Japón
29 de enero del 2017

Cierto día Basho y Kikaku iban andando por los campos y se quedaron mirando a las libélulas que revoloteaban por el aire. El discípulo compuso en ese momento un haiku:

¡Libélulas rojas!
Quítales las alas
y serán vainas de pimienta.

A esto objetó el maestro: “No. De ese modo has matado a la libélula. Di más bien:

¡Vainas de pimienta!
Añádeles alas
y serán libélulas”.

Cuando Basho corrige a su alumno le muestra que el principio de la creación es vivificar la naturaleza y no destruirla. A lo largo de la historia, en Japón, la poesía floreció de manera amplia y diversa aun con su distanciamiento social y cultural con la poesía de Occidente. Se desarrollaron importantes y complejos estilos, que siempre atados a la religión, se esparcieron basados en la sensibilidad hacia la naturaleza y la brevedad expresiva. La sencillez formal invitaba a todo aquel que supiera escribir a practicarla. Pues, a diferencia del mundo occidental, la creación literaria estaba aunada al estilo de vida del japonés. Así como el arreglo floral y el ritual del té mantenían los principios fundamentales del arte en cuanto al mito y al rito. La escritura creativa pertenecía no sólo a los sectores más favorecidos, sino que era practicada por el pueblo en general.

En la poesía japonesa encontramos un caso límite: los acercamientos a la religión permitieron una formación casi espiritual. Libre de toda verbosidad y artificio retórico, la intuición poética se ve descargada de su lastre material. En términos del poeta y ensayista Paul Valéry, en Japón se desarrolló una “poesía pura”, casi una experiencia germinal. Los movimientos religiosos impulsaron el arte de la escritura gracias a sus dos máximos exponentes: el taoísmo de Lao-Tsé y el confucianismo de Confucio. De cada uno sustrajo ciertas características que lo definieron. Por ejemplo: el Tao cuya espontaneidad marcaba su filosofía, expresaba que “el conocimiento y la erudición no sirven para la poesía, todo es espontáneo”. A lo que el crítico Sir Herbert Read añade: “Todo arte se origina en un acto de intuición o visión […] Este acto de intuición o visión es, físicamente, un estado de tensión mental”. Es decir, la poesía debía surgir desde un estado de pasividad. Cuando el poeta ha expresado su intuición del “momento”, todo lo que sobrepase su primera emisión normal de palabras parecerá un sobreañadido destructor de la inmediatez original de la percepción. La tensión, que el poeta debía imprimir, provenía de la pasividad y conexión con la naturaleza que el Tao sugería. Por otro lado, el maestro Kung gustaba de brevedad, sobriedad, reserva, ausencia de hipérbole y de extravagancia en la poesía. Kung decía que “si no conoces el significado de las palabras, no puedes conocer el de los hombres”. Ambas filosofías nutrieron la poética en Japón; la terminaron por definir. Surgieron estilos como el haiku, el tanka o waka, el renga y algunas mezclas, igualmente estructuradas y en las cuales no me detendré.

A principios del siglo xx, Tekan Yosano funda el Shinshisha, “Círculo de nueva poesía”. El Shinshisha reclama para la poesía el derecho de expresar el alma humana en su espontaneidad, el humanismo en toda su extensión. Por vez primera suenan en el tanka palabras occidentales y chinas. De esta primera explosión renovadora surgen varias revistas literarias. En 1903 la revista Ashibi y Araragi, en 1908 la revista Akane. De 1924 a 1945 aparecieron grupos y publicaciones fugaces, pero las condiciones de Japón en esos momentos no permitían que se construyera un estilo, ya que los jóvenes, por naturaleza, renovadores de la poesía, partían a la guerra. Sin embargo, la poesía ya exigía un resurgimiento y lo exigía en nuevas formas.

También apareció la antología de poesía francesa, de la mano de Bin Ueda, llamada Kaichoo-on, en donde aparecían nombres como Baudelaire, Verlaine y Mallarmé. El mismo Ueda tradujo a poetas como Th. Gautier, Rimbaud, Paul Claudel, entre otros. La poesía simbolista encajó a la perfección en el pensamiento japonés debido a la ambigüedad que los hermanaba. Pronto surgiría una escuela simbolista en Japón bajo la denominación de Shoochoosugi, “Simbolismo”. El trabajo de Bin Ueda rompería las barreras y “acrecentaría la sensación del descubrimiento estético, y la finura y la sutileza de la sensibilidad humana”, como dice el propio Ueda.

En 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Japón estaba devastado, sus edificios vueltos añicos y el pensamiento japonés había perdido el humanismo que le caracterizaba; además, las vanguardias francesas se habían infiltrado con la antología de poesía francesa Un rebaño bajo la luna de Daigaku Horiguchi y su Dadaísmo, en 1925. Y con el Futurismo de Renkishi Hirado en 1920. Otros movimientos surgieron de la rebeldía y la juventud. El Sprit Nouveau flotaba sobre el derrumbe. El haiku y el tanka continuarían desarrollándose en Japón, pero el descubrimiento de Ueda y sus contemporáneos habían abierto las puertas a un nuevo mundo, que, al mezclarse con las viejas estructuras formarían una nueva época en la poesía. Con el fin de la guerra y la derrota (física y mental), los jóvenes, que participaron en dicho conflicto armado, regresaban a continuar el oficio del poeta. En 1948, de entre los escombros surge un nuevo círculo llamado Koochi, “la Tierra yerma”. Este círculo publicó una antología anual titulada Koochi-Shishuu (Colección de poemas del grupo la Tierra yerma) en donde figuraban poetas nacidos entre los años 1919 y 1923. Generación que debido a la guerra fue denominada Lost Generation.

Nuestra actualidad nos presenta una tierra yerma. Salvarnos del caos y protestar contra la devastación explican nuestra voluntad rebelde ante este destino, y nuestra militancia con la vida. Si es que aún existe para nosotros futuro alguno, es porque no hemos perdido fe en la vida actual.

La poesía japonesa, que siempre había buscado el instante y la pasividad ante la naturaleza, resurgía con un nuevo objetivo: sobrevivir. La Tierra yerma conformada por los poetas Dyunzaburo Nishiwaki, Fuyuhiko Kitagawa, Shiro Murano, Katsue Kitazono, Azuma Kon-do, Iku Takenaka, Miyoshi Nayashima, Masao Nakaguiri, Nobuo Ayukawa, Ryuichi Tamura y el líder Yukio Haruyama, luchaba no sólo por innovar la poesía, sino también por exhibir la desgracia por la que estaban pasando. “La guerra les mostró los límites del humanismo, les impelió a la pérdida de la visión del mundo moderno materialista, la pérdida de valores éticos y religiosos, y, sobre todo los hizo reservados hacia la palabra, reserva producida por la destrucción de la tradición y por la crisis de autoridad en que se sumergió el país”, afirma el estudioso Atsuko Tanabe.

La poesía, como se ha mostrado a lo largo de todos los tiempos, parece surgir de los momentos de necesidad, como el poeta Paul Celan en “Fuga de la muerte” o los poetas rusos Jlébnikov, Maïakovski o Tsvietáieva durante la revolución de su país. Lo que nos provoca responder a la pregunta “¿para qué poetas en tiempos de penuria?” Los poetas están para reconstruir no sólo el lenguaje o el canon literario, sino para manifestar la pulsión de vida que el hombre requiere para seguir existiendo, no sólo alimenta las fuentes del recuerdo imperecedero y la experiencia vívida, son la base de la reconstrucción, ya que el poeta primordialmente es el ladrón del fuego. El único ser capaz de plantear la vista hacia el futuro y restablecer las estructuras del tiempo. Desprende los pies de la tierra y trae desde las alturas el mechón ardiendo del pensamiento onírico. Lleva consigo la ambigüedad del Fuego: “Brilla en el Paraíso y abrasa en el Infierno”.

“Vosotros también solos / en el espíritu del agua que corre entre las rocas”, nos dice Nishimaki, integrante del grupo la Tierra yerma. Seguimos viendo la búsqueda del instante; sin embargo, es la pasividad la que se ve alterada. Ese cadencioso movimiento expresivo continúa en la mentalidad de los poetas japoneses, como alguna vez la filosofía zen les permitió. La renovación poética llegó de una “necesidad real”: la necesidad de seguir existiendo. Encontraron en la decadencia de una ciudad en ruinas la inquebrantable soledad, y en ella pudieron vislumbrar la sombra de aquel que solitario también los veía. Ayukawa contesta: “el cielo helado de ayer / permanece en el filo de la navaja”.

“Mas lo que permanece, lo fundan los poetas”, nos dice el poeta Hölderlin, y la permanencia de la poesía japonesa ya no está en el cielo helado, en la guerra o en la destrucción. Cuando el maestro del haiku, Basho, reprende al joven Kikaku por su pensamiento destructivo, nos muestra la naturaleza de la creación: el afán por vivificar. Los poetas que regresan de la guerra para reestructurar el mundo recuerdan una lección ya aprendida.

Frases
Alejandro Baca
  • Escritores invitados

CDMX, 1990. Ensayista, crítico y poeta. Coeditor en Cuadrivio. Publicó el poemario Apertura al cielo (Naveluz, 2014).

Fotografía de Alejandro Baca

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