Migración
08 de noviembre del 2017

Me mudé a Barcelona porque todo me indicaba que era la ciudad de los escritores. Vargas Llosa, Donoso, García Márquez y Bolaño habían vivido ahí. Ahora vivían Villoro, Fresán, Caparrós, Vila-Matas y muchos otros a los que todavía no había leído y ni siquiera conocía de nombre. Yo quería convertirme en uno de ellos. Y en mi imaginación llena de prejuicios, Buenos Aires ya no era la potencia editorial que había sido en otro tiempo. Pero en realidad el problema con Buenos Aires era otro: mi otro yo, el publicista. El profesional cómodo, bien pagado, criado en las maneras corporativas y con algunas señales de fatiga vocacional. Necesitaba darle cabida al escritor, desplegarlo en un tiempo y en una geografía diferentes. Casi como un muñeco inflable tamaño real, para sentar al lado mío y llevar a todas partes, hasta que pudiera empezar a reconocerme en él. Todos en Argentina, familia, amigos y compañeros de trabajo, supieron entonces que me iba a escribir, a cumplir el sueño de una vocación que para la mitad de ellos era antes desconocida. Para escribir, para convertirme en escritor, tenía que irme.

Si dibujara un diagrama de Venn con los géneros, en el centro de mis círculos estaría el cuento. Yo soy fundamentalmente un escritor de cuentos. Con él di mis primeros pasos y todo lo que escribo intenta reproducir la felicidad que me dieron ciertos cuentos de ciertos autores a cierta edad. Con los años —a medida que fui escribiendo y madurando mi estilo, la idea de un proyecto—, me propuse conquistar territorios nuevos, y en general se asocian al perfil poliédrico que se supone debe tener un escritor hoy. De ahí los círculos exteriores del diagrama. Un artículo, por ejemplo, si hay suficiente trabajo e investigación, puede ser acerca de prácticamente cualquier tema, incluso de uno lejano a mi sensibilidad. El ensayo supone una inmersión mayor porque es el esfuerzo de la voz en primera persona; pero también es cierto que la inteligencia tiene la libertad de divagar y las ideas poseen un componente abstracto. Un guion, al menos del modo en que estoy intentando dirigir mi carrera (escribir para vivir), tampoco me interpela en profundidad. Es un trabajo colectivo: hay un proceso con etapas, distintos responsables y unos límites que dependen del formato y la producción. En cambio, cuando escribo literatura, eso que considero solo mío, y que no está atado a modas ni a plazos, y que hasta ahora siempre había sido cuento y empieza a ser novela, la implicación es radicalmente distinta.

John Updike dice que la vida del escritor está partida en dos. La vida previa a tener conciencia de escribir o querer escribir y la vida que viene después. Según él, la materia prima de la literatura surge de esa primera mitad. Es la experiencia directa, salvaje por preliteraria, y sin el filtro interesado de alguien que procesa el mundo para reescribirlo. Mi vida oficial de escritor, oficial al menos en el sentido del desplazamiento y la decisión de ser, ha sido toda fuera de Argentina. Dos años en Barcelona y casi cuatro en México. Y sin embargo, toda la literatura que escribí hasta hoy está anclada en un tiempo y en un espacio determinados: la Argentina de los 80 y 90. En este punto, es preciso no confundirse con los clichés de la literatura del yo. En ficción puedo especular con el pasado o el futuro, traspasar fronteras o explorar zonas de mi país que no conozco, puedo habitar en la voz de una anciana a punto de morir o en la de un padre alcohólico, pero el magma psíquico e histórico que sustenta cualquier literatura tiene unas coordenadas precisas.

Antes de publicar mi libro, mis editores dijeron sí, pero. Sí, pero… era argentino, y vivía en México, y esto era España. Sí, pero… era inédito, que es un eufemismo para decir que era un completo desconocido. Y sí, de nuevo sí, pero… eran cuentos. Y todos sabemos lo que se afirma respecto al cuento y las ventas. El riesgo de publicarme implicaba un compromiso. Un libro se acompaña y se defiende, me dijeron. Ellos temían, a pesar de estar convencidos de su calidad, que el libro se disipara en el torrente de todos los libros publicados. Yo prometí acompañarlo y defenderlo, incluso renuncié a mi puesto en México para hacerlo. Al final, entiendo que el resultado fue mejor del que esperábamos. La llegada de un escritor latinoamericano a España suele venir precedida de un derrotero exitoso en su país de origen. En mi caso, antes de mi llegada a España no había nada. Y ahora me doy cuenta de que aquel equívoco fue funcional. En estos días, como en un viaje a la semilla, ese mismo libro se publica en mi país. Para mí es importante ser leído en Argentina. Si todavía la literatura se mide en términos nacionales, vivir afuera, escribir afuera, publicar afuera, me cubre de una pátina de invisibilidad. Y lo que son las cosas: según mi agente de prensa, al parecer hay interés en el libro porque justamente se publicó y tuvo buena crítica en España.

En Especies de espacios, Perec, con su lucidez de sabio ancestral, roza el núcleo del dilema del migrante. Las fronteras son líneas imaginarias, dice. Siempre vivimos en algún lugar. Para que alguien se mude, alguien se tiene que quedar. La mudanza es siempre un movimiento conmovedor, por lo que dejamos atrás. Y después, como en un juego, propone anotar todo lo que no es diferente de país en país. ¿La forma de las casas? ¿Los campos? ¿Los rostros? A veces me pregunto de qué maneras oscuras opera la nostalgia. En mi caso, creo, no es acumulativa. ¿Qué cosas sé ahora acerca de mi país que no sabía o no había pensado antes? ¿Cuál es el influjo de México? ¿Cuál el de España en mi escritura? ¿Los años dirán?

Quizá el movimiento más extraño de todos sea el de nuestro escritor universal: migrar para morir. Borges decidió morir en Ginebra porque era una ciudad que lo hacía misteriosamente feliz. Había vivido allí en su juventud, y después había regresado muchas veces más a lo largo de su vida. En una carta pidió que respetaran su decisión de morir como un hombre invisible. Además, la Buenos Aires que él había escrito, la de las milongas, los aljibes y los patios, hacía tiempo que había dejado de existir. Lo de Borges no me hace pensar en mi muerte, pero sí quizá en el lugar en el que debiera estar en caso de que ella me encuentre.

Frases
Tomás Sánchez Bellocchio

Buenos Aires, 1981. Publicista y guionista, vive entre CDMX, Buenos Aires y Barcelona, donde cursó en 2011 el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor del libro de cuentos Familias de cereal (Candaya, 2015), y participó en la antología Emergencias (2013).

Fotografía de Tomás Sánchez Bellocchio

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