Divulgarás estas cosas, y las ocultarás. Giulio Camillo
Sir Thomas Browne, extravagante médico y literato inglés del siglo xvii, llegó a imaginar que hay libros a los que sólo podemos acceder mediante el sueño. Ningún hombre despierto podrá leerlos jamás ni sospechar sus insólitas formas. Sólo a los hombres que duermen o, acaso, a los muertos, les está permitido consultar sus páginas. A esta inusual colección de libros imaginarios la llamó Browne —evidentemente— la “Biblioteca oculta”. Hasta cierto punto, casi todos los buenos libros son secretos. Y en una época como la nuestra confirmamos que es más difícil encontrar un buen lector que un libro extraordinario.
No es casualidad que Sir Thomas Browne, autor de La religión de un médico, haya insinuado que, entre otras cosas, la historia de la literatura es también la historia de una cofradía, de un conjunto de hombres que leen un mismo texto con independencia de su lugar y su tiempo, pero que se reúnen alrededor de unos mensajes imperecederos. Peter Sloterdijk ha notado ya que la lectura de un libro crea comunidades dentro de las civilizaciones y vidas dentro de las vidas. Sin duda, estas sociedades secretas hechas de lectores pululan pero es difícil encontrarlas por más que se las busque, y bien pueden hallarse ocultas en un solo hombre. En este caso me gustaría imaginar que uno de estos hombres se llama Javier García-Galiano, y que su escritura corre paralela a la construcción de una realidad a partir de todas las ficciones posibles.
Entre otras cosas, García-Galiano se enorgullece de haber sido no sólo alumno de Salvador Elizondo sino de haber trabado amistad con él; de haber sido el primer mexicano en publicar una necrología del escritor Gregor von Rezzori y de haber coincidido en un café del centro histórico del Distrito Federal con el primo de Joseph Roth. Estas anécdotas podrían ser parte de la especulación de un hombre solitario, de un personaje que no puede dejar de incluir en su biografía las más variadas historias obtenidas de libros yalmanaques. Su escritura es tan cierta como las historias que lee.
Entre una de sus posibles biografías uno encuentra anotado en las páginas del periódico El Universal:
Como muchos, Javier García-Galiano (Perote, Veracruz, 1963) quiso ser futbolista, director de cine, músico y marinero, pero terminó estudiando Letras Modernas Alemanas en la UNAM, sin embargó se formó en La Veiga, el Bar Mancera y El Gallo de Oro del Valle de México, en La Alemana, el café Madoka y Los Equipales de Guadalajara, en la Kartoffelstube de Bremen, en el café Sperl y en el Hawelka de Viena, en The World’s End y The Old Chain Pier de Edimburgo, en The Stag’s Head de Dublín y el Bar Social de Manzanillo. Ha escrito periódicamente en la prensa desde 1989 y es autor de Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas, Armería. Un Libro Vaquero, Historias de caza, Cámara húngara, La pequeña Estambul y Especulaciones cabalísticas... Ha traducido, entre otros, a Joseph Roth, Ernst Jünger, Franz Kafka, Heimito von Doderer, Christoph Janacs y Novalis. Es Mester en turronería y actualmente es director de la colección Gabinete de curiosidades de Meister Floh en la editorial Ficticia.
Los libros de García-Galiano —como su biografía— transcurren en la literatura; no son sus textos estrictamente relatos o ensayos sino inscripciones polivalentes. Uno podría colocar sus escritos en cualquier orden y seguirían formando parte de un continuum, de un solo cuerpo especulativo que transcurre bajo una escritura múltiple. Ciertamente hay autores de los que se puede decir lo mismo, como W G. Sebald o Borges, cuyas literaturas están hechas de otras literaturas y en ocasiones se prefiguran, se citan, se sustituyen o acompañan sin importar las fronteras de cualquier especie; allí estaría esa tradición que incluiría a los lectores de Robert Burton, de La Biblia, o del maestro Eckhart sin que haya que sospechar un canon mayor que el gusto por las especulaciones cabalísticas, las lecturas “de libros sobre otros libros” —como diría Montaigne— y el gusto por creer reales los pensamientos de aquellos que dicen que el movimiento de las estrellas influye en la historia del tiempo.
Entre otros hechos memorables García- Galiano acaba de instar a Carlos Miranda a traducir en Ficticia el libro El jardín de Ciro, del ya nombrado Thomas Browne. En el conocido y a la vez desconocido mundo de la literatura escritores como Roberto Calasso se han sentido cercanos a esta tradición que lee al doctor Browne con la certeza de que su ciencia puede ser más poderosa que cualquier poder fáctico, pues está hecha de recuerdos, de sueños, de magia y de fe.
En La silla de Karpov, García-Galiano anota:
Aunque los empiristas no puedan corroborarlo, el universo no sólo se compone de hechos porque, entre otras muchas cosas, también las mentiras lo conforman. Con frecuencia, resultan más verosímiles que lo que sospechamos que es verdad y suplantan aquello que creemos que es la realidad.
En La pequeña Estambul, García-Galiano incurre en otra de sus sospechosas sentencias: “En realidad, todo ocurre en la memoria; también el aire y la tierra, y a veces la lluvia y el sol” o “Hay ciudades que ocurren dentro de otras ciudades”. Se trata de una literatura que piensa que la realidad o lo que llamamos la realidad está hecha a base de rumores. Las historias que recorren los libros de García-Galiano no son provocadas únicamente por personas sino que están llenas de animales, de viento, de polvo, de ciertas cosas que aparecen como insignificantes pero que, en definitiva, se convierten en símbolos profundos incluso para las civilizaciones; pienso en su breve “Historia de la lluvia” o su “Crónica mínima de la guerra de los gatos en contra de las plantas”.
Los insectos también le provocan ciertas disquisiciones. Una de las “Jünguerianas” —colección de aforismos inspirada obviamente en Ernst Jünger— del libro La silla de Karpov, dice: “La miel vale más que el oro”. Las abejas y la miel como emblemas de la riqueza material se convierten, en la literatura, en emblemas de la riqueza espiritual. Allí están los libros de Maeterlinck o Fabre, que nos hacen imaginar que el mundo microcósmico ha sido más ingenioso y poético para subsistir que el mundo humano. Y en México, uno puede pensar en Oriente de los insectos mexicanos, de Pablo Soler Frost, como uno de los ensayos más bellos que se encuentren sobre la relación entomológico-literaria. Sin duda, quien persigue insectos dentro de los libros acaba convirtiéndose a una ciencia sin nombre, no es entomólogo ni zoólogo. Y esta extraña ciencia puede encontrarse también en los escritos de García-Galiano. Sus libros refieren a otros hombres que han imaginado el mundo a través de las figuraciones de ciertos bichos; “Historia de la mosca” del libro La pequeña Estambul es prueba de sus obsesiones, ensayo donde admite haber leído que existen animales eternos y que uno de ellos continúa horrorizando a los huéspedes de una habitación sin mucho prestigio. En otro de sus libros, anota: “También Dios vigila con los ojos de la mosca”.
Como lector, Javier García-Galiano ha confeccionado escritos que atraviesan otros libros y otras literaturas. Cuando lo leemos, leemos también a Stefan Zweig, a Joseph Roth, a Eliseo Diego, a Salvador Elizondo, a una constelación de autores que nos alumbran en la oscuridad de nuestras obviedades. García-Galiano, con sus libros, sus conversaciones, sus artículos del periódico, ha estado creando una nueva “Biblioteca oculta”, una colección de insólitos libros a los que sólo podemos acceder mediante el sueño.