Alemania
03 de abril del 2017

Quiero partir la humanidad en dos
Y vivir en el vacío del centro

HEINER MÜLLER

En los siglos XIX y XX se da una revolución en la vida del hombre: el transporte, la fotografía, el cine, el teléfono, la televisión y la computadora. Ahora se sigue persiguiendo la sofisticación de estas invenciones, la novedad nos ha rebasado. En 1936 se trasmitieron por televisión los Juegos Olímpicos de Berlín, y persiste la fotografía de un niño que tiene en sus brazos una antorcha. Al paso de los años ese niño criticó su sociedad, y se vio afectado por los avances tecnológicos. Su nombre: Heiner Müller (Sajonia, 1929-1995), su sociedad: Alemania, el país que mas ha participado e invertido capital en esta modernidad; la cual ha pervertido a su población.

Quienes se han viciado con los avances tecnológicos han abandonado la realidad, olvidando el pasado y el presente, para vivir en el mundo virtual. No se puede negar la capacidad del hombre para crear máquinas, ni tampoco lo mucho que han servido, pero ¿acaso se pensó en los vicios que desencadenarían? La realidad la olvidamos con la TV y el cine. ¿Qué pasó con los primeros hombres que vieron imágenes proyectadas por una máquina? Se asombraron, sin embargo no sabían las adicciones que les provocaría. ¿El teatro puede ayudarnos a enfrentar la realidad y las adicciones humanas? Sí, sólo el teatro que es fiel a sí mismo.

Hamlet, el personaje de Shakespeare, dice: “He oído contar que personas delincuentes, asistiendo a un espectáculo teatral, se han sentido a veces tan profundamente impresionadas por el solo hechizo de la escena, que en el acto han revelado sus delitos; porque aunque el homicidio no tenga lengua, puede hablar por los medios más prodigiosos”. Este es el teatro que han buscado directores, dramaturgos y actores que tienen algo que decir más allá de las vanalidades diarias; los que frente a la crisis social no se quedan de brazos cruzados. Hay pocos casos. En Alemania encontramos el teatro político, reflejo de los pensamientos, ideales, experiencias y juicios que buscan enfrentar al espectador y al actor. Algo de esto existe en Heiner Müller, quien escribió más de una docena de obras dramáticas, las más conocidas: Máquina Hamlet, 1977, y Cuarteto, 1981, escrita a partir de Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos. También escribió poemas y dirigió la compañía de teatro creada por Bertolt Brecht, Berliner Ensemble.

Heiner Müller: el hombre que siempre vistió de negro, su aspecto hablaba por él, nunca dejó sus lentes oscuros y su tabaco, era un Ha- mlet. Siempre estuvo de luto, un luto quizás aparente. ¿Qué hay atrás de ese contraste entre el blanco de su piel y su vestir negro? Una tragedia. Nace en 1929 y a sus cuatro años de vida supo lo que hacía el poder. Su padre fue arrestado por los nazis en 1933, año de los exiliados. Bertolt Brecht huye de Alemania, él era un niño y no sabía que más tarde ocuparía el lugar de Brecht en el teatro alemán y que en el futuro sería considerado el mejor y más importante dramaturgo después de Samuel Beckett, según el Theater Guide. Su destino era ése y no lo podía cambiar. Lo que tampoco pudo cambiar fue su experiencia de las dos guerras mundiales, la división de Alemania, la construcción y la caída del muro de Berlín; lo que sí pudo modificar fue su colaboración con la STASI. En una entrevista dice: “Claro que hablé con la STASI, y hubiera hablado con Stalin o con cualquiera si eso hubiera ayudado en algo. El trasfondo de esto es que la población sienta un sentimiento de culpa para que el poder tenga más poder sobre todos. Los intelectuales dicen: Müller habló con la STASI, ¡qué puerco!, y mi imagen se deteriora. [...] Hay mucha gente en esos archivos. Estar en ellos no significa otra cosa que ellos tenían información sobre alguien”.

La turbulencia de su vida no se separa de sus textos; arrojado en el río nada contra corriente y recibe un fuerte golpe: el suicidio de su primera esposa, Inge Müller, poeta y dramaturga, quien después de varios intentos de suicidio consigue acabar con su vida el 1° de junio de 1966. Pero ¿qué hay en sus textos? Él era sus textos: su vida y Alemania. “Como una joroba arrastro mi pesado cerebro”, dice su personaje Hamlet. Müller escribe dramas en la segunda mitad del siglo xx, el siglo más dramático. Sin embargo, no fueron bien aceptados por su postura crítica, estaba prohibido criticar. Él era un águila que afilaba su mirada, casi microscópica sobre la realidad, para reprender a las serpientes más venenosas: sociedad, burocracia e injusticia; esto le costó la estancia en la República Democrática Alemana. Comenzó haciendo adaptaciones de los textos clásicos griegos y del Renacimiento, convencido de que el presente se puede explicar con el pasado. Se ayudó de la historia para criticar el presente. Dramas con pocos personajes, donde predominan los monólogos y diálogos completamente poéticos. Los personajes en sus obras expresan imágenes desconcertantes, donde la imaginación evoca la violencia contra sí mismo para evadir la violencia exterior; afectan nuestro ánimo, se asoma un asco a la realidad, nos identificamos. Nos pone un espejo: “Ayer dejé de matarme. Estoy sola con mis pechos mis muslos mi regazo. Destrozo las herramientas de mi cautiverio la silla la mesa la cama. Destruyo el campo de batalla que era mi hogar. Abro violentamente las puertas, para que el viento pueda entrar y el grito del mundo”, dice Ofelia. La guerra es su hogar y la única forma de acabar con ella es acabar consigo mismo: la locura o el suicidio. “Mi cerebro es una cicatriz. Quiero ser una máquina. Brazos para agarrar piernas para caminar sin dolor sin pensamientos”, también dice Hamlet.

Máquina Hamlet es una obra corta en cinco actos. Los personajes relatan lo que les ha pasado. En el texto de Shakespeare es Hamlet quien pide a Horacio contar su historia, en el de Müller es el mismo Hamlet quien toma la palabra. El mayor mal es haber nacido, para Hamlet es una dicha decir: “Quisiera que mi madre hubiera tenido un agujero de menos, cuando tú todavía eras de carne: me hubiera evitado a mí mismo la molestia de haber nacido”. Müller no se preocupa por poner acotaciones, su intención es que quien lea o monte la obra, piense. En términos de Müller el teatro de su época había dado la espalda al teatro. Había caído en la empresa del capitalismo y nadie se preocupaba por criticar, el miedo los aprisionaba. Se dedicaban a complacer al público, directores con sueldo base, una vida sin problemas, así no se podía dar el buen teatro. “Sólo se da en crisis”, afirmaba Müller.

Müller, el dramaturgo del enigma, apuesta por la poesía del drama. Un estilo inconfundible. El comunismo, el erotismo y la muerte. Marx, Rosa Luxemburgo, Bataille y Nietzsche son algunos referentes en su proyección. Criticó fundamentalmente el ámbito económico en el teatro y no la estética. Setnía desdén por la Teoría del teatro incluso para su propio teatro. Müller señala: “Creo en el conflicto. No creo en nada más”. Y como dramaturgo y director sabe cómo hacerlo.

El luto de Heiner Müller se terminó cuando murió, pero su teatro aún sigue esperándonos. Curiosamente se casa a los sesenta y cinco años con una actriz, tiene un hijo con ella y muere a los sesenta y seis años de cáncer pulmonar. Semanas después de su muerte, en México Ludwik Margules empieza a montar Cuarteto. Una obra de dos personajes, la Marquesa de Merteuil y el Vizconde Valmont. Texto que une el pasado con el presente por medio del espacio escénico y las enfermedades de los personajes. Personajes seductores que intercambian sus papeles en escena, teatro dentro del teatro. Los personajes ya saben lo que pasó y lo que pasará. No obstante, si sus planes son arruinados por el otro, se ven descubiertos y a la vez defraudados por sí mismos, cosa que no pueden soportar pues tienen siempre el deseo de dominar, de tener poder sobre el otro. Sus personajes no son de melodrama, su destino es el conflicto con ellos mismos y la sociedad.

Hay que descuartizar la obra de Müller para entenderla, hay que enfrentarla.

Frases
Elizabeth Arias

Oaxaca, 1992. Estudió Humanidades en el IIHUABJO. Es promotora de la lectura.

Fotografía de Elizabeth Arias

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