Latinoamérica
04 de noviembre del 2016

La sal de la tierra, Juliano Ribeiro Salgado y Wim Wenders, 2014.

Al norte de Brasil hay un enorme boquete que se abre en donde antes existió una montaña. En el lugar en el que hubo una montaña, existe una mina de oro explotada en los 80. De la fiebre de oro que se vivió en esos años queda como testigo una gran herida geográfica y también una serie de impresiones en blanco y negro que registraron la vida de los mineros. Imágenes en donde se observan cientos de personas subiendo escaleras con sacos en la espalda; una pelea a punto de explotar entre un guardia y un trabajador; cuerpos de niños y jóvenes curtidos por el barro y las jornadas laborales; largas hileras de hombres que descienden una pendiente en busca de oro. Son escenas que parecen grabadas en un infierno moderno, o que hacen pensar en una nueva esclavitud. Se trata, sin embargo, de una condena voluntaria: nadie ha sido forzado a trabajar. La promesa de riqueza es lo que encadenó por igual a campesinos, universitarios, burócratas, intelectuales y jóvenes de todo Brasil. Una realidad registrada por una lente que hipnotizó al mundo entero, la del fotógrafo Sebastião Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944), y que también sedujo a uno de los cineastas más reconocidos internacionalmente, Wim Wenders (Dusseldorf, Alemania, 1945).

De manera similar al trabajo realizado en el documental Pina (2012), antecedente inmediato de La sal de la tierra, Wenders se apropia de los valores estéticos del oficio que filma. En aquella cinta, que se centra en la coreógrafa alemana Pina Bausch, logró conjugar danza, música e imágenes —en tercera dimensión— para hacer de la escenografía un personaje más, y así lograr una pieza a partir de coreografías interpretadas por los discípulos de la bailarina. La cinta funciona como una gran danza de escenarios y memorias. La diferencia —y una de las cosas que hace especial a La sal de la tierra— es que el mismo Wenders es un maestro en el uso de la imagen. Se trata de un fotógrafo que retrata a otro fotógrafo y, por consiguiente, de un fotógrafo siendo fotografiado por un igual. El documental es un recorrido sensible por la extensa obra del artista brasileño.

De la mano de Wenders, el público reconstruye la vida del fotógrafo: desde que era un economista recién casado en Brasil, hasta su autoexilio en Europa y sus prolongados viajes por regiones poco exploradas para retratar el modo de vida de sus habitantes. El libro Otras Américas (1986) da cuenta de la hermandad de un continente, territorio en el que Salgado aprendió a observar y a vivir para poder capturar imágenes. Las fotografías muestran la región mixe de Oaxaca, así como pueblos bolivianos y territorios agrestes del sertón brasileño; dejan ver que el autor es, como sostiene Wenders, “lo mismo un aventurero y un gran fotógrafo". Esta sensibilidad está presente también en Sahel: l’Homme en Détresse (1986), compilación de trabajos sobre la sequía que tuvo lugar en Etiopía y otras regiones de África en 1984 y 1985, cuando el artista era parte del equipo de Médicos sin fronteras. Más tarde, Salgado emprendió el proyecto que terminó de asegurar su reconocimiento internacional: Trabajadores (1996), en el que fotografió a los obreros que construyen el mundo: en la India, Ruanda, China, Indonesia —y otras geografías. El conocimiento de la economía global lo orilló a interesarse por los procesos migratorios, con lo cual juntó las impresiones que integran Éxodos (2000).

El ojo intimista que Wim Wenders aporta al documental se complementa con el del otro director: Juliano Ribeiro Salgado (París, Francia, 1974), hijo de Sebastião. En su carrera de explorador/fotógrafo, el padre hizo viajes que le llevaron años. Él mantuvo el contacto con su esposa e hijos por medio de cartas. Juliano creció con una figura paterna lejana y se acercó a ella aprendiendo su oficio. Los viajes que emprenden juntos en la edad adulta, parecen un intento un poco tierno y desesperado por compensar el tiempo que permanecieron separados. Al igual que la dupla Wenders/Salgado, la relación Juliano/Sebastião establece un diálogo, aunque en este caso es de orden filial.

Sebastião no sólo intenta enmendar su relación familiar al volverse mayor. Su relación con el mundo también estaba dañada. Después de retratar la hambruna en Etiopía, los cadáveres de las matanzas en Ruanda y la devastación de los incendios petroleros en Kuwait, el fotógrafo afirmó haber perdido la esperanza en las personas. “El ser humano es un animal terrible. Nuestra historia es una historia de guerras”, dice en un momento del documental. Convencido por un tiempo de que el peor cáncer del hombre es el propio hombre, decidió soltar la cámara. Su esposa, que fue quien puso ese instrumento en sus manos por primera vez, puso también un nuevo proyecto sobre la mesa: la reforestación del espacio árido que abarcaba su hacienda. La pareja logró rehabilitar parte de la selva amazónica sembrando más de dos millones de árboles en donde antes sólo había pasto seco. A manera de cuento con final feliz, Sebastião Salgado emprendió otro ensayo fotográfico en el que se dedicó a fotografiar los rincones del mundo que permanecen casi inalterados, serie que llamó Génesis (2013).

Wim Wenders recurre al happy ending después de mostrar un panorama del género humano en donde la crueldad parece ser la norma. Pero al final del día da unas reconfortantes palmadas en la espalda del espectador, con el testimonio de un Sebastião Salgado que afirma que no todo está perdido. La sal de la tierra es una obra construida con otras grandes obras. Una cinta que no tiene ningún problema en sus formas, puesto que conjuga el trabajo de dos expertos que saben cautivar la mirada.

Frases
Fabiola Santiago
  • Escritores invitados

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1989. Egresada de Ciencias de la Comunicación (FCPyS, UNAM), ha colaborado en el Festival Internacional de Cine UNAM y actualmente en la revista Time Out México.

Fotografía de Fabiola Santiago

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