Argentina
09 de febrero del 2017

La conciencia más allá de la vida, Pin van Lommel Atalanta, 2012

Qué es la conciencia? ¿Qué significa estar consciente? ¿Existe la conciencia individual después de la muerte de nuestra personalidad? ¿Nuestra conciencia concluye cuando cesa nuestra existencia física?

La partícula visible complementa la función de onda invisible; el mundo físico es espacio-tiempo visible; en cambio, el espacio no local es invisible e imperceptible, por tanto incognoscible. Todo lo que nos queda es seguir buscando lo innombrable, ensanchando horizontes para continuar nuestro camino hacia la fuente de luz de nuestro origen cósmico. Las palabras son limitadas para poder describir lo vivido en una experiencia límite, estar clínicamente muerto. La idea de que la conciencia es producto del cerebro ha sido trascendida en muchos aspectos por conceptos emanados de la física cuántica. Aunque aún quedan científicos dogmáticos y fanáticos que se niegan a superar sus logros y hollar nuevos horizontes. En el libro de Pim Van Lommel Consciencia más allá de la vida, editado bellamente en 2012 por Jacobo Siruela, se plantean estos dilemas acerca de la conciencia; y se atreve el autor a arrojar ideas a las mentes de los lectores, a ver si sus ondas pueden, al fin, hacer despertar a la humanidad de este letargo físico, demasiado físico y materialista, donde todo es cuerpo, dinero o poder, pero ¿poder para qué?

Las eternas preguntas de quiénes somos, si somos nuestros cuerpos, nuestros pensamientos, sentimientos, palabras, obras, entorno, cultura, raza o sexo siempre han motivado una búsqueda infinita. ¿Estamos realmente interconectados y nuestras acciones producen reacciones en toda la cadena humana? Si es así, deberíamos ser mucho más cuidadosos con nuestro estar día a día en este mundo.

Nuestro cuerpo se regenera constantemente y mueren y se reemplazan cincuenta mil millones de células diariamente y, sin embargo, creemos que somos un cuerpo continuo y lo tenemos casi nuevo cada dos años. La memoria a largo plazo no sería posible si se pudiese almacenar en las células del cerebro, porque la composición molecular de la membrana de las neuronas se renueva por completo cada dos semanas. Por lo que resulta imposible almacenar todos los recuerdos físicamente en el cerebro. El cerebro pesa apenas mil quinientos gramos y consume el veinte por ciento de la energía del cuerpo. Sin embargo es el que rige nuestro comportamiento en el mundo, aunque quizá sea más bien nuestra conciencia la que rige dicho comportamiento. Pero la actividad cerebral por sí sola no explica la conciencia que tenemos de ser: nuestra autoconciencia. Pim Van Lommel, el autor de este insólito libro, es cardiólogo y se dedicó a estudiar durante veinte años las experiencias que le narraban algunos pacientes tras haber sufrido un paro cardíaco y estar declarados clínicamente muertos. A estas experiencias límite les denominó ECM, “encuentro cercano a la muerte”, pues los que regresaron para contarlas quedaron para siempre transformados.

Durante una concentración o pensamiento fuerte hay un incremento sanguíneo al cerebro de un treinta por ciento. Por eso es tan extraño que cuando no se registra ninguna actividad en el cerebro, el corazón está inmóvil y no hay respiración alguna, se puedan tener recuerdos de experiencias lúcidas y conmovedoras. Casi todos los pacientes que se atrevieron a narrar sus experiencias de ECM, pues no se atrevían a hacerlo por miedo a ser rechazados o tildados de locos, vieron con asombro la repercusión de un artículo al respecto que publicó el doctor Lommel en 2001 en la revista médica The Lancet.

La mayoría de los hombres y mujeres que experimentan estas muertes clínicas coinciden en sus narraciones: la luz que a través de un túnel o torbellino que los atrae, encuentros con parientes o amigos difuntos, la clara conciencia de que todo está entrelazado, la experiencia de un amor cósmico de sabiduría infinita, el estar, al fin, envueltos en una paz y felicidad inconmensurables. Generalmente se muestran sumamente enojados cuando son arrojados de nuevo a este cuerpo material y a este mundo “de cajoncitos”, como diría Jung, cuando a su vez regresó de un paro cardíaco tras una experiencia ecm extraordinaria.

