Nuestra frontera con los Estados Unidos ha hecho de México un país de tránsito y de destino para los centroamericanos que huyen de la miseria y el terror, de la frustración laboral y la injustica social. Esa línea imaginaria nos ha hecho testigos, víctimas y cómplices de las más terribles vejaciones que el ser humano pueda padecer. Curiosamente, a pesar de las grandes cifras de indocumentados rescatados de grupos criminales —o en el caso más brutal, el conocimiento de las masacres por estas mismas organizaciones delictivas— no se ha hecho posible establecer leyes migratorias que garanticen sus derechos humanos. Por el contrario, en nuestro país se han creado las políticas migratorias más restrictivas a nivel internacional (Plan frontera sur). Se nulifica de esta forma el problema: no se reconoce al otro como nuestro igual y, sobre todo, se dispone de un sistema jurídico que permite estas atrocidades. Es innegable la corrupción cínica a la que estamos supeditados. Este paisaje desolador es el mismo escenario de dos novelas que han tenido el coraje de mostrar la condición humana deformada por la ambición.
Las novelas, La fila india(Océano, 2013), de Antonio Ortuño, y Señales que precederán al fin del mundo (Periférica, 2010), de Yuri Herrera, nos muestran una visión panorámica de una travesía que nunca nos ha sido ajena: la migración. Ortuño la plantea desde el descaro burocrático y Yuri Herrera como el descenso al inframundo. En ambas novelas la mujer se vuelve el núcleo central de la historia.
La fila india probablemente no sea una de las mejores obras de Ortuño, considerando el prestigio internacional que se ha ganado como narrador. La novela tiene como escenario Santa Rita, un pueblo fronterizo que se caracteriza por sequías catastróficas y sus absurdos planes de reordenamiento en cada administración municipal. En este pueblo se encuentra la Comisión Nacional de Migración (Conami), y detrás de ella la corrupción, la mafia de la carne humana. Pero esto no lo sabe la Negra, una socióloga que llega a trabajar en las oficinas de la Conami. En sus horas laborales descubre el terrible destino que les depara a los centroamericanos y en especial a Yein, una mujer que sobrevive a una masacre de migrantes, a la que intenta ayudar arriesgando su vida y la de su hija.
Antonio Ortuño nació en Zapopan en 1976, ha sido finalista del Premio Herralde de Novela con Recursos humanos (Anagrama, 2007), y fue seleccionado por la revista Granta como uno de los veintidós mejores narradores jóvenes en español. Ha publicado también libros de cuentos. Este año ganó el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Ortuño se destaca por el uso brutal del lenguaje y por su ímpetu por las imágenes crueles y violentas. ¿Pero acaso la realidad no es sino un maremoto de sangre que nos ahoga despiadadamente?
Alfonso Reyes afirma que la literatura no sólo busca su expresión estética, sino también tiene la prioridad de comunicar. El acierto de esta novela es exponer el tema de la migración con la crudeza del lenguaje, con un ritmo perverso que desprecia las formas rebuscadas para representar la realidad, la nuestra, tan caótica y espeluznante. Varias voces al unísono crean en el lector la angustia de no saber exactamente dónde se encuentra y qué desgracia sobrevendrá. La novela focaliza y sigue ciegamente a Irma, la Negra, ex mujer del Biempensante. A través de ella nos relacionamos con Yein y Vidal, su compañero de trabajo, que se encarga de manipular los medios de comunicación. Los monólogos del Biempensante, el personaje que desprecia a los migrantes y los humilla cada vez que puede, representan la antítesis de las protagonistas femeninas. Por último, el antagonismo de los medios de comunicación y la descripción ambiental del terreno fronterizo encierran un guiño irónico para resaltar el cinismo descarado que vivimos actualmente.
Sin embargo, en la novela la psicología de los personajes no debe ser tratada con mezquindad. Al contrario, hay que procurar construirla a partir de los posibles conflictos internos y ver cómo se mezcla con los obstáculos de la realidad. Si los personajes son débiles es posible que la obra quede en la superficialidad de la técnica y no en las entrañas del alma. Hay una frase grandiosa de Ernesto Sábato que parafraseo: las grandes novelas son aquellas que nos dejan distintas de las que éramos antes. En La fila india Ortuño comete el error de tener la urgencia de acercarse al conflicto y olvidarse de las historias personales. Las voces de la Negra y la centroamericana forman un dúo protagónico que no logra cimbrar una empatía, confianza o cualquier otra emoción que normalmente reavivan los héroes literarios, sino al contrario, quedan sumergidas en las telarañas del lenguaje, en las sombras de algo. Ortuño parece no darle demasiada importancia. De todo este juego polifónico, los monólogos del Biempensante sobresalen, dejando al lector una extraña sensación de repudio hacia su persona. Construir universos literarios suele requerir un mayor esfuerzo que debe rebasar la descripción de cualquier nota periodística.
Es innegable que los nuevos escritores de hoy son reconocidos, por una parte, como académicos, y por la otra, como creadores. Yuri Herrera imparte clases en la Universidad de Charlotte, en Carolina del Norte. Es, además de editor, escritor en diversos géneros: ensayo, cuento, novela y literatura infantil. Nació en Actopan, Hidalgo, en 1970. Actualmente es una de las principales figuras literarias en México. Ha recibido distinguidos premios y reconocimientos: Premio Binacional de Novela Frontera de Palabras en el 2003, y el primer Premio Otras Voces, Otros Ámbitos en el 2009.
A diferencia de la de Ortuño, la novela de Yuri Herrera, Señales que precederán al fin del mundo, se compone de una trama sencilla que ambiciona construir un personaje inolvidable en nueve capítulos: una metáfora sobre el descenso al inframundo. Makina va al gabacho, enviada por su madre a buscar a su hermano. Ya desde el principio la descripción del entorno es apocalíptica, la locura telúrica va sumergiéndolo todo, el olor a muerte y a azufre es inevitable. Makina es una muchacha que poco a poco se va construyendo en nuestra mente. Sus acciones la describen de carácter fuerte porque siempre ha sido su única posibilidad de sobrevivencia: “Dos hombres la miraron en fila para comprar el boleto de autobús, uno le acercó la boca al pasar y dijo Me apellido ¡Merezco! No la rozó pero la palpó con su aliento, el hijo de puta. Makina no estaba acostumbrada a esas cosas. No que no las hubiera padecido, es que no se había permitido acostumbrarse”. Ella será nuestro contraste emocional al descender a las profundidades de la tierra. El señor Hache, el señor Dobleú, el señor Pe, son representaciones de las organizaciones delictivas, de narcotraficantes, de carne humana, a las que Makina visita para poder llevar a cabo su objetivo. En su cabeza no existe otra cosa que encontrar a su hermano.
El atrevimiento de Yuri Herrera, de permitirse jugar con el lenguaje, materia prima esencial para trazar las aristas de la ficción y la realidad, no es algo novedoso (por ejemplo, la poesía de Francisco de Quevedo, de Vicente Huidobro, Olivero Girondo; novelas excepcionales como las de Cabrera Infante, William Faulkner, Samuel Beckett), pero creo que merece reconocimiento, ya que Makina es un personaje que sólo existe en este universo (literario) y no tiene cabida en nuestro mundo sino como una metáfora de la esperanza y el coraje que nos queda por cada migrante desaparecido en nuestro país. Yuri Herrera, en su minimalismo narrativo, recrea esta travesía del dolor, la de la desesperación y el olvido.
Tanto Antonio Ortuño como Yuri Herrera se enfrentan al malestar que la realidad provoca. No basta con nombrar el tema de la migración: en ella se encierran nuestros sueños y tormentos, siempre tan misteriosos para cualquier hombre. Enaltecer la violencia, al parecer muy en boga en nuestros días, me hace preguntarme: ¿es que acaso ya lo hemos perdido todo? “Los libros más decisivos y de influencia más duradera son las novelas […], nos alejan de nosotros mismos reduciéndonos a conocer a nuestro prójimo; y muestran la trama de la experiencia, no como aparece a nuestros ojos, sino singularmente transformada, toda vez que nuestro ego monstruoso y voraz ha sido momentáneamente eliminado”, escribe Robert Louis Stevenson.