WELCOME TO EL D.F., HERMANO DEL OTRO LADO
Una noche, a pocos días de llegar al D.F. para estudiar, unos amigos y yo decidimos salir a cenar. Alguien recomendó un local cerca del metro Insurgentes, en la Zona Rosa. Era agosto de 1987. A punto de cumplir veintiún años, era mi primer regreso al D.F desde que tenía cuatro años. El metro estaba repleto de gente, mis amigos y yo estábamos en un pequeño círculo. Hablábamos en inglés, pero de vez en cuando saltábamos al español. Me di cuenta de que alguien nos miraba. No era una mirada amigable. Le pregunté que qué le pasaba y me contestó: “Es que odio a los chicanos”. No supe cómo contestarle. Su respuesta y su mirada de desprecio me sorprendieron. Ya lo conocía de cerca allá en el otro lado, en los Estados Unidos, donde nací y crecí, pero nunca me había imaginado encontrarme con ese tipo de rechazo en México.
Ahora, más de veinte años después de esa noche, comprendo un poco mejor aquel rechazo. Para quien no entendía la experiencia del migrante e imaginaba que éramos emigrados que llegaron para presumir, para quien suponía que el chico del metro hablaba mal el español porque sentía vergüenza de su raíz mexicana; en resumen, para quien no estaba dispuesto a dialogar con el otro —por su español raro, su comportamiento o el simple hecho de ser otro— nuestra presencia era una afrenta. Comprendo, pero no lo acepto. Žižek dice que el enemigo es ese del que no conocemos su historia.
Soy un escritor chicano que escribe en español. Raro, ya que la mayoría de escritores de mi generación —productos del movimiento chicano de los años 60 y 70— escriben en inglés. Cuando se me pregunta por qué tomé esta decisión, no tengo razón más sencilla que contestar: “porque vivo en dos lenguas y por qué no escribir en ambas”. Pero hay una historia más larga.
SPEAK UP, CHICANO SPEAK
La literatura chicana, la expresión cultural del pueblo mexicoamericano de los Estados Unidos, surge como respuesta a más de un siglo de represión y marginación por parte de la comunidad angloparlante. Vista como una comunidad que no pertenecía al lugar, los estudiantes mexicoamericanos de la década de los 60 contestaron a las medidas racistas de la época con un movimiento político y cultural. También se dieron un nombre, “Chicano”, y con esto, una identidad. Concibieron su postura como una desidentificación: o sea, se identificaron como chicanos, lo que a la vez era una mezcla y desconexión con su realidad híbrida, entre mexicana y americana. Dicho de otra manera: no iban a reconocer una identidad sino varias a la vez. Esta postura de desidentificación implica encontrarse en un espacio intermedio, entre dos tierras, entre dos lenguas y culturas: un espacio liminal. El hecho de posicionarse, por decirlo de alguna manera, en el guión intermedio que en inglés nombra lo Mexican-American, abre un espacio lleno de posibilidades interculturales. Para Octavio Paz, que la comunidad mexico-americana se situara en este punto le parecía un acto de nihilismo y autodestrucción, un gesto suicida donde lo único que se podría proclamar era un no-ser. Pero es justo allí donde la comunidad se encuentra y logra unirse. Identificarse para no identificarse parece un gesto contradictorio, mas para una comunidad que siempre se ha visto bajo el signo de la negación, este acto de desidentificación es una estrategia de supervivencia.
LA VOZ URGENTE
Uno de los aspectos más destacables de la literatura chicana es la cuestión del lenguaje. La variante del español que se emplea al norte de la frontera es producto del contacto cultural y de la migración. Del caló que se empleó en los 40 al spanglish de hoy, se nota la riqueza de un idioma que ha crecido en el intersticio entre lenguas. Si la identidad chicana se construye mediante un proceso de desidentificación, el español de los Estados Unidos evoluciona de forma similar.
Aunque actualmente la literatura chicana se escribe principalmente en inglés, hay una larga tradición literaria en español de esta comunidad. Uno de los proyectos importantes dentro de los Estados Unidos es el Recovering the US Hispanic Literary Heritage Project (Proyecto de Recuperación de la Herencia Hispana de los Estados Unidos), que tiene como meta documentar y recuperar textos hispanos anteriores al movimiento chicano, desde la época colonial hasta 1960. De esta manera, se empieza a dar una imagen más completa y compleja de la presencia hispana dentro de los Estados Unidos. Novelas como Las aventuras de don Chipote o cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, publicada en 1928, demuestran la riqueza de este acervo cultural.
La primera generación de escritores chicanos continuó escribiendo en este español marcado por el contacto entre dos naciones, que reflejaba el habla de la comunidad. Leer la novela Y no se lo tragó la tierra (1971), de Tomás Rivera, es entrar al mundo del trabajador migrante, sufrir con él todo el tratamiento racista y abusivo recibido por el sistema de poder, y es también descubrir los deseos de una comunidad que se encuentra en camino. El libro fue tan influyente en su manera de captar la experiencia del trabajador migrante que ganó el premio Quinto Sol, el primer premio dedicado a la literatura chicana.
Otro narrador importante de esa generación es Rolando Hinojosa-Smith, quien en The Klail City Death Trip (1976-2006), su larga serie de quince novelas hasta la fecha, traza la historia de una comunidad mexicana en el sur de Texas, desde finales del siglo XIX hasta principios del XXI. Con su primera novela, Estampas del valle y otras obras, Hinojosa-Smith ganó el premio Quinto Sol en 1973. Con la segunda, Klail City y sus alrededores (1976), obtuvo el Casa de las Américas. Fue el primer chicano en ganar dicho premio. Las novelas iniciales de la serie están escritas en el español fronterizo del sur de Texas, mientras que las últimas están en inglés. Este cambio del español con algunos aportes en inglés al inglés marca también el cambio histórico en esa región texana, que fue desde el español dominante al dominio del inglés.