Al regresar de esta vivencia, ocurren cambios radicales en sus vidas, se vuelven más tolerantes, más sensibles, aprecian más a sus amigos, tienen necesidad de ayudar a los demás, no le dan importancia a la consecución de bienes materiales, aumenta el sentimiento religioso, pero no a través de una religión institucionalizada. Al haber vivido la experiencia de sentirse parte de un universo coherente, amoroso, viven más filosóficamente, más altruísticamente y le dan mucha importancia a sus actos cotidianos, pues saben, al haberlo vivido en carne propia, que todo está interconectado, nuestras acciones repercuten en un todo que no tiene tiempo ni espacio, es eterno. Su capacidad de percepción aumenta considerablemente en este mundo: telepatía, clarividencia.

Las tradiciones espirituales narran este tipo de experiencias de contacto con lo divino, como en el poema del místico español San Juan de la Cruz “Entreme donde no supe y quedeme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”:

Y es de tan alta excelencia este sumo saber
que no hay facultad ni ciencia
que lo puedan comprender
quien se supiere vencer
por este saber no sabiendo
irá siempre trascendiendo.

Y si lo queréis oír
consiste esa suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia
y es obra de su clemencia
hacer quedar no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.

Lo cierto es que el mundo occidental, en general, se ha inclinado más por las respuestas materialistas que el mundo oriental, en donde se reconoce que el alma existe en el cuerpo. El mundo objetivo es solamente una parte del universo, existen otras partes como la mente, los pensamientos, las emociones, la inspiración artística. La verdad absoluta no puede ser comprobada científicamente, y es imposible comprobar lo que existe en otros planos de existencia con los instrumentos materiales que poseemos actualmente. Lo material es material y debe tratarse materialmente, lo espiritual habita un mundo supramaterial y así debe ser visto y vivido. Pero, ¿cómo separar nuestro cuerpo de nuestra mente? ¿Cómo estudiar el fenómeno de la vida sin matarla?

Es más fácil romper un átomo que un prejuicio, diría Einstein. Y no hay nada tan prejuicioso y dogmático que un científico materialista hoy en día. Las explicaciones científicas actuales se han dividido entre las explicaciones reduccionistas materialistas que explican la conciencia como resultado de la función cerebral y que son contrastadas con las que, como el neurofisiólogo John C. Eudes, afirma: “Debemos reconocer que somos seres espirituales con almas que existen en un mundo espiritual al mismo tiempo que seres materiales con un cuerpo y cerebro que existen en un mundo material”. Desde los griegos existía la creencia en el alma inmortal, Platón la concebía como habitando en el cuerpo mortal, y el mismo Sócrates (en el Fedón) al beber el veneno que lo llevaría a la muerte, afirmaba que la muerte es la separación del alma (invisible e inmortal) del cuerpo. Los egipcios tienen un libro donde narran el mundo a donde van los que han fallecido. En la tradición mesoamericana tenemos el mural del Tlalocan Tamoanchan, donde van los muertos y se asemeja a un paraíso, está lleno de jardines, flores, lagos; es muy parecido a lo que describen los que han experimentado una ecm.

Si una persona se concentra repetidamente en una idea o concepto, dará lugar a un cambio permanente en su función cerebral, esta sentencia está “comprobada científicamente”. La materia obedece a la mente y ésta al espíritu. Se dan cambios en la anatomía y en la función del cerebro debidos al poder de la mente. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos están invirtiendo mucho dinero en investigaciones de fenómenos como el teletransporte, que consiste en mover objetos materiales mediante fuerzas desconocidas invocadas por la mente, por lo que deducen que la mente influye directamente en la materia. También están focalizados en estudios sobre visión remota y uno de sus mayores éxitos de esta visión fue el descubrimiento de la guarida en donde se ocultaba Sadam Hussein.

