El comportamiento humano es perverso y frágil. Pocos son los que pueden vivir de acuerdo con sus ideas sin caer en el abismo de la intolerancia y la abyección. Sin embargo, en esa perversidad y fragilidad debe haber una incesante búsqueda de la realización humana conforme a una ética que favorezca la convivencia humana. La construcción del humanismo a través de la historia está envuelto en fracasos y actos de una moralidad repudiable; asimismo de impulsos elogiables y meritorios. “Una crítica pesimista de la cultura es una construcción positiva”, dice el pensador George Steiner para refutar el pesimismo. Frase tanto más cierta cuando la potencia del pesimismo surte efectos que hacen pensar en un mundo mejor e incentiva a construirlo.
Fernando Vallejo es un escritor colombiano (Medellín, 1942) nacionalizado mexicano en 2007 por su incontinencia belicosa contra la Iglesia y el aborrecimiento que siente hacia los políticos de Colombia. La furia intempestiva con la que reprocha los errores de los demás le ha valido el desprecio de algunos reaccionarios y el aplauso de lectores ansiosos de sus irreverencias; lectores jóvenes ven en él un símbolo de la malditez. La vitalidad y fuerza de su escritura se encuentran ligadas a su interés por el conocimiento y la crítica y a su orgullo lúcido de tener la razón sin objeción aunque caiga en la intolerancia y la imposición. Es un escritor incómodo, pero felizmente aceptado por el gremio literario. Ultracrítico e innecesariamente injuriador, pone en ridículo a personajes que le arruinan la vida: ya sean los políticos de su país, papas o escritores. La obsesión por ridiculizar y situar en sala de juicio tanto la vanidad y la hipocresía, como la ignorancia de los políticos de su país, de los escritores —que engloba como simplones y estériles del lenguaje—, hace de él una de las figuras más genuinas. Ésta se erige por encima de sus arrebatos y groserías. El despotismo y la lealtad que siente por sus ideas, lo colocan, inevitablemente, como uno de los “decadentes” más geniales de la literatura.
Fiel crítico de sí mismo, aunque no lo parezca, soporta el precio de sus vilipendios. Lo que escribe y lo que dice es una herida imposible de cicatrizar: un capricho por incomodar e incitar al descontento. Más de una vez ha dicho que sólo hace lo que hace por no tener en qué invertir el tiempo y por molestar. Y en esas ganas de molestar radica parte de la moral que antipáticamente arroja a los cuatro vientos. La labia que lo caracteriza impulsa unos valores que pesados en la balanza de la mora-lidad pecan por la excentricidad. Sin embargo, nadie como él acuchilla el corazón de los cínicos y perversos; pero cae, inevitablemente a su pesar, en la indiscriminada exageración, grosería y burla. Es un caso peculiar el de Vallejo, pues por sus peroratas difícilmente sería tolerado en algún lugar que no sea en los países de América Latina, así lo afirmó:
Entonces entendí que Europa, que vivió las guerras de religión, no es nuestra América Latina libre, el último reducto de la libertad. Allá no se puede hablar. Ni en los Estados Unidos. Ni en los cincuenta y dos países musulmanes. En el vasto ámbito geográfico que abarcan es un riesgo afirmar que Dios no existe y que si existe es Malo: que Cristo no existió y que si existió fue un loco rabioso; que el cristianismo ha sido desde que empezó una inmensa farsa y una empresa criminal, que el Islam es otra, siendo imposible determinar cuál de esas dos barbaries disfrazadas de civilizaciones es más infame.
Peroratas
Nació en una familia numerosa y bien posicionada de Medellín. A su padre le llama felizmente “papi”, mientras que a su madre la llama la “loca”; tuvo un acercamiento con los libros desde niño, los amó desde temprana edad. Le molestaba que le dijeran “cuatro ojos”, pero para poder leer, los usó y soportó el escarnio de sus compañeros. Vallejo estudió la primaria con los salesianos en Medellín; el tormento del método y la insistencia dogmática, a la par del mal humor de los profesores, crearon en él, desde niño, una compleja red de injurias en contra de lo que se le inculcaba. De joven cursó algunos vagos estudios de filosofía, los cuales abandonó; más tarde para desentrañar el misterio de la vida estudió biología. También estudió cine en Italia y produjo en México tres películas1 que le decepcionaron. Un lenguaje tan pobre, según él, no puede ser profundo. Desde niño una manía seria le acompaña para despotricar en contra de la infamia.
