; sin embargo Sakurai logra darse cuenta y decide llevarles la corriente en la farsa. Finalmente descubre satisfacción sometiéndose a las órdenes crueles y estúpidas de su amada, depurando su humanidad de cualquier sensación de humillación y voluntad.
“Los techos rojos” es un cuento que repite el sometimiento del hombre por la belleza femenina; al mismo tiempo, la mujer se obstina por conseguir al hombre que no cede ante ella. En el personaje de Mayuko, el autor nos deja ver lo caprichosa que puede ser una mujer liberal en el Japón moderno. Amante de Odagiri —un hombre adinerado de cuarenta años que Mayuko denomina como “viejo”— es el que paga todos los lujos del departamento en la nueva zona residencial, los vestidos y joyas. Mayuko sabe el poder que su belleza y juventud tienen sobre Odagiri, a la vez que es consciente de que sin el dinero de éste le sería difícil mantener su estatus de vida relajada, los servicios de su criada-prima Omiyo y algún que otro amante como Onchi, técnico fotográfico. A pesar de la aparente felicidad que le confiere el dinero de sus amantes, a la par de la fama de sus películas, Mayuko se interesa por un universitario tímido, Teramoto, a quien no logra seducir pese a todos sus encantos e insinuaciones. Con buen tino, Tanizaki plasma la soledad y la necesidad de amor ante la desvalorización propia de esta representación femenina.
En su búsqueda por los hábitos de los hombres excéntricos, Tanizaki nos demuestra que si su temática es reiterativa se debe más a la capacidad analítica de indagar en los motivos que llevan a los seres humanos a actuar de tal o cual manera; como en el caso del viejo y su fetichismo por los pies hasta en su lecho de muerte, materia principal de “Los pies de Fumiko”, relato que más tarde serviría como antecedente para su última novela, Diario de un viejo loco (1962). De Tanizaki podríamos decir que, además, de su tendencia al erotismo, se mantuvo fiel a otras dos posturas ideológicas e intelectuales: por un lado, su fascinación por las lecturas y el mundo moderno de Occidente, por el otro, su extremismo tradicionalista inspirado en la historia de Japón alimenta su obra narrativa. Al respecto podríamos decir que actúa como un espía al ir y venir de los extremos, en apariencia antagónicos, al estilo de su personaje “El espía alemán”. Sin traicionar a sus lectores, llega a mimetizarse con ambas partes.
Al leer estos siete cuentos y relatos de Tanizaki, probablemente no nos deslumbren sus aportes técnico-narrativos, incluso algunas veces se ve empolvado su engranaje; sin embargo, nos atrapa la fragmentación de los elementos literarios que utiliza para describir el comportamiento humano. El laberinto de Tanizaki es un antecedente en la literatura moderna japonesa pro Occidente, que de igual forma ha cautivado a narradores posteriores como Yukio Mishima, Kenzaburo Oé y Haruki Murakami, entre otros.