Es prudente llegar a un punto específico para quien se traslada física, mental o espiritualmente, digamos pues, para quien genera movimiento vital. La música suele asociarse directamente con sonidos en movimiento a través del tiempo, pero la idea del sonido sobre el silencio es algo que atrasa la evolución del escucha y, ni se diga, del profesional de esta área artística. De igual manera, la problemática de siempre pretender que la música es movimiento, y nada más, arremete contra toda lógica del discurso musical. Aunque el silencio y el descanso en el fenómeno sonoro de una obra de arte son igualmente esenciales para su comprensión, por esta ocasión, nos ocuparemos únicamente del “descanso”/del segundo, punto de llegada o reposo.
En teoría musical existe un elemento singular llamado calderón (en español), Corona o Punto coronato (en italiano), Fermata (en inglés) y es más complicada su presencia de lo que el común popular dicta. Se hace estudiar que el calderón es un símbolo que prolonga el sonido, alarga la duración de las figuras musicales a las que se les adscribe; al prolongar, pasma el pulso. Es un signo musical que sirve para expandir, dilatar, suspender, alargar notas, silencios o barras de compás durante un tiempo mayor “del indicado”. El lapso de prolongación exacto debe ser a consideración del intérprete, o bien, al doble del valor de quien lo posee. En el Aria da capo, es el signo que indica el fin de la parte primera (fine). En los conciertos para instrumento solista, indica la sección llamada cadenza, misma que está destinada a la improvisación del intérprete-solista.
Lo anterior ha tenido sus grandes repercusiones: es un término que se tergiversa al grado de crear, entre los ejecutantes de la música, una anarquía que se deja escuchar en conciertos en vivo, recitales pequeños, grandes galas sinfónicas, composiciones contemporáneas, así como en grabaciones, incluso, legendarias. Es mejor desmitificar esto y eliminar falsos preceptos que no permiten a las personas escuchar ni percibir la música en mayor grado y con suma calidad, para, así, hacer de la experiencia sonora un vínculo con la creación total del universo.
Una obra musical posee una latencia, tiene vida, es un ente vivo; cuenta, por tanto, con un pulso que, si es estable, le dará calidad de vida y la obra de arte se revelará al escucha y ni qué decir al músico. Llegar a un lugar implica no detener esa latencia; llegar a un lugar implica reflexión. En un viaje, debe saber llegar quien se traslada, detenerse sin anular el sentido de latencia ni permanencia en la vida, respetando los cambios de intensidad al coexistir con lo demás. La música, al ser arte, es extensión de los motivos que crean al universo: aquí también está ese cambio de intensidades, volúmenes, colores, formas, enunciaciones y calderones. Corona (calderón) en realidad es punto de reposo en acción, es continuidad del proceso creativo, es respiración, es poesía por sí mismo, es decir, es póiesis y pretende mostrarnos los milagros de la vida y el arte. Lo anterior corresponde a un eco que nos reconstruye como seres humanos: la permanencia; la permanencia en las profundidades del ser creador que también es el escucha: su interiorización.
Puedo recomendar bastantes obras para escuchar y ejemplificar lo ya mencionado, aunque no habría espacio suficiente ya que la fermata es un recurso musical utilizado con frecuencia por los compositores. No obstante, haré la invitación a únicamente centrarse en escuchar con atención plena la cuarta sinfonía “trágica” de Franz Peter Schubert. Tan sólo en la entrada de la obra, en su primer movimiento, comienza con un calderón. ¿Cuánto debería vibrar nuestro ser con el primer instante de la obra o con los instantes de cuestionamiento interior?