Debido a la influencia de su hermano Aníbal, protector de los animales —perros y gatos— de la calle en Colombia, empezó a quererlos e inventó una pastilla esterilizante para las perras sin hogar; dicha pastilla dio el efecto contrario. La música clásica es una de sus pasiones y un arte que le está vedado, del que sólo puede ser un aficionado; mas su prosa es de una delirante y vertiginosa musicalidad. Las peripecias de su vida se encuentran plasmadas en gran parte de su obra. De la poca literatura biográfica o autobiográfica que se escribe en nuestra lengua, Vallejo es uno de los exponentes más sólidos en refutar la intimidad y poner la vida propia en juego: El río del tiempo.
La intensidad de la grotesca prosa y su estilo se pueden encontrar tanto en su literatura como en su persona. Pontificador sin igual, usa la burla y la exageración como recurso para darle sentido a la escritura. Una prosa de una intensidad salvaje, pero educada. Su pensamiento, asaltado por la contradicción, aterriza en una caótica realidad: la de su mundo: la violencia desquiciante de la segunda mitad del siglo pasado en Colombia y la de hoy. Indomable, penetra con su voz el silencio de la soledad y la memoria; ese recurso se nota en El río del tiempo (1999), La Virgen de los sicarios (1994) y El desbarrancadero (2001). Notables obras donde el pasado cobra un inmediato valor en el caos presente de la vida de sus personajes. Personajes antiheroicos (sobre todo la voz del protagonista), pero que ante la inmundicia resultan simpáticos bufones metafísicos.
En una comparación insegura el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael dijo: “Asumo las consecuencias hiperbólicas de mi afirmación: Vallejo es el Céline de la violencia latinoamericana” (“Vallejo, Fernando”). Precisamente “violencia” es la palabra que define a este escritor sumamente curioso. La violencia del narcotráfico y las guerrillas colombianas, la violencia del mundo hacia su sensibilidad, la violencia de la ignorancia y la abyección del vulgo; todo esto visto desde su perspectiva. En cambio, él es de un extraño matiz. Quienes lo conocen, lo describen como el más respetuoso y gentil hombre en el trato. Elena Poniatowska, en un encuentro en un avión que viajaba a Colombia, lo confundió con un cura —tal era la sensación que causaba. Dicen que es un encanto en el trato y que es totalmente lo contrario de lo que se piensa que es. Aconsejaba Cioran que “los seres menos insoportables que existen son los que odian a los hombres. Jamás hay que huir de un misántropo”. Juan Villoro en una entrevista comparó la obsesión por Colombia con la que Thomas Bernhard tenía con Austria. Vallejo dijo: “No he leído a Bernhard pero sé que él insultaba a Austria, su patria, porque la odiaba; yo en cambio insulto a Colombia, la mía, porque la quiero. Y porque la quiero, quiero que se acabe: para que no sufra más” (“Literatura e infierno”). Detalle nada baladí, porque al igual que Bernhard, lanza diatribas en contra de la reproducción humana, hace escarnio de la mujer, la religión, la educación, la muerte; ama la música, el libro, la soledad y el silencio.
La aparición literaria de Vallejo se dio a los cuarenta y dos años. El encuentro con el cine y la decepción del mismo, le llevaron a buscar en la escritura lo que no podía expresar por medio de la imagen. Paso a paso, palabra a palabra, línea a línea, hoja a hoja, la obsesión musical y la titubeante linealidad del pensamiento inventan un estilo sin igual en la literatura: anarquía desesperada que intenta hallar en la expresión la calma para guardar silencio después del desastre: la historia de sus personajes y de él mismo. Esa obsesión se va acrecentando en la medida en que se va sucediendo la escritura. Aunque sus juicios en contra del cine son superfluos (“un embeleco del siglo XX”, según él), el ensalzamiento que hace de la literatura y la lengua es importante para quienes sienten interés por nuestro idioma. Le llevó años hacer una investigación sobre el lenguaje literario: Logoi. Una gramática del lenguaje literario (1983) es un libro en el que estudia los diversos recursos del lenguaje literario. Para entablar un ejercicio de escritura, para escribir de la forma en que escribe, con los recursos y las invenciones que hace, hizo este ejercicio de investigación en varias lenguas: italiano, castellano, inglés y francés. Amante de la gramática y el diccionario desde niño, el escritor que quería ser lo construyó a base de esfuerzo y autocrítica. Su voz en primera persona es un diálogo constante con los tópicos que constituyen el habla; hay un juego de ironías y metáforas que enriquecen el lenguaje literario y que parten del lenguaje coloquial. Vallejo retoma el lenguaje de su tierra natal y desde ahí construye. Un lenguaje literario no se habla en las calles, pero hizo del lenguaje coloquial, uno literario, rico expresivamente.
