De Freud aprendí a escuchar mis sueños, de Jodorowsky a usarlos, y del Dharma Tibetano a conducirlos hacia la luz.
¿Qué papel significante he de asignarle a mis sueños? ¿Uno simbólico, uno mesiánico? ¿En dónde se debe trazar la línea entre lo real y lo falso? En el caso de los sueños, no me queda más que observarlos, vivirlos y comprenderlos e integrarlos a como dé lugar. Aldous Huxley en su ensayo Las puertas de la percepción dice: "El mundo exterior es con lo que nos despertamos cada mañana de nuestras vidas, es el lugar donde, queramos o no, debemos tratar de ganarnos la vida. En el mundo interior no hay trabajo ni monotonía. Lo visitamos sólo en sueños y cavilaciones, y su extrañeza es tal que nunca encontramos el mismo mundo en dos ocasiones sucesivas".
Para un materialista —de esos que ven el mundo como cáscaras vacías— mi soñar no es más que un proceso químico; una anomalía en el trasporte de iones a través de mis células neuronales al dormir. Para estos personajes, dormir es sinónimo de cargar el celular y apagar la luz. Es oscuridad y nada más. ¡Qué barbaridad! ¡Qué nihilismo! ¡Cuántos mundos perdidos, mandados a pudrirse al rincón de la memoria!
Así como se vive de muchas maneras, ya sea de una o de otra forma, así también se sueña. Muchas veces nos mostramos indiferentes al contenido de nuestros sueños. Despertamos y olvidamos al instante lo ocurrido durante el sueño, pues entendemos que éstos carecen de significado y de utilidad alguna por su trivialidad y falta de claridad en muchos casos. ¿Pero qué define el significado o la relevancia de una experiencia onírica? Si observamos los sueños, y nos damos el tiempo para comprenderlos —o más bien comprendernos—, nos daremos cuenta de que estos sueños son un reflejo de nosotros mismos: lo que vemos y lo que no.
La mayoría de mis sueños son de naturaleza surreal, llenos de sincretismo y simbolismo oculto. En muchas ocasiones logro trazar el origen de cierto significado del sueño a la vida cotidiana. Éste emerge de la profundidad de mi mente como burbujas llegando a la superficie. En estos sueños exploro mundos de geometrías sagradas, distintas, como si el programa del sueño hubiera sido escrito con un lenguaje diferente, pero compatible con el que vivo despierto.
Existen también los sueños de carácter sexual, perdidos en el bizarro placer sin límites, y los sueños de índole violento, esos que nos remontan a la antigüedad que habita un ser humano primitivo. Estos sueños se manifiestan en formas impulsivas y animalísticas de nuestro ser.
Dejando atrás el esoterismo y el carácter impulsivo del ser humano —reprimido por las normas sociales del presente—, damos espacio a los sueños que carecen de contenido surreal o mágico, pero que manifiestan una claridad fría y directa. Como si tuvieran el mero propósito de entregar un mensaje de la manera más simple posible. A veces esto transcurre en forma de palabras, en otras ocasiones es por medio de circunstancias que te hacen reflexionar sobre un tema en particular —uno en el que probablemente ya sabíamos la respuesta, pero que no queríamos admitirla. Lo bueno es que en los sueños no existe la culpa. Por eso deben ser vistos como un espacio con posibilidad de mejorarnos, y no como un proyector de actitudes depravadas o malos juicios.
Deseo compartirles un sueño en particular, que en mi experiencia personal trasciende toda frontera conceptual.
En momentos de oscuridad, depresión, miedo, ansiedad, desesperanza y tristeza, se han manifestado en mis sueños grandes maestros y deidades budistas de linajes antiguos. Linajes con los que yo y mi círculo cercano mantenemos relación continua por medio de la práctica. En una ocasión, un maestro que conocí hace muchos años, del cual mi padre y mi madre fueron y siguen siendo discípulos, se manifestó en mi sueño. Su presencia calmó todo mal que me afligía y llenó de luz mi interior. El maestro de nombre Chogyal Nhamkai Norbu Rinpoche se acercó a mí, me dio un remedio de hierbas y poniendo su mano en mi cabeza me dijo: "Eres una buena persona, ahora debes subir la montaña".
Entonces Norbu señaló a la montaña detrás de él. Era una montaña empinada, con nieve y peligrosos barrancos, a sus faldas había extensos bosques y un camino que los traspasaba. Sabía que el camino sería largo y peligroso, pero en la cima —a la par del cielo más azul y profundo— se encontraba un nuevo yo. Uno que vería los obstáculos del presente como pruebas superadas y no como agujeros sin salida. Sigo el camino hacia la montaña desde entonces.
Yo conozco estos sueños como bendiciones oníricas. Bendiciones porque son otorgadas y oníricas porque son transmitidas por medio de un sueño.
Libros recomendados:
Los yogas tibetanos del sueño, de Tenzin Wangyal Rinpoche
Psicomagia, de Alejandro Jodorowsky
Psicología del sueño, de Sigmund Freud