En México, en Joaquín Mortiz, se llegaron a publicar las primeras dos novelas de Alejandro Morales, Caras viejas y vino nuevo (1975) y La verdad sin voz (1979). Otro escritor chicano que publicó en México es Miguel Méndez. Su novela Peregrinos de Aztlán, de 1974, se publica en Era en 1989. En 1986, la Universidad de Guadalajara publica El sueño de Santa María de las Piedras. El sello Era publica su colección de cuentos Que no mueran los sueños en 1991. Otros autores chicanos que llegaron a las editoriales mexicanas fueron Sabine Ulibarrí, con su colección de cuentos Mi abuela fumaba puros (1977), y Sergio Elizondo, con su novela Muerte en una estrella (1984). En 1980, el poeta Tino Villanueva publica Chicanos. Antología histórica y literaria con el Fondo de Cultura Económica.
En 1997 se publica en España la que tal vez sea la mejor y más representativa antología de la escritura chicana en español, La voz urgente. Antología de literatura chicana en español (1995), editada por el crítico Manuel M. Martín Rodríguez. En una selección de poesía y prosa, el compilador ofrece una mirada panorámica de esta literatura, aunque se deja notar que la mayor parte se da entre los 60 y principios de los 90. Ya para finales de los 80, la literatura chicana empieza a publicarse principalmente en inglés. Hay varias razones para esto, pero quizá la más importante sea el hecho de que ya para la segunda generación de escritores chicanos, la literatura de esta comunidad deviene nacional y ya no sólo regional. Y de ese modo, el mercado impone el idioma y deja poco espacio para publicar en español. Aun así, algunos escritores seguían haciéndolo en antologías y revistas, como el caso de Rosaura Sánchez, o en editoriales independientes, por ejemplo, Erlinda Gonzales-Berry, con su novela Paletitas de guayaba (1991).
Cuando en 1999 se publicó la antología Líneas aéreas en España, el editor Eduardo Becerra quiso ofrecer un panorama de la nueva literatura latinoamericana, incluyendo a los Estados Unidos. Cuando salió a buscar autores chicanos nacidos a partir de los 60 que escribieran prosa en español, tuvo muchas dificultades. En el índice de autores, yo mismo soy el único de los Estados Unidos.
Escribir en español cuando uno es parte de la comunidad hispana de los Estados Unidos —o sea, la comunidad mexicoamericana, puertorriqueña, cubana o dominicana— no es fácil, ya que la mayor parte de esta literatura se escribe en inglés. Incluso autores de las nuevas comunidades latinas, como Daniel Alarcón (peruano) o Ernesto Quiñonez (ecuatoriano), escriben en inglés. Las editoriales grandes que entraron a escena a finales de los 90 con la idea de capturar el mercado hispano terminaron recortando sus proyectos y, en vez de nutrir a una generación de escritores hispanos que querían publicar en español, se dedicaron a publicar a los que ya eran autores de casa. En el caso de los escritores latinoamericanos que ya vivían aquí, siempre podían recurrir a la publicación en sus propios países. Nosotros, los que nacimos y crecimos aquí en comunidades bilingües, no tenemos esas mismas opciones.
Entonces, ¿por qué seguir en el intento? Para mí, la respuesta está en el hecho de que existió una larga tradición de escritura en español dentro de la comunidad mexicoamericana. Escribir en mi otro idioma es una manera de retomar esa tradición, pero también, tal vez, un reconocimiento de mi conexión con mi pasado como lector de literatura latinoamericana. Para que crezca la escritura en español en los Estados Unidos, se tiene que recordar la tradición hispana que existe en este país y también nutrir a sus escritores. El campo académico para la escritura en español empieza a abrirse, como también las posibilidades de publicación. Que las grandes editoriales en español abandonaran el mercado estadounidense no implica que no posea lectores potenciales. Es aquí donde la presencia de editoriales independientes que publican en español puede tener su impacto, aunque no es un camino fácil, sino un proyecto a largo plazo.
UN MUNDO EXCÉNTRICO
Al desarrollar mi carrera como escritor chicano en español, pareciera que me condeno a la marginación, ya que la mayoría de la escritura latina de los Estados Unidos está en inglés. A la vez, no me considero un escritor marginal, sino excéntrico. Escribir desde la excentridad puede verse como un acto de resistencia. Resistencia a la marginación. Resistencia a la idea de que hay sólo una manera de ver las cosas. Resistencia a la noción de que una literatura puede escribirse en un solo idioma. Resistencia a la idea de que hay que dejar de ser una voz urgente. Lo importante, como lo demostró la primera generación de escritores chicanos, es no perder esa urgencia, no dejar que nuestro bilingüismo sea mutilado y domesticado por el sistema de poder. La urgencia de llamarse chicano supone la necesidad de negociar las posibilidades interculturales y nuestros puntos de conexión y desconexión con América, con México y con el mundo hispano a la vez.
El poeta chicano Ricardo Sánchez, en su poema “It is urgent”, escribe “Who are we?” para luego contestar: “We are the urgent voices”. Los chicanos somos las voces urgentes que piden un reconocimiento en un país que los ha rechazado. En la narrativa en español de todos los autores citados se nota esta voz urgente, una voz que busca un lugar y una comunidad.