Migración
08 de noviembre del 2017

Nueva York: ciudad-deseo, ciudad-piel, ciudad-orgánica, ciudad-mutante, ciudad-cuerpo, eje-puente-tejido que concentra y abre nuevos caminos para la literatura hispanoamericana”. Redacté esas palabras para la contraportada de Escribir en Nueva York: antología de narradores hispanoamericanos (Lima, Caja Negra, 2014). Algunos años después escribo nuevamente sobre mi experiencia de vivir-escribir en esta ciudad que alberga tantos nómadas-migrantes.

Llegué aquí en agosto de 2004 para hacer estudios de doctorado en NYU. En aquel entonces la escritura en español se difundía sobre todo en librerías como Macondo y la Casa Azul, con algunos eventos que se realizaban entre los Departamentos de Español de las universidades de Columbia, NYU y CUNY, especialmente en el City College. Eran mayoritariamente los escritores puertorriqueños, dominicanos y cubanos quienes centralizaban la representatividad de la escritura en español en la ciudad. Usualmente se pensaba en ellos cuando se hablaba de escritura latina, situación arraigada desde los años 80.

Este escenario cambió, a mi parecer, desde el 2007, cuando la escritora argentina Sylvia Molloy funda en NYU la Maestría de Escritura Creativa en español. Este MFA abrió la ciudad a un flujo constante de escritores latinoamericanos. Algunos de ellos llegaron con becas, otros por su propia cuenta, pero todos con el ánimo de iniciar o cimentar sus carreras literarias en esta ciudad que ya conocían, aunque nunca hubieran estado en ella. Porque es así, Nueva York ocupa un lugar central en los imaginarios culturales globales. El cine y la literatura se han encargado de eso.

Si para los escritores del (cada vez más lejano) Boom latinoamericano, Barcelona y París eran las ciudades donde había que ir para estar en el epicentro de todo, hoy ese lugar es Nueva York. Y lo confirman cada vez más los escritores de América Latina que van, vienen, pasan o se van quedando en esta ciudad, vengan o no a estudiar esa Maestría. ¿Qué atractivo ejerce sobre nosotros? ¿Por qué Nueva York?

Algo está pasando con la escritura en español en la ciudad. Se le llama con bastante frecuencia “la capital del mundo”, pero esta imagen siempre me ha parecido demasiado estática. Como la imagen de una ciudad-centro de todo. No va por ahí la cosa. Nueva York es, como la mayoría de sus habitantes, una ciudad que debe su fuerza al desplazamiento mismo, a ese constante flujo, al nomadismo. Pienso que Nueva York funciona como una especie de concentrador de diversos flujos de escritura y de escritores. Hay quienes llegan a Nueva York para quedarse, eso puede pasar. O también quienes llegan y luego se van, quienes pasan por Nueva York como lo hicieron Martí, Darío, García Lorca. La ciudad atravesada por (y que atraviesa) personas, escrituras, saberes, experiencias. Prefiero verla como un puerto-puente-plataforma cosmopolita, lugar agitado de llegadas y partidas, más que un centro o capital.

Nueva York siempre puede ser cualquier cosa, y una puede ser cualquier cosa en Nueva York. Siempre en constante cambio, como si se tratara de un organismo viviente, la ciudad es pura metamorfosis y contagia a quienes pasan por ella. Nadie pasa realmente por aquí y sigue siendo el mismo. La ciudad tampoco, siempre mirando hacia delante, zambullida en el vértigo de lo futuro. Puede ser la capital del mundo para quien lo vea así, puede ser el centro de la literatura latinoamericana para quien asuma esa idea. De todos modos, ella seguirá cambiando, ciudad mutante, ciudad nómada. Nueva York no es para permanecer, aunque te vayas quedando en ella.

Su carácter mutante se observa ahora en las actividades de literatura latinoamericana que se realizan en lugares tan diversos como el Instituto Cervantes o las librerías Word Up, McNally y Barco de Papel, entre otras. Al mismo tiempo van floreciendo nuevos proyectos editoriales. He notado también que, al menos en los últimos tres años, cada vez más escritores latinoamericanos que no viven en la ciudad quieren presentar sus libros aquí. En estas presentaciones subyace el reconocimiento de Nueva York como plataforma de la escritura latinoamericana reciente, un lugar para ser visto y leído, para conocer (y reconocer) a otros escritores. Creo necesario rescatar esa diversidad, que deja de lado y ridiculiza cualquier pretensión monopólica de acaparar toda la atención, ya sea para una sola persona, institución o estética. La potencia de esta ciudad, lo que la hace tan atractiva, depende del carácter migrante de muchos de los que escribimos aquí. Esa posición migrante se vincula a una subjetividad que siempre cuestiona los lugares más fijos, pues asume la vida y la creación como procesos en movimiento constante.

En diversas entrevistas sobre mi trabajo creativo surge, usualmente, la pregunta sobre las posibles influencias que ha tenido en mi escritura el hecho de vivir aquí. ¿Hubiera sido distinta mi escritura si me hubiese quedado en el Perú? No lo sé. O en realidad, no hay respuesta posible a esa pregunta. Nadie sabe lo que hubiera sido si. Pero es posible hablar de la experiencia que ha resultado y de la escritura a partir de ella. Se trata de una escritura que, como muchas de las que realizan aquí otros escritores migrantes, toma distancia de reclamos identitarios, pues comprendemos ese carácter inasible, complejo y no esencialista de la propia identidad. Podemos escribir sobre nuestros países de origen, pero nuestras preocupaciones no se abocan ya a puras cuestiones costumbristas. ¿Cómo se escribe del propio país donde ya no vivimos? Nueva York es ese espacio migrante que libera la escritura de un reclamo de lo nacional. Miramos de otra manera, más dislocada, acaso más distante, pero no distanciada. El lugar (país, ciudad) de origen no es simplemente un tópico de nostalgia (quizás opresiva en ocasiones), es un espacio que puede ser reescrito desde este presente. El origen se confunde y se contagia de nuestra realidad migratoria, se desacomoda y también se vuelve lugar de llegada, plataforma de idas y venidas, como la ciudad que nos acoge. Quizás eso sea escribir en Nueva York: un puro nomadismo textual.

Frases
Claudia Salazar Jiménez

Lima, Perú, 1976. Escritora, crítica literaria y gestora cultural. Doctora en Literatura por la Universidad de Nueva York. Su primera novela, La sangre de la aurora, obtuvo el Premio Las Américas de Narrativa Hispanoamericana en 2014, y ha sido traducida al inglés por la editorial Deep Vellum. Su libro más reciente es la colección de relatos Coordenadas temporales. Actualmente vive en la ciudad de Nueva York.

Fotografía de Claudia Salazar Jiménez

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