La excelente novela del escritor inglés Thornton Wilder, Los Idus de Marzo, sitúa como personajes (ficticios, pues la novela no corresponde fielmente a los acontecimientos históricos) al filósofo Cicerón y al poeta Catón en un debate público sobre si es la retórica de la filosofía o la de la poesía la que define el estudio y el debate moral del pueblo de Roma. Julio César, quien acaba de disolver la República, es presentado como un hombre capaz de manipular el significado de los ritos que presiden la religión romana para conseguir beneficios personales. Por eso él prefiere la retórica de la poesía. Quienes se oponen a Julio César son los filósofos que consideran incorrecto y un peligro para Roma que la moral de un pueblo quede a la libre interpretación de cualquier individuo.
A quienes se muestran a favor de la retórica de la filosofía, les parece lógico basarse en el conocimiento y en la historia del pensamiento del ser humano. Quienes prefieren la retórica de la poesía, ven en su discurso la posibilidad de cuestionar todo lo que no conocen, se apoyan en que a la Humanidad no se le revela casi nada de los secretos de la sabiduría natural. En un debate ambas posturas podrían compartir la misma opinión, pero la base del origen de la idea haría que cada quien plantee la misma pregunta o solución a un problema de forma que parezcan opuestas.
Los seres humanos somos diferentes entre nosotros, y no hay uno igual como no existen dos copos de nieve idénticos. Lo que tenemos en común es aquello que nos hace permanecer unidos a un grupo. Las sociedades se organizan con estas diferencias como factores que determinan la posición de cada individuo. El cómo percibimos nuestras diferencias y las de los otros, y cómo resolvemos individualmente nuestra relación con las ideas con las que nos encontramos con el resto de la sociedad, es determinante para el sustento y desarrollo de nuestra Humanidad. Cuando basamos nuestra organización en un sistema de libre mercado que se organiza a partir de las diferencias económicas, se incurre en un diálogo deshonesto y fallido de antemano. Las consecuencias de vivir en una sociedad que establece su organización en las diferencias, da como resultado los grandes contrastes entre la riqueza y la pobreza de los ciudadanos.
Tomar como fundamento las diferencias de clases sociales —ideología política, religión, características raciales— para la organización de la sociedad somete nuestro amor al prójimo a una igualdad falsa y, por tanto, incompleta. En un mundo injusto el amor se vuelve un tema de viabilidad.
Mi comunidad (me refiero a mis amigos) se basa en la doble moral de promover el amor al prójimo porque es práctico, económico y conveniente. Pero existimos muchos inconformes con esa realidad. En donde falló la Religión, la Familia y la Escuela encontré algo que identifico adentro de mí como un instinto de supervivencia natural; algo en mí que me dice que si el ser humano está en peligro de desaparecer como especie es justo que la misma Humanidad intente defenderse, aunque sea de sí misma. Identifico esa clemencia de los humanos hacia el propio ser humano en el espíritu de la literatura, las artes, la tecnología, la ciencia, la música.
Andrés Caicedo nació en Cali en 1952 y se suicidó en esa misma ciudad en 1977 a los veinticinco años. Creía fervientemente en la consigna punk, “muere joven, deja un cuerpo hermoso”, doctrina que llevó a cabo al pie de la letra.
Hijo de una familia normal de clase media alta, fue educado en una estricta institución católica, al igual que el irlandés James Joyce, hito de la historia de la literatura universal por la forma transformadora en la que introdujo la conciencia de las sensaciones no literales al oficio de la escritura, en una búsqueda del objeto artístico bajo el régimen espiritual de la búsqueda de la epifanía. En ambos autores encontramos que la exploración por la superación y la racionalización de la culpa es el motor esencial en su obra y vida personal. Joyce se exilió en la ciudad italiana de Trieste, y Caicedo en las drogas que estaban de moda durante los 70. El atravesado podría ser la versión caleña del Retrato del artista adolescente, sólo que los monólogos del colombiano, además de no tener nada de interior, no involucran el trasfondo psicológico moral como el del irlandés. Más bien lo de Caicedo es narrar imágenes de un modo bastante cinematográfico, que no es simplemente un gesto nihilista basado en la mirada del autor. Más bien funciona, por su naturalidad y pureza, sin explicaciones.
El atravesado es un relato sobre pandillas juveniles, sobre el rock. Sobre la valentía, la belleza, el primer amor, la muerte, el suicidio y la fragilidad de la vida en el corazón del trópico, en Cali, capital de la alegría, y una de las ciudades más peligrosas del mundo a finales de los 70.
¡Qué viva la música!, segunda novela de Caicedo, trata sobre las aventuras de una niña drogadicta, cuya forma de integrarse al mundo de los adolescentes es la música de moda. Durante toda la narración, tanto el personaje principal como el autor se balancean en la cuerda floja: Caicedo en la de la literatura, llevando al límite su experiencia como escritor, mezclando su vida con la de sus personajes, y la heroína, que se debate entre la realidad y el mundo de las drogas, el sexo y el rock.
Esta chava sale un día a una fiesta y comienza un frenesí de rumba imparable, hasta que termina viviendo una vida completamente irreal, pero pobres y siendo niños (sus padres les pagaban una pensión). Esta novela es una fiesta en la que se esconde un horrible vacío y la muerte.
Por las condiciones sociales de aquel entonces, Cali era una ciudad que vivía la violencia y el horror de manera exagerada. Hay un gran miedo que ronda toda la novela, un miedo que Caicedo y su personaje van enfrentando y resignando para olvidarse de la culpa y así poder seguir adelante hacia un mundo completamente desconocido para ellos. Después Clarisolcita, o María del Carmen Huerta, pasa a formar parte de los personajes inolvidables de la literatura, pues es una voz que brilla por su auténtica naturalidad. Evoca en la memoria del lector libros como Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet o el Diario de Ana Frank. El libro tiene una escritura fuertemente emocional, dándole prioridad a la fuerza en el acto de la ejecución, que, con el perfeccionamiento sintáctico y estilístico, se resuelve de manera impecable, dando el testimonio de un genio que supo hacer de sus titubeos un estilo.
Hoy en día los medios de comunicación se llenan de mensajes en los que tratan de manipular a la gente a través de generar contenidos retóricos que hacen pasar una idea falsa como cierta. Pueden hacer de las ideas abominables algo aceptable. Por todos lados veo que se reedita la autobiografía de Hitler. Sé que es uno de los libros más vendidos. Pero su contenido nunca se comenta. Sobra decir que la existencia de éste es un tanto nebuloso, ¿qué contiene realmente este libro? Gracias a Dios no lo he leído. Pero lo he visto demasiadas veces usurpando el lugar del libro, y puedo afirmar que nadie que no sea un bufón conserva una imagen memorable de sabiduría para su vida, porque se trata del texto de un bufón usurpando el espacio del libro en nuestra cultura. En comparación, el Diario de Ana Frank queda en la memoria de la Humanidad como un testimonio fiel a la realidad de un conflicto bélico. Esta obra sepulta cualquier retórica que intente justificar una guerra. Desnuda la fragilidad de la especie humana. Refleja la realidad de la guerra tal cual es.
Pobre Reinaldo Arenas (Aguas Claras, 1943-Nueva York, 1990) quien, al recibir su diagnóstico positivo del VIH, intentó hacer justicia por su propia mano contra todos sus agresores en su autobiografía Antes de que anochezca. Un testimonio frío y cruel contra la sociedad soberbia que auspiciaba la dictadura militar que lo persiguió, torturó y expulsó de Cuba. Todo a consecuencia de su orientación sexual.
Narrada como una excelente novela, se trata de una mirada a las particularidades de su vida en el campo. Comer tierra y ser un niño lombriciento. La pobreza de Cuba. La falta de educación y de justicia, la hambruna. Es un libro macabro, con escenas esperpénticas. Con sentimientos que vienen del estómago y que el autor exhala impúdicamente. Es contaminante. Es triste. Pero encanta al lector. Desgraciadamente esta extraordinaria autobiografía pasa de la denuncia a la venganza personal, algo poco agradable de contemplar en un héroe literario. Pero gracias a ello podemos reconocerle al autor cubano esta extraordinaria crítica a los falsos estereotipos de masculinidad que rigen en Occidente. Es un golpe demoledor con el que el autor se acusa a sí mismo y a toda la sociedad cubana de perpetuar prácticas terribles como violaciones e incestos locos en el interior de los hogares. Aunque la generación de Reinaldo Arenas no tenía nada que ver con la conquista y aniquilación de los pueblos originarios de la isla, ni con la esclavitud, de alguna forma una teoría aventurada podría ser que en la psique de aquella sociedad revolucionaria había una herencia nefasta.
Reinaldo Arenas se enfrentó directamente a los líderes morales de la Revolución cubana para recordarles que en el fondo son las mujeres quienes se ocupan de lavar la ropa y cocinar para que la patria no se muera de hambre, y que ellos, los gays y desobedientes, los disidentes y delincuentes, los cobardes y los gusanos son quienes pagan la renta, sus viajes, sus coches… sus viejas… sus guaruras.
Con el poder de su palabra y de su de su verdad —Arenas— enfrentó a un aparato estatal empecinado en culpar al pueblo por sus fracasos y complejos. La valentía y las contradicciones en la personalidad de Arenas redondean la obra singular de uno de los escritores más completos de la tradición latinoamericana. Esta obra parte de la honestidad como recurso literario, que es lo que el público quiere de sus escritores. Que entreguen el alma, y que a través de su pureza le permitan al lector verdaderamente transportarse a su universo.