La tercera persona de la narrativa convencional del siglo XVIII y XIX hasta nuestros días es duramente criticada por Vallejo. Dicha alergia no puede menos que suscitar la atracción del experimento literario: el yo discutiéndose a sí mismo, relatándose y relatándole al lector. La autobiografía El río del tiempo combina una prosa luminosa a la vez que abismal. La intensidad del ritmo, a veces alegre, a veces nostálgico, se sucede de un momento a otro. El tiempo y la memoria saltan del presente al pasado o del pasado al presente a través de la voz del yo. La blasfemia y la memoria feliz bailan en el juego sutil del humor y la burla. Decía Buffon que “el hombre es el estilo”, frase que concuerda con ese mecanismo monstruoso que es la prosa de Vallejo. Rebelde ante los esquemas literarios, él mismo es su esquema. Libre, contradictorio e ingenioso.
Debido a la incredulidad para la tercera persona, utiliza la primera con un juego vertiginoso. La reticencia viene del repudio de lo omnipresente y omnipotente. Y es por eso que su escritura abarca una serie de modulaciones rítmicas que le dan sentido a la prosa. Una voz que golpea la conciencia: el yo. Combinación de introspecciones que por momentos llevan a una elegante exageración la crítica patológica. Dice:
Durante los últimos doscientos años, la novela (entendiendo por novela la ficción en tercera persona) ha sido el gran género de la literatura. Ya no puede serlo más, ése es un camino recorrido, trillado, y no lleva a ninguna parte. ¿Qué originalidad hay en tomar, por ejemplo, una persona de la vida (o varias armando un híbrido) y cambiarle el nombre dizque para crear un personaje? Yo resolví hablar en nombre propio porque no me puedo meter en las mentes ajenas, al no haberse inventado todavía el lector de pensamientos; ni ando con una grabadora por los cafés y las calles y los cuartos gra-bando lo que dice el prójimo y metiéndome en las camas y en las conciencias ajenas para contarlo de chismoso en un libro. Balzac y Flaubert eran comadres.
“Literatura e infierno”
Vallejo trató de hacer de la biografía un género literario a la altura de la novela, o mejor dicho, que la superase. Intento novedoso y peculiar, puesto que ahora, quizá como nunca, la biografía tiene un lugar importante en el estudio de la obra de un creador. Eso es lo que afirma el crítico George Steiner. El rescate de ídolos o personajes despreciables del pasado, está siendo interesante en un tiempo de perdedores y héroes cínicos. Pero como todo lo que hace le decepciona, dice que si la biografía estricta es un género menor de la literatura, la biografía novelada es un género miserable. Podríamos decir, aunque se negase a aceptarlo, que su biografía y sus biografías escritas2 son valiosas por lo ficcionado y lo real de los sucesos. Al fin y al cabo es lenguaje literario.
La violencia (del narcotráfico en Colombia), el sexo (la homosexualidad), la religión (cristianismo e islamismo), la política, los animales, la naturaleza, el cine, la lengua y la ciencia son temas que se encuentran combinados en la escritura de Vallejo. Los ensayos científico-literarios han suscitado diversas críticas negativas. La tautología darwinista y otros ensayos (2002) y Manualito de imposturologíafísica (2005) son dos libros que tienen como fundamento abrir la crítica hacia las teorías de Darwin y Newton. Quizá sean sus pecadillos, pues, como él mismo dijo en una ocasión, nadie le puede prohibir que exprese sus opiniones.
Los planteamientos morales de su literatura tienen matices que difícilmente no sucintarían preguntas. Por ejemplo: el cuidado y respeto de la vida de los animales y la naturaleza, el freno de la sobrepoblación, la libertad para ejercer la crítica sin la sombra de los dogmas de la religión y las certezas de la ciencia. Pero su moral difícilmente se puede captar si no se hace a un lado la exageración y el insulto, a la par de la incoherencia que a veces puede captar el lector. Más allá de esto, los puntos pueden ser discutidos cabalmente. El sobajamiento de la mujer, tanto en su persona como en su literatura, despierta los reproches de su pensar. Dice:
La reproducción es fea, engorrosa, embarazosa, y le toma a la mujer nueve meses que bien podría aprovechar en componer una ópera. No, se va inflando, inflando, inflando, como un globo lleno de humo pero que no es capaz de alzar el vuelo. Y ahí van estos adefesios grávidos retenidos por la gravedad, desplazándose sobre la faz de la Tierra como barriles con dos patas.
