El estigma que arrastró a la mujer por varios siglos a la penumbra y al silencio se caracterizó por una imposición irracional de lo masculino sobre lo femenino. Pero esto no fue un impedimento para suspender el vuelo de sus pensamientos y su imaginación, aunque haya sido desterrada por mucho tiempo de las actividades intelectuales y artísticas. La mujer ha puesto en alto sus destellos de lucidez, su creatividad, su fuerza espiritual, y ha dejado un amplio legado cultural alrededor del mundo: una firma imborrable que deja huella en nuestra existencia.
A pesar del brío con el que se reclaman sus derechos, éstos siguen siendo soterrados en culturas patriarcales. Muchas mujeres están enquistadas en un sistema político corrupto, hundido en el atraso educativo, en donde confluyen las olas de violencia y hace falta la justicia. Ahí se encuentran subyugadas a las necesidades primarias que oprimen cualquier forma de razonamiento ético. El feminicidio es una prueba fehaciente del imperio de la barbarie. La forma más “silenciosa” de ultrajar a la mujer se inicia con el consentimiento de la figura femenina como “ama de casa”. Trabajo valioso y necesario para el funcionamiento de la sociedad, pero que al no ser valorado con justicia y, peor aún, al haberse convertido en un estigma, ha provocado el desplazamiento laboral de las mujeres y el empeoramiento de las desigualdades. A partir de esta desigualdad económica los abismos de género se abren sin control: dependencia, humillación, violencia, tragedia. En este contexto ser mujer significa estar a un paso de la muerte, estar a la deriva.
Este decimotercer número de la revista Avispero rinde un homenaje a las mujeres que transgredieron el tiempo con inteligencia, sensibilidad y pasión. “No nací para compartir el odio, sino el amor”, dice la voz de Antígona, una de las heroínas de la literatura que pervive en nuestra memoria. Este número es un homenaje a las mujeres que han perseguido la incesante pregunta hacia el conocimiento. Este pulso vital la caracteriza como una rebelde, una indomable frente a sistemas patriarcales que buscan imponerse en cualquiera de sus formas. “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”, escribió Mary Wollstonecraft, la filósofa y novelista que abogó por la igualdad de los hombres y las mujeres. En México, país oscurecido por la mancha de la violencia contra sus mujeres, la escritura de Rosario Castellanos es una estela de luz, una denuncia que confrontó las murallas mentales sobre el significado de ser mujer.
¡Cuántos hechos de crueldad e intolerancia padecieron nuestras antecesoras para lograr escribir con toda libertad, para que nuestras voces puedan ser escuchadas y cada una de nosotras encamine su propio destino! “¡Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte!”, dijo una de las hermanas Mirabal, en Dinamarca, antes de ser asesinadas por el dictador Trujillo. ¿Tuvo que ser así para reconocer, después de un largo silencio sepulcral, que existe —y sigue existiendo— la violencia contra las mujeres y, en general, la violencia contra cualquier vida humana? ¿Cuántas veces habrá de repetirse la misma historia? Los retratos de las hermanas Mirabal se posan de nuevo en nuestros hombros para seguir combatiendo —todavía y con más ímpetu— por alcanzar una relación de fraternidad entre hombres y mujeres, por dejar atrás el absurdo derramamiento de sangre y volverse hacia el presente en pos de una educación más humanitaria y equitativa.
Considero que en nuestros tiempos, tan turbulentos e irónicamente tan vacíos de sentido, la mujer ha logrado desplegarse en todos los ámbitos como nunca antes se había visto en la Historia. Sé que aún queda mucho por hacer; en cada una de nosotras se teje una esperanza que no cesará hasta alcanzar nuestros máximos anhelos. “Es justicia, no caridad lo que está deseando el mundo”, se oye decir a Mary Wolstonecraft.
Este número está ilustrado por Siegrid Wiese, una pintora cuyas criaturas fantásticas nos dan la sensación de revelarnos los personajes de nuestros sueños. Incluimos una muestra de la poesía de Rocío González y Nadia López García.
Es nuestro más profundo deseo que si estas páginas no han de alcanzar la anhelada justicia, sirvan para inspirar a otros a no desfallecer en su búsqueda.