Dejando tras de sí al menos nueve muertos y cincuenta heridos, en un intento por desalojar un bloqueo en la carretera que conecta a Puebla con Oaxaca, los contingentes policiacos se dirigieron a la capital, derrotados después de la firme resistencia de los habitantes en Nochixtlán. Encontraron poca oposición en los cruceros de Telixtlahuaca, Huitzo y Etla. Fue a 10 kilómetros de la ciudad, en Hacienda Blanca, donde los enfrentamientos se prolongaron hasta después de las siete de la noche. En la puerta de entrada del fraccionamiento había muchos vecinos y unos cuantos maestros.
Los policías, al verse rebasados en número, comienzan a ejecutar sus “acciones táctico-operativas de disuasión, reacción, contención y restablecimiento del orden”, esto es, a disparar gases a diestra y siniestra. Algunos presenciaron sorprendidos por vez primera la brutalidad de las fuerzas del orden. “Que poca madre, si aquí hay niños”, se escuchaba de continuo. No hubo manera, entonces, de plantarles cara en la carretera; así que el hostigamiento fue desde un canal un tanto lejano, donde difícilmente las piedras proyectadas hacían blanco. Cuando los federales retrocedieron rumbo a la supercarretera, por la fatiga de la marcha y el empuje de los presentes en la barricada de Viguera, hubo una vacilación en toda la desordenada línea de los reprimidos. Se pensó en una emboscada, un “encapsulamiento” en ambos sentidos de la carretera. A pesar de ello se les persiguió con un tímido apedreamiento hasta la entrada de la autopista, adonde llegó acaso una tercera parte de los que empezaron la defensa. La mayoría de la gente que fue represaliada con ese pestífero humo dentro y fuera de sus domicilios, en el fraccionamiento y zonas habitacionales aledañas, no continuó en las posteriores escaramuzas. Se les flanqueó a un costado de la carretera, sobre los montes, intentando hacerlos retroceder más, pero nadie dirige la vanguardia ni existe el menor simulacro de formación. Hay gritos de “todos juntos”, pero esos pocos no se unen. Nadie acepta el ir en cabeza, recibir el cilindrazo en la posición de avanzada para que los demás puedan lanzarse al asalto. Ahí, cerca de la autopista, durante la puesta de sol, se esparce el rumor de un joven asesinado en Pueblo Nuevo, y aumenta el miedo.
Los federales, que esperaban refuerzos, volvieron a echarlos para Hacienda Blanca y así proteger sus camiones. En su retaguardia apareció la policía estatal. Se intentó atacar sus medios de transporte pero los policías disparaban los cilindros hacia el frente, en lugar de hacerlo en parábola. Rompieronn los cristales de un vocho blanco estacionado. Los medios utilizados por los uniformados fueron, como siempre, mezquinos: «La educación en los cuarteles es la peor de todas. Son las universidades donde se aprende el salvajismo, se olvida la habilidad en el oficio civil y florecen todos los vicios sociales», escribió el incómodo Strindberg hace más de cien años. La organización de los “menesterosos" fue nula, los bazuqueros no eran más de cinco; sus cohetones, escasos; las bombas molotov, inexistentes. Sólo las mentadas de madre, en ambos bandos, no cesaban. A diferencia del dos de noviembre del 2006, el desorden no desembocó en prodigio. Por fin se logró detener al último autobús, rotulado con el logo de los Miami Dolphins, y se volvieron añicos sus cristales. No hubo un cerillo para incendiarlo ni un pirómano improvisado. Mandaron un helicóptero para poder recuperar el vehículo. Suspendido en el aire, cual gigantesco colibrí, en un ruido de verdadero espeluzno, enviaba ráfagas de aire y tierra que lentamente dispersó al personal.
Una buena parte de los pobladores que estuvieron en los enfrentamientos de Hacienda Blanca, al igual que en Nochixtlán, poseían un sencillo sentimiento de justicia social. Eran almas rebeldes sin ataduras con partidos ni ideologías. Probablemente no habían escuchado hasta el hartazgo del éxito y de maximizar el rendimiento; de los ascensos laborales, de hacer fortuna y asegurarse el porvenir. Uno pensaría que son “revolucionarios” por temperamento, más emocionales que racionales por la resignación con que soportan la pobreza. Quizás no poseen conciencia intelectual, pero si moral. Fueron valientes por instinto, aunque se supone que no existe valentía sin previsión.
Los mixtecos en Nochixtlán pusieron su salud, fuerzas, paz; el pan cotidiano, la vida incluso, y mientras avanzaban en la lucha no hubo tiempo de pedirle a los amigos que cuidasen a sus esposas e hijos. No se atacó a los hombres ni a la humanidad. Se combatió la hipocresía del régimen político. Dados los antecedentes, es bastante razonable.