Peroratas
La educación científica de Vallejo en biología también debe tomarse en cuenta. En el libro La tautología darwinista y otros ensayos dice:
La vida es tanto de oxígeno, tanto de hidrógeno, tanto de carbono, tanto de nitrógeno, de fósforo, azufre, calcio, potasio, sodio, cloro, magnesio, con una pizca de hierro, cobre, zinc, molibdeno, y otras yerbas que le dan sabor a la receta, y tocar el clavecín, lo más fácil: basta pulsar, como observó atinadamente Bach, la nota justa en el momento justo y con la intensidad justa.
La tautología darwinista y otros ensayos
Fragmento soberbio ante la incertidumbre de la vida. ¿La vida son elementos químicos reunidos por azar y por el tiempo?, ¿no es algo más complejo que no podemos explicar? Para Vallejo el dilema de la evolución del ser humano y de la vida en la Tierra no requiere del pomposo recurso de pensar en dios como fundamento del mundo y de lo que somos. “Dios no se necesita para explicar el complejo fenómeno de la vida, se necesita el Tiempo: miles de millones de años de tanteos ciegos [...]. Nada más fácil que postular que la vida es tan compleja que no se puede entender, y quitarse de encima el problema de su origen dejándoselo a Dios” (La tautología darwinista y otros ensayos). El azar y el tiempo son las constantes de lo que somos, principios que no son principios.
La filosofía occidental que parte de Descartes, y a excepción de Kant, Schopenhauer, Hume, Nietzsche, etc., se sostiene de la idea de Dios para explicar el mundo y la vida. Vallejo, con los vagos estudios en la materia dice que la tradición filosófica occidental ha fracasado. Pero no hay que entender aquí que la pretensión crítica lo lleva a celebrar los avances de las ciencias naturales o la arrogante pretensión de verdad que dan, aunque ironiza con eso. En todo caso, lo que explica a través de ese juego irónico y agresivo que usualmente impone es dignificar la vida por medio del insulto, la ambigüedad, la provocación y el desprecio. Raro recurso de persuasión. Dice:
La filosofía sirve para lo que sirve Dios. Para un carajo. Desde Tales de Mileto, Pitágoras, Demócrito, Parménides, Heráclito, Empédocles, Anaxágoras, Anaxímenes, Anaximandro y Zenón de Elea —esto es, los presocráticos— hasta Heidegger, los filósofos no han hecho más más que empantanarse en falsos problemas que ellos mismos se buscaron, hundirse en unas arenas movedizas que finalmente, gracias a Dios, acabaron por tragárselos a todos. ¡Qué bueno! El ser y el tiempo de Heidegger es horrible, la Crítica de la razón pura de Kant es horrible, la Suma teológica de Tomás de Aquino es horrible, el Discurso del método de Descartes es horrible, El ser y la nada de Sartre es horrible.
Peroratas
La objeción es que ninguno de estos pensadores imaginó cómo se generaba la vida del hombre y los animales, de qué manera se reproducían. A través de este juego desacredita pensadores de manera irónica. Estos detalles (imperdonables para un lector juicioso) provocan disgusto: no saber qué es en verdad lo que piensa.
La compasión por los animales es una de las luchas que mantiene con quienes se oponen a no considerarlos sus semejantes ni a tener el mínimo de respeto ante su sufrimiento. La curiosidad y el insistente escepticismo le han llevado, no sin cierta exageración, a cometer empresas que podemos aprobar o desaprobar, como las donaciones de sus premios literarios para la manutención de casas hospitalarias para animales de la calle. “Porque nuestro prójimo también son los animales, y no sólo el hombre como creyó Cristo. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo: los perros, mis hermanos los caballos, las vacas, las ratas” (Peroratas). La insistencia para voltear a ver a los animales y a la naturaleza es un tema que se ha estado discutiendo desde finales del siglo XX de manera insistente por diversos pensadores en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Los planteamientos de la bioética son los paradigmas actuales de las libertades y responsabilidades del hombre. La crítica que hace del cristianismo y el islamismo es precisamente el olvido de los animales y la maquinaria reproductora que respaldan, según él. La razón de su vida, dice, son los animales: “Al ritmo a que vamos dentro de unos años este planeta estará habitado sólo por humanