En el marco geográfico de la poesía latinoamericana — desde hace varias décadas— existe un obelisco asentado en un archipiélago del mar de las Antillas. Con escritores como José Martí, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y muchos otros, Cuba ha sido uno de los territorios más productivos de América Latina. Un pilar que, además de sostener un discurso político-social de vital importancia para el continente, parece destinado a significar un punto y aparte para la literatura en general. Tal es el caso de un grupo de poetas, el cual debe ser considerado una generación crucial debido a la innovación estética que presentaron: ratas, líquenes, insectos, polímeros, espiroquetas: grupo Diáspora’s.
Hablar de innovación en la poesía es casi un pleonasmo, ya que además de los incontables condicionamientos estéticos, lleva consigo una carga política, y por ende, social. Es decir, aunque hoy se intentara escribir nuevamente una Divina comedia o un Paraíso perdido, el intento resultaría en vano, pues el trasfondo de la época pone un tope en la conciencia del individuo-creador (poeta). Además, esta carga política que contiene el individuo, per se, al momento de escribir textos con carga política, hacen del intento algo casi inasible y con el peligro de caer en el temido “panfleto”. Cuando la poeta rusa Marina Tsviétaieva habla de su compatriota Vladimir Maiakovski, señala que aquella combinación de individuo-revolucionario (político) y poeta que sucede en él, es un caso atípico y que difícilmente volverá a ocurrir. Es precisamente por eso que acusar de “innovador” un género, estilo o estética, resulta complicado e incluso peligroso.
El grupo Diáspora’s logra innovar por distintos motivos — en los cuales me internaré más adelante—, pero principalmente porque es capaz de abandonar el discurso político, seco y desgastado sin rechazarlo. Es decir, con un discurso/ataque renovado. Con el debate ideológico desvaneciéndose, las nuevas generaciones se ven en la necesidad de refrescar la esencia revolucionaria. El poeta Carlos A. Aguilera comenta:
Diáspora(s) era un espacio donde literatura y política se articulaban como un concepto perverso y necesario a la vez, exógeno y axial... Sin esa mezcla y esa situación Diáspora(s) no habría existido (por lo menos no de esa manera). —Y continúa—: Lo político (que no la política) era una variante más de nuestra literatura, de la manera en que entendíamos la relación escritor-tradición y también de las fuentes que alimentaban nuestros textos (por eso también cierta fijación con lo eslavo —lo socialista de alguna manera) y con conductas o espacios cerrados, opresivos, totalitarios, etcétera.
En 1994 sucedió un éxodo dentro de la isla; una gran ola migratoria dejó la patria llena de huecos y vacíos irremplazables. A causa de esto Diáspora’s atravesó dos etapas, la cuales describe Carlos A. Aguilera:
Una [...] comienza en el 93 ó 94, cuando quería ser una mezcla de terrorismo con pedagogía, si es que uno y otra al final no son lo mismo. En esta primera etapa se hicieron performances, videos, cursos, lecturas para radio, charlas, etc. Y fue, en verdad, una de las etapas que más disfruté. La segunda, y la más conocida, comienza en el 97, y es ya propiamente de la revista, que intentaba ser (o servir) de reflexión y diálogo, pero sin asumir directamente la sociedad civil como experiencia política. Creíamos —aún estoy convencido— que a la sociedad civil también se puede llegar de manera estética e incluso filosófica, y eso fue lo que hicimos. De ahí que no nos interesaban por ejemplo las marcas de las damas de blanco —con el respeto que siento por esto y otros fenómenos— sino un artículo sobre el archivo y la memoria histórica o un texto de Derrida o un dossier sobre Bernhard o los poemas de Creeley.
Ésa era la dirección en la que apuntábamos. Es decir, más que panfletos, golpes, como gritaba el bueno de Piñera.
Desde ese momento el escritor revolucionario cambia de estadía para nacer en un nuevo concepto que debe servir en adelante: el ciudadano-escritor. Donde el principal objetivo era reforzar a la literatura con la idea de una nación forjada desde el poder revolucionario. Para comprender esto, debemos tener presente la importancia de la patria o el extranjerismo dentro del multiuniverso de la poesía. Cuando el poeta Edmond Jabés, escritor egipcio radicado en París, habla sobre el desierto en Del desierto al libro, dice: “En los mismos bordes de la ciudad, el desierto representaba para mí un corte salvador. Respondía a una necesidad urgente del cuerpo y del espíritu, y allí me dirigía con deseos completamente contradictorios: perderme para reencontrarme algún día”.
Para el poeta la necesidad de habitar un espacio o un mundo va más allá de lo que la simple palabra puede alcanzar a percibir. Para el grupo Diáspora’s la revolución era ese desierto, y la única manera de extenderlo hasta las Antillas era reformando la condición del poeta desde su interior: exterminar al poeta panfletario, abandonar los límites de la hoja para hacer de la poesía un instrumento asequible. La manera de hacerlo era no sólo vaciando consignas políticas en la tinta de la pluma, sino deconstruyendo las estructuras del poema. Revolucionar la palabra misma para, con esto, hacer una revolución fuera del papel.
Así que el grupo Diáspora’s implementó en la escritura nuevos recursos —para esa época—, como lo fueron la mezcla de géneros, fragmentación del discurso, el uso de símbolos, diagramas y dibujos, la deformación de la palabra, su uso lúdico y, en especial, la ironía. Los integrantes del grupo Diáspora’s nacidos entre los años 1959 y 1970, muestran dos pun¬tos importantes para la poesía. El primero es la necesidad de abandonar la estadía del poeta en la comodidad del mundo cultural para integrarse como un escritor-ciudadano. En segundo lugar, la exploración de las posibilidades estilísticas y estéticas que la poesía ofrece. Es decir, el nacimiento del escritor moderno, el cual no se ve limitado por los canónicos prejuicios de las “iluminaciones”; el escritor es capaz de desarrollar una poética consciente y argumentativa, y de crear libre de géneros y ataduras literarias.
Para lograr estos puntos es necesario que el escritor adquiera una postura crítica. Entender el ejercicio crítico no como un trabajo de registro y corrección, sino como un principio creativo. Establecer un diálogo entre la escritura y los conceptos políticos, sociales, psicológicos, etc. El ciudadano ateniense es recordado por la comprensión de esto, ya que llamarse ciudadano no era un derecho, sino una responsabilidad. Debía ser consciente de las obligaciones que este “epíteto” conlleva y hacerlas valer. Para el grupo Diáspora’s esta lógica se aplica a la condición del escritor. El ejercicio creativo no sólo significa escribir versos melódicos o altisonantes, sino la responsabilidad de adquirir los elementos necesarios para su elaboración y una vez dominados, difundirlos. Para esto hicieron talleres, lecturas en público, charlas y demás actos que también pueden ser considerados artísticos, ya que se comprende la postura crítica.
Además, de ser capaz de ejercer la crítica de una manera total y libre de paroxismos e hipocresía, como demuestra el editor, Jorge Cabezas Miranda, de la antología Ratas, liqúenes, polímeros, espiroquetas: grupo Diáspora(s) antología (1993-2013), cuando dice: “Confesaré una cosa, hay textos de Diáspora(s) que no me gustan. O más exactamente, que siguen sin gustarme. Los propios autores lo saben. Pero ¿tiene aquí alguna importancia mi gusto estético? Obviamente no”.