La función del cerebro es más posibilitar que producir nuestra conciencia, nuestra auto-conciencia. La investigación científica ha mostrado que se puede experimentar la conciencia independientemente del cuerpo. Y esta sola conclusión tiene importantes consecuencias éticas humanas. ¿Dónde se encuentra entonces nuestra conciencia de ser?

La supraconciencia, la conciencia eterna, la no local, la unitaria, como la llamaría Ken Wilber, es una dimensión carente de espacio y de tiempo, donde todo, absolutamente todo es simultáneo, y este podría ser el mundo espiritual del hombre. Esta conciencia unitaria, donde todo está íntimamente relacionado, abarca todos los niveles de la conciencia individual. Lo transpersonal, lo que va más allá del ego, de nuestra personalidad, sería como la idea del inconsciente colectivo del que tanto hablaba Jung; aunque a decir verdad, se englobaría este inconsciente colectivo en esta supraconciencia que va más allá de toda conciencia personal, que no tiene tiempo ni espacio y que conformaría el mundo espiritual. Es muy difícil acceder a esta supraconciencia y existen algunas formas de hacerlo como los sueños lúcidos, terapias regresivas, meditación, hipnosis, experiencias expansoras de la conciencia a través de LSD, DMT, psilocibe mexicana, éxtasis místicos, ECM, momentos de suma tensión, meditación profunda, peligro extremo...

Es muy difícil ser solidario con los demás si se piensa que la muerte es el fin de todo, y sin un propósito sublime y noble, supramaterial, que nos de fuerza para ir trascendiendo. Sin embargo, existen personas que actúan éticamente a favor de la sociedad a pesar de que no creen en ningún tipo de trascendencia del alma. Pero si se tiene pánico a la muerte, si se elige vivir en lo efímero, en lo material, en la gratificación instantánea, si no se respeta el medio ambiente, sino se cree que el amor y la gratitud la vida carece de sentido cósmico.

La experiencia en donde se alinean, se sincronizan, las líneas de energía existentes en el universo y se establece una conexión con realidades trascendentes, con personalidades cósmicas, ya no es una quimera ni parte de un libro de ciencia ficción, estamos experimentando cambios radicales en nuestra conciencia, debemos ya dejar atrás la infancia egocéntrica y materialista que ha caracterizado esta época y crecer hasta alcanzar nuestra ciudadanía cósmica comprendiendo que el amor y la compasión por uno mismo, por los otros y por la naturaleza son esenciales para que sigamos existiendo de manera armoniosa en este planeta.

Ahora vemos con sorna cómo la Inquisición casi quema vivo a Galileo porque se atrevió a decir que la tierra no era el centro estático del universo, y que cuando fue llevado ante el tribunal de la “Santa Inquisición” salvó la vida desdiciéndose, pero por lo bajo afirmó: “... sin embargo la tierra se mueve”. No todo lo que vemos o percibimos con nuestros limitados sentidos es todo lo real ni todo lo que existe. Así como fueron desbancadas las ideas de que la tierra estaba estática en el cielo y que todo el universo giraba en torno a nosotros, y que el sol no podía tener manchas, porque era la representación del dios sol; así serán vistas nuestras ideas actuales del mundo infantil egocéntrico y materialista. Ya no estamos en esos tiempos en donde te mataban por tus ideas o descubrimientos, ahora necesitamos ideas, ideas nuevas que nos permitan recuperar el sentido íntegro de la vida.

Y, como dijo Henri Bergson: “Cuanto más nos acostumbramos a la idea de una conciencia que desborda el órgano que llamamos cerebro, más natural y probable nos resulta la hipótesis de que el alma sobreviva al cuerpo”.

Raga de San Gabriel

Ciudad de México, 1955. Estudió Diseño en la UAM y cursó la Licenciatura en Bellas Artes en el Instituto Allende de Guanajuato. Es pintora, ambientalista y promotora de la lectura.

Fotografía de Raga de San Gabriel

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