La escuela constituye una de las instituciones más influyentes en el desarrollo de una persona, y a la vez es uno de los pilares de nuestra sociedad; en ella se concentra la función de capacitar a los jóvenes para que en el futuro puedan ejercer un papel dentro del sistema laboral. Pero, ¿es acaso lo único que puede llegar a ser? Siempre hemos oído hablar del “sistema educativo”, pero ¿en qué se supone que se nos educa? La educación se refiere al proceso que permite desarrollar las capacidades cognitivas, críticas y analíticas de las personas mediante la transmisión de conocimientos. Con eso en mente podemos imaginar que la escuela debe de ser un lugar donde los jóvenes pongan en práctica las diversas habilidades intelectuales y físicas, la imaginación y la capacidad de reflexión; algo que choca completamente con la forma en que se maneja nuestro sistema educativo y la manera de enseñar de los profesores, puesto que en las escuelas no se enseña a entender, se enseña a repetir. La comprensión de los conocimientos adquiridos durante las clases se ve coartado por diversos factores: la falta de interés de los estudiantes, la incapacidad de profesores al tratar de exponer con claridad los temas de estudio, la dependencia a los libros de texto, la saturación de trabajos extraescolares y evaluaciones monótonas. El valor del conocimiento queda relegado a memorizar la mayor cantidad posible de información para plasmarlo en una prueba y desecharlo al día siguiente, generando en el estudiante un rechazo hacia el conocimiento y los procesos de aprendizaje. Al alumno promedio no le interesa comprender, le interesa sacar una calificación, ya sea por obligación de sus padres o por la ilusión de que aquello determinará sus posibilidades de llegar a conseguir un trabajo bien remunerado en el futuro.
Debe quedar en claro que el sistema educativo obedece a las necesidades del sistema laboral y económico actual. Y si bien prepara a sujetos con gran conocimiento técnico y facilidad para tomar un rol dentro de la sociedad, carecen de la capacidad crítica y reflexiva.
Sería falaz responsabilizar a un solo grupo de personas por el estado en el que se encuentra el sistema educativo. Los profesores no suelen enfocarse en mejorar los métodos de enseñanza, puesto que tienen que cumplir con un estresante plan de estudios acompañado de la constante aplicación y revisión de trabajos y evaluaciones que se les encargan. Y si uno de ellos puede esforzarse en presentar de forma atractiva los temas en clase y transmitir el conocimiento con claridad y orden, le sería imposible poder adecuarse al ritmo de aprendizaje de decenas de alumnos y proporcionarle atención especial a cada uno de ellos. Por otro lado, el entorno familiar determina muchas veces el interés que tendrá un estudiante por el colegio. Una persona que no recibe la atención adecuada, y a la que no se le alienta el interés por explotar sus capacidades humanísticas desde temprana edad, difícilmente encontrará una razón para desempeñar un buen papel dentro del instituto y sentirá indiferencia al proceso educativo. En caso de los estudiantes, los grupos de estudio, la interacción dinámica con los profesores, las propuestas para las formas de evaluación, la consulta de información en libros o en medios de divulgación, son algunas acciones que pueden realizar para la mejoría de los métodos de aprendizaje y comprensión de los conocimientos que reciben durante su estancia en una institución.
La preparación educativa de las nuevas generaciones es un proyecto muy importante, por ello todos los sectores de la sociedad deben de ayudar constantemente en su mejoramiento. La escuela tiene que dejar de ser un lugar para repetir y convertirse en un lugar para pensar de manera crítica y reflexiva.