Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.
Tengo deseos, pero no soy mis deseos.
Tengo emociones, pero no soy emociones.
Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos.
Soy lo que queda, un puro centro de consciencia.
Ken Wilber
Uno de los libros más luminosos de mi vida lo volví a encontrar esperándome en mi librero. En el momento más apropiado, así ha sido siempre. Los libros que más me han marcado han estado siempre presentes. No los leo por años y entonces regresan. Recuerdo muy bien la primera vez que vi el libro Gracia y coraje, la vida y muerte de Treya Killam Wilber, fue en una librería en Monterrey por los años noventa. La portada era muy llamativa: una pareja con la cabeza rapada; él con la mirada intensa e inteligente que me recordó a mi querido Da Jandra; ella viendo a la cámara con una mirada dulce y tranquila. Leí la contraportada: un libro de amor... Lo regresé al estante y seguí buscando. Los libros de romance no son lo mío.
Mucho tiempo después leí otros libros de Ken Wilber, entre ellos Ciencia y religión. El matrimonio entre el alma y los sentidos, Espiritualidad integral, La pura consciencia de ser, Después del Edén, siempre en mi búsqueda de reconciliar el pensamiento científico con la espiritualidad. La segunda vez que me encontré con Gracia y coraje fue en una librería en Cincinnati años después. Ahora sabía que no era un libro romántico y cursi. Los libros de Wilber me habían fascinado y en esta lectura me enfoqué en sus reflexiones filosóficas, psicológicas y espirituales. Él aparecía como el maestro y Treya la alumna (su esposa que cambió su nombre de Terri a Treya). Este libro también me llevó a leer El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché, sin saber entonces que su lectura me ayudaría años después.
Más de diez años después de esta primera lectura mi hermana mayor fue diagnosticada con cáncer recurrente de mama. Un cáncer agresivo que avanzó a pesar de los tratamientos a los que se sometió. Recuerdo mucho las conversaciones que teníamos por Skype: sus preguntas acerca de su tratamiento médico, acerca de la espiritualidad, de la oración, de sus miedos; no le tenía miedo a la muerte, pero sí al dolor. A pesar de estar enferma cumplió con una voluntad de hierro su sueño de graduarse como enfermera.
Cuando el final de su paso por esta vida se acercaba, viajé para estar a su lado. En sus últimos momentos se despedía de mí ya sin poder hablar, sólo con una mirada profunda, tranquila y sin miedo y con su pulgar acariciando mi mano. Como médico ya no podía hacer nada, pero entonces recordé mis lecturas: El libro tibetano de la vida y de la muerte, que menciona el amor incondicional que nos hace vernos en los ojos del otro, y Gracia y coraje; ya no sólo es algo escrito en un libro, ahora es parte de mí: cómo Wilber había ayudado a Treya a trascender, y entonces acaricié su cabeza y le susurré palabras amorosas, recuerdos felices de nuestra infancia; le decía: no tengas miedo, ve hacia la luz, ve en paz, recuerda: sólo el amor es real; no te preocupes, estaremos bien, y se fue en su sueño: su cara sin el rictus de dolor, sin ninguna arruga, irradiaba paz. Después de esta segunda lectura comprendí que de este libro la maestra siempre fue Treya. Estrella. A pesar de tantas lecturas y búsqueda, la lección de espiritualidad y humanidad más importante la recibí de mi hermana, de su gracia y coraje.