En 1998, la revista Tierra Adentro, en su número 94, publicó dos textos ensayísticos que abordaban la problemática del sino marginal y anónimo de la literatura oaxaqueña de ese tiempo. Uno de los textos pertenecía al desaparecido escritor inglés. Robert Valerio, y el otro al poeta Alberto Blanco. En resumen Alberto Blanco cuestionaba la disparidad entre la literatura y la plástica oaxaqueñas, mientras que Robert Valerio esgrimía una serie de razones que explicaban, a grandes rasgos, que el sentido comercial de la pintura y un afán mercadotécnico sobreexponían a los pintores por encima de los escritores.
Han pasado quince años desde entonces, la situación de las letras locales es casi la misma. Los autores oaxaqueños son poco publicados y por ende su presencia en el país apenas puede distinguirse. Una razón estriba en el ánimo comercial de las casas editoriales que se inclinan por autores de renombre y se deslindan de los desconocidos. Otra razón tiene que ver con la poca productividad y la timidez de los propios creadores. No obstante, actualmente hay un mayor número de autores que intentan sobresalir a contracorriente del capitalismo y de una política gubernamental que atiende expresiones más lucrativas.
Otro problema de la literatura oaxaqueña es su escasa difusión, derivada de la ausencia de reconocimientos. Por lo demás, hay un apapachamiento descarado entre escritores que no permite encarar esta realidad. Así, en tertulias y reuniones de talleres suelen tolerarse mutuamente en un juego de conveniencias recíprocas.
Preguntas van y vienen, cuestionamientos abundan sobre el por qué de la escasa trascendencia de figuras oaxaqueñas en el ámbito nacional. Que si no hay una facultad de letras o si los apoyos gubernamentales son insuficientes. Lo cierto es que tampoco se ha hecho de-masiado para merecer un lugar. Contados son los casos de quienes ostentan una obra firme y decidida. Los demás deambulan entre el ser y el no ser, pero el dilema de su indefinición a nadie que no sea oaxaqueño le importa.
Al parecer, la sombra de la plástica aún es tan profusa que en Oaxaca nada puede brillar fuera de ella.
Tampoco se trata de descalificar sino de hacer un trabajo de decantación. En este sentido, la narrativa en Oaxaca es un tema delicado en el que confluyen problemáticas como su forma de clasificación, autenticidad y hasta validez. Pareciera ocioso intentar una taxonomía, pero es necesario empezar por algo.
El primer problema al acometer un estudio de este tipo, pasando por alto los monumentos de José Vasconcelos y Andrés Henestrosa, es que no hay una tradición, una escuela literaria o una corriente que sostenga el trabajo en esta zona de la República. Si lo hubiera, seguramente podríamos hablar de una narrativa original, sin apelar al menosprecio. Luego, si no hay tradición, no hay ruptura, menos aún un poco de ruido. Lo que ha habido son una serie de escritores que trabajan de manera aislada desarrollando su oficio con discreción injusta. Este hecho se amplió a partir de la creación de algunos talleres en la entidad, hace aproximadamente veinticinco años. En estos espacios quienes deseaban pulir su oficio comenzaron a asumirlo de manera formal. La cosa es que no puede haber un escritor que no se asuma como tal, y ahí radica otro problema más, cierta ramplonería que aflora en los momentos cruciales; este es también el sino del mexicano. Empecemos por hablar de una literatura oaxaqueña escrita desde Oaxaca, a partir de Oaxaca o en donde permea la influencia del estado. Desde esta perspectiva podemos hablar de escritores en formación y escritores formados. Ahora, dentro de los escritores en formación podemos hablar de aquellos con publicaciones más o menos serias, la mayoría narradores, pues los novelistas son escasos.
Empecemos con Israel Castellanos, quien con novelas como Escalera al cielo y En algún lugar, amén de sus cuentos publicados en revistas y antologías, mantiene un trabajo permanente en el cual explota el anecdotario y la barbarie de sus personajes recreados en el ambiente de la región de la Costa. Otro ejemplo es Esthela Bennetts. Sus novelas La crónica de Chuco y Sombreros exclusivos empeñan su historia en el género policiaco, a priori, y en un manejo truculento de la trama. Otro ejemplo, casi inesperado y prolijo es el de Héctor Anuar Mafud. La toma, libro de cuentos, además de Fe de hechos y Viento azul, por citar dos de sus novelas, detentan sencillez en su armado y el efectismo de la anécdota, además de la nostalgia por la que transitan sus personajes.
