Mujeres
30 de octubre del 2018

¿Cuál es el sentido de presenciar una vez más el asesinato de Agamemnón por Clitemnestra, los celos de Electra, la muerte de la Tindárida a manos de su propio hijo? ¿Por qué releer la Orestiada de Esquilo? Italo Calvino en ¿Por qué leer a los clásicos? nos ofrece una respuesta: un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Así pues, ¿qué tiene que comunicarnos Esquilo a través de Clitemnestra en el siglo XXI, y en un contexto como el mexicano?

Como bien ha dicho Nicole Loraux en Maneras trágicas de matar a una mujer, el teatro es el único género cívico de la Época Clásica griega que se complace en difuminar la frontera entre lo masculino y lo femenino; de modo que podemos ver a personajes femeninos adoptando actitudes masculinas, situaciones que fuera del mundo ficticio serían imposibles. Como es el caso de Clitemnestra, quien toma las riendas de Micenas cuando su esposo Agamemnón parte a luchar a la guerra de Troya. Si uno explora la concepción de lo femenino y lo masculino en la Época Clásica, se dará cuenta de que estar al mando de un gobierno era un trabajo reservado a los hombres; por el contrario, las mujeres, al ser descritas como seres irracionales, más cercanas a su estado salvaje, deben ser domesticadas bajo el control y la supervisión de los hombres. Pues ellas sólo pueden cumplir su principal propósito en la intimidad del hogar: traer hijos para perpetuar el oîkos del marido y, por lo tanto, la polis griega. Cabe aclarar que tanto a hombres como a mujeres se les permitía tener algunas características del género contrario; sin embargo, invadir la esfera de acción del otro y permanecer en ese estado causaba incomodidad en la sociedad griega clásica.

Desde las primeras líneas de la trilogía de la Orestiada, Clitemnestra es descrita como una mujer con ánimo (kéar) de consejo y mente viril (andróboulon). Resulta imposible pensar que ella pudiera estar reinando sin este kéar andróboulon. Desde la concepción griega, el que gobernaba forzosamente debía tener más atributos masculinos. Ahora bien, podríamos preguntarnos qué opinión le hubiese merecido a un griego del siglo VI a.C. el que una mujer tuviese un ánimo de resoluciones viriles; y más específicamente, qué pasaría si una mujer fuera la que los gobernara. La respuesta no es nada favorable. La filóloga Rachel Wolfe dice que el tema de la mujer que se hace del poder es uno de los más estudiados con respecto al personaje de Clitemnestra: “éste es el tema que domina la Orestiada: la amenaza de un gobierno femenino, el lugar de las mujeres en la sociedad, y los peligros de permitirle a una mujer aventurarse fuera de su propia esfera”.1 Por lo tanto, lo que estaría haciendo Esquilo al caracterizar a Clitemnestra sería advertir sobre los peligros de una mujer al poder; ésta sería una déspota monstruosa. En lugar de ser una esposa fiel a la espera de su marido, como la Penélope de Ulises, Clitemnestra toma a un amante y asesina a Agamemnón a su regreso, a fin de vengar la muerte de su hija Ifigenia, quien fue inmolada por su padre con la intención de tener buenos vientos para zarpar a Troya; en lugar de actuar como una madre protectora, se deshará de su hijo Orestes para permanecer en el poder y evitar que reivindique al padre. En este sentido, la razón por la cual Clitemnestra será castigada es por no haber actuado de la manera que se esperaba de una mujer de su época, y por el traspaso de la esfera de lo femenino hacia el campo de acción masculino.

Orestes, bajo el mandato de Atenea e instigado por su hermana Electra, asesina a su madre y reinstaura un gobierno masculino. Y si bien es atormentado por las erinias —deidades antiguas, anteriores a la religiosidad patriarcal— por derramar la sangre de su madre, será absuelto en un juicio, en el que se determinará que es el padre quien en verdad engendra y no la madre. Por lo tanto, Orestes simplemente habría derramado la sangre de alguien que hizo las veces de incubadora.

Toda esta problemática de la mujer que adopta un rol masculino, retratada en la tragedia de Esquilo, puede ser estudiada bajo la teoría de la performatividad de Judith Butler. De acuerdo con la ideología de género, ser hombre o mujer va más allá de los genitales con los que uno ha nacido. La célebre cita de Simone de Beauvoire dice: “No se nace mujer: se llega a serlo”. Así, el género es una construcción que siempre está en continua asimilación de las normas, que a su vez dependen de un espacio, tiempo y colectividad determinados. Butler, siguiendo esta idea, relaciona la capacidad performativa del lenguaje con la configuración del género. La performatividad tiene una dimensión dual. No sólo actuamos a través del discurso sino que también el discurso actúa sobre nosotros. Todos somos definidos por “apodos” incluso antes de hablar (hombre, mujer, femenino, masculino). Existe una receptividad involuntaria del discurso sobre el género y, por lo tanto, actuamos de acuerdo a sus ideales en gestos y en acciones que pueden llegar a ser entendidos como esenciales. Uno no puede extraer al “sujeto” agente del entorno en el que se encuentra. Para Butler buscar una estructura prediscursiva del “sujeto” (una esencia) resulta inútil; lo que en verdad resultaría interesante sería ver cómo “el ‘agente’ se construye de manera variable en la acción y a través de ella”.2 El género no es una identidad estable, sino una identidad débilmente constituida en el tiempo: “una identidad instituida por una repetición estilizada de actos”.3 Y es justamente en esta repetición estilizada en donde se encuentran las posibilidades de transformar al género, ya sea por las diferentes maneras de hacerlo, ya sea en la ruptura o en la repetición subversiva.

Ahora bien, como se ha visto en la tragedia de Clitemnestra, dichas performatividades subversivas causan incomodidad y provocan reacciones violentas y coercitivas por parte de la sociedad. En palabras de Butler:

Actuar mal el propio género inicia un conjunto de castigos a la vez obvios e indirectos, y representarlo bien otorga la confirmación de que a fin de cuentas hay un esencialismo en la identidad de género. Que esta confirmación sea tan fácilmente descolocada por la ansiedad, que la cultura castigue o margine tan fácilmente a quien falle en representar la ilusión de un género esencialista, debería ser señal suficiente de que, a cierto nivel, existe el conocimiento social de que la verdad o la falsedad del género son sólo socialmente forzadas, y en ningún sentido ontológicamente necesitadas.4

Resulta interesante ver cómo las normas de género de la Época Clásica griega guardan vigencia hoy en día en un país como México. Aunque hemos dado un gran salto en cuanto a leyes que garantizan la equidad de género, la brecha que existe entre hombres y mujeres en cargos de decisión sigue siendo considerable. Nunca ha habido una presidente, de las secretarías de Estado sólo el 16.67 por ciento son ocupadas por mujeres, de las presidencias municipales sólo ocupan el 15.9 por ciento y únicamente el 18.8 por ciento son ministras en la Suprema Corte de Justicia.5 De acuerdo con la Encuesta Nacional de Género 2014, 32.8 por ciento de las personas encuestadas opinan que los hombres tienen mayor capacidad para la política; la misma cantidad de personas (32.4 por ciento) opina que las mujeres que llegan a niveles altos de poder es porque tuvieron relaciones sexuales con algún varón en el poder. A nivel mundial, de ciento noventa y tres países en el mundo, sólo dieciséis son dirigidos por mujeres.6 Esto resulta interesante, pues demuestra que aún sigue arraigada la creencia de que las mujeres deben estar abocadas al hogar y al cuidado de la familia, es decir, mantenerse dentro del espacio doméstico.

Es importante resaltar que el castigo no sólo se impone a mujeres que están en cargos políticos. Un ejemplo concreto ocurrió en octubre de 2017 en Tlaxcala, capital nacional de la trata de blancas: Jazmín Contreras, de diecinueve años, fue ahorcada por dos de sus empleados; uno no toleraba que una mujer más joven que él le diera órdenes, el otro no quería pagar los catorce mil pesos que le debía. De acuerdo con las autoridades del municipio de Mazatecocho, donde ocurrió el siniestro, éste no representa un caso de feminicidio. La Clitemnestra de Eurípides, personaje con mayor profundidad psicológica que el de Esquilo, se pregunta si Agamemnón hubiera actuado de diferente manera al ver cómo ella hubiese inmolado a su hijo a fin de tener buenos vientos para zarpar. Cabe preguntarse si Jazmín hubiese sufrido la misma suerte de haber nacido hombre.

María Cruickshank

Ciudad de México, 1990. Es Licenciada en Letras Clásicas. Actualmente es editora de la revista de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, Encuentros2050.

Fotografía de María Cruickshank

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