México
10 de noviembre del 2016

El verdadero poeta es el que inspira. Paul Valéry

Mucho se ha escrito en los últimos años y muchos criterios, formulaciones y restricciones fueron impuestos con el fin de fragmentar el discurso poético. El cambio de la condición del poeta es innegable: los poetas ya no rezan, los poetas blasfeman. Los poetas abandonaron los castillos triestinos y las mezquitas. Los poetas ya no se hospedan en la cima de los montes (Areópagos o Helicón). Los poetas arrojaron la aureola sobre la mierda de los caballos. Los poetas recogieron la aureola y se colocan una sobre otra; todas matriculadas bajo el sello de la realpolitik. El establishment poético.

La condición del poeta se vio transformada y su percepción artística se reformó, aunque hablar de una reforma implica hablar de una sin-forma, y hablar de una sin-forma no implica hablar de un sin-contenido. La poesía, ya invadida por los ismos y las experimentaciones verbi-voco-visuales, expandió el horizonte poético y la conciencia crítica, política y social dotó de nuevas herramientas a los ejecutores de la misma. Por lo que el contenido poético aumentó de intensidad y rigor. Además, el acercamiento de escritores extranjeros que escapaban de las dictaduras y las innovaciones del sur del continente implantaron nuevas metas y fines.

Con la partida de los gigantes hecatónquiros (Paz, Gorostiza, Becerra, etcétera) el panorama poético se expandió y por consecuencia se dividió. Un síntoma interesante, ya que significó la descentralización que tanto aquejó a la poesía durante las décadas anteriores. Los grupos se fragmentaron en grupúsculos delimitados, ahora, por la geografía, más que por un estilo o vanguardia, como ocurrió en Europa a principios del siglo xx. Aunque la migración hacia el centro del país continúa, y por lo que parece, continuará efectuándose, las escuelas poéticas transmutaron en talleres o calzadores poéticos. Es decir, los representantes más importantes de los distintos puntos de la República establecieron un sello que definió a las generaciones posteriores.

La descentralización de los aparadores literarios trajo consigo un aumento desaforado en el número de concursos y certámenes literarios. Lo que asimismo produjo el aumento de aspirantes a poetas, pues bajo estándares y sobres perfectamente requisitados, el poeta pudo categorizarse de acuerdo al número de preseas recaudadas a lo largo de su trayectoria. La concepción de la poesía tomó un valor que no había experimentado: el valor monetario. La aureola que en algún poema del francés Charles Baudelaire se arrojó al suelo enlodado, fue recogida, categorizada y puesta tras aparadores con la forma de un signo monetario.

Los valores añadidos que signaron al poeta después de la segunda mitad del siglo xx produjeron dos vertientes: la posibilidad de vivir del Estado y el escepticismo con respecto a la autenticidad de ese individuo denominado “poeta”. No me detendré en el primer problema ya que no pretendo ahondar o denunciar los menesteres de las llamadas “mafias literarias”, ya que no es de mi incumbencia y no merecen ni un poco de mi atención, por lo que me centraré en la categoría del poeta después de la segunda mitad del siglo xx y principios del siglo xxi. Como mencioné con anterioridad, el aumento de aspirantes y galardones planteó dos preguntas importantes: ¿la poesía aumentó proporcionalmente con respecto al crecimiento del gremio?, y ¿cuál es la condición del poeta después de la segunda mitad del siglo xx?

En marzo de 1866 el editor Lemerre forma una compilación de poetas con algunas similitudes tanto espaciales como estilísticas a la que bautiza bajo el nombre de Le Parnasse Contemporaine, en donde incluye autores como Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Théodore de Banville y José María de Heredia, entre otros. Más tarde, Manuel Álvarez Ortega formó la antología de Poesía simbolista francesa. Aquí incluyó a poetas como Charles Baudelaire, Stephane Mallarme, Charles Cros, Lautreamont, Tristán Corbiere, Arthur Rimbaud y Jean Moreas. La poesía simbolista, que se desarrolló en Francia, formó un grupo capaz de nutrir la poética de su época. Aunque algunos de ellos caminaron por las coyunturas y nervaduras de las vanguardias, permitieron ser agrupados. De estos poetas algunos fueron considerados “poetas mayores” y la otra gran parte quedaron en los anaqueles para los lectores más apasionados o la lectura académica. Si comparamos el número de habitantes en esa época y el número actual, muy probablemente, el crecimiento resultó proporcional.

A diferencia de la Francia de finales del siglo xix, en México, después de la segunda mitad del siglo xx, las similitudes estilísticas no presentan un patrón que les permita amalgamar una poética única. Lo cual no significa que no exista una propuesta consistente, sino todo lo contrario. La expansión de los medios de comunicación y las propuestas experimentales dentro de la poesía permitieron establecer varios caminos a seguir. Ya que existen distintos tipos de poemas: epigramáticos, concretos, sonoros, psicoanalíticos, visuales e incluso algunos que se desenvuelven sobre las plataformas que facilita la tecnología; sin embargo: poesía sólo hay una.

En generaciones anteriores, como la década de los 50 y 60, la purga pareciera casi concluida. No por los acuerdos implícitos que generan un canon, sino por la vitalidad de estos autores dentro de las nuevas poéticas. Es decir, los poetas sobreviven gracias al influjo que prevalece en las generaciones subsecuentes.

Los talleres o calzadores poéticos forman una gran cantidad de aspirantes y estos se ven beneficiados por los certámenes literarios en los que sus maestros se encuentran involucrados. En cierta manera, la gran cantidad de concursos benefician a la prolongación de un estilo o poética. A lo que cabe preguntarse, ¿estos aspirantes generarán una poética propia o sólo servirán de puente hacia nuevas generaciones?

Es probable que muchos de los poetas que en lugar de seguir una tradición siguen un amaestramiento, se pierdan con facilidad en los anales de la historia. Sin embargo, existen algunos poetas de la generación de los 70 y 80, los cuales sí generan una poética nueva, dentro de lo que puede ser nuevo en esta época. Como lo están logrando Julián Herbert, Hernán Bravo Varela, Alvaro Solís e Inti García, entre otros. Por lo que queda aquella pregunta sobre la mesa: ¿cuál es la condición del poeta después de la segunda mitad del siglo xx? Si hoy Lamerre pretendiera conformar una antología con poesía unificada o que forme una amalgama se vería en un serio problema, pues las variantes y estilos poéticos se explayaron sobre toda la República mexicana y el Continente Americano. Las corrientes literarias tomaron rumbos tan lejanos, uno del otro, que los requisitos para alcanzar la categoría de “poeta” ya no dependen de la tradición per se, sino de la capacidad para transgredir las conjuras actuales. Los premios han perdido reconocimiento y los talleres no aseguran la construcción de una poética saludable. El poeta que logra traspasar las barreras del tiempo no es aquel que gane renombre, sino aquel que consigue escribir a pesar de los injertos literarios, aquel que logra escribir sin atarse a los incisos de una convocatoria estatal. El poeta tendrá que aprender a escrever sobre escrever é o futuro do escrever, como decía el brasileño Haroldo de Campos en Galáxias.

A fin de cuentas, el poeta, en su búsqueda de innovación y deconstrucción ha terminado por volver a la primera concepción de la poesía, donde poeta es el que logra hacer vibrar los tejidos más profundos del ser, o como decía el poeta francés Paul Valéry: “El verdadero poeta es el que inspira”.

Frases
Alejandro Baca
  • Escritores invitados

CDMX, 1990. Ensayista, crítico y poeta. Coeditor en Cuadrivio. Publicó el poemario Apertura al cielo (Naveluz, 2014).

Fotografía de Alejandro Baca

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