Sabino Pérez hizo lo propio con El laberinto, una colección de textos que nos remiten a la Cuenca del Papaloápam, con todo y sus pasiones y voluptuosidades. Lucía Bayardo es el caso excepcional de una escritora que se ha distinguido por sus libros de cuentos infantiles, tal es el ejemplo de Bertoldo, La rata Ricarda y Alimañas, por citar sólo tres, que se asisten de la moraleja y la fábula, aunque también ha recurrido a la novela. A su vez, Pergentino José explota elementos mágicos y míticos indígenas en su ópera prima Hormigas rojas, mientras, Víctor Quintas, a través de Últimas anotaciones, explora en temas más citadinos que entremezclan la ficción y el fatalismo.
No debemos olvidar que hay otros narradores, algunos con más o menos trayectoria, y que se han abocado a diversos géneros literarios, como la poesía, la dramaturgia o periodismo, por ejemplo el fallecido Alfredo Mendoza Martínez, quien publicó Rincón tigre, de manera póstuma. También está el caso de María de Jesús Velasco y su libro de cuentos Retozo de nahuales, en el cual podemos identificar un definido sentido del humor que se exige triunfar sobre las adversidades. No podemos olvidar a autores como Pilar González Basteris y su novela La Media Maga, que no desmerece en la lista. Angel Morales dio a luz El último que muera apague la tele, obra en que reboza un tratamiento particularmente mordaz. Otros autores son Víctor Rejón con Sólo para varones, pero también hallamos a Manuel Matus y Cuauhtémoc Peña, reconocidos por la infinidad de cuentos con que en su momento asaltaron revistas y demás publicaciones. Instrucciones para acabar con las musas, de Azael Rodríguez, es otro ejemplo narrativo que merece mención.
Dentro de los escritores formados comenzaría por nombrar a Leonardo da Jandra, quien con una docena de libros, entre ellos La mexicanidad: Fiesta y rito, hace converger análisis sociológicos, antropológicos y sociales, pero también tiene novelas como Huatulqueños, que se ha posicionado en las librerías.
Víctor Armando Cruz Chávez cuenta con obra suficiente para no pasar inadvertido. La tinta y el dédalo, Obsesiones del escribano y Los hijos del caos, son tres de sus títulos en que destaca su estilo pulcro, el buen manejo de la ficción y el arrojo para confeccionar textos conjeturales que le permiten dar el salto del localismo y plantarse en escenarios universales.
Robert Valerio publicó sólo dos libros, pero bastan para servir de referentes en la entidad: Atardecer en la maquiladora de utopías (crítica sobre la plástica en el Estado) y Travesías en barcos de papel, noveleta de ficción que propone formas experimentales en su estructura.
Fernando Montes de Oca tiene en su haber la colección de cuentos Viaje nocturno y la novela Esta ilusión real, que obtuvo el Premio Juan Rulfo para primera novela, que es un ejercicio de invención y fascinación. El uso de cambios de planos, su estilo que linda con el tono poético y el tema de la realidad como una suerte de dimensiones y posibilidades infinitas, le merecieron el reconocimiento.
Concluyo este abordaje de la narrativa oaxaqueña con el imprescindible Gerardo de la Torre, ejemplo de disciplina y rigor. En su faceta de cuentista podemos citar El vengador, La lluvia en Corinto, Tobalá y De amor la llama. Es un cuentista que no da tregua, pues maneja el suspenso y el humor con maestría. La precisión de su narrativa puede servir de manual para quien desee aprender a escribir bien. Entre sus novelas, de la Torre tiene un camino depurado con títulos como Ensayo general, Muertes de Aurora, Morderán el polvo y Nieve sobre Oaxaca, estas dos últimas son novelas de corte policiaco.
Morderán el polvo tiene por virtud el hecho de entrelazar diversos géneros como el policiaco, el cómic y hasta el thriller. Transpira ironía a lo largo de la trama en la que el personaje principal, un traductor y escritor de historietas, venga la insidia de las mujeres que lo desprecian a través de crímenes deseables y merecidos. Nieve sobre Oaxaca, uno de sus más recientes trabajos, es un regodeo sobre el género de la novela policiaca que se establece en la Ciudad de Oaxaca, marcada por trazos velo-ces, una fluidez fulgurante y un estilo práctico y ameno.
Viéndolo de este modo la producción literaria no es tan exigua. Lo importante del repaso es advertir que la narrativa en Oaxaca es compleja. Sin embargo, los autores necesitan mayor ambición, mayor valor para defender su obra ante las editoriales, y hasta un poco de visión empresarial para vender su trabajo, que es, después de todo, un producto de consumo.
Lo terrible sería invertir quince o veinte años más en círculos de autoengaño, en vez de hacerle frente al mundo que está allá afuera. Esperemos que el empeño de cada uno trascienda el plano de la autocomplacencia y no se limite a simples ejercicios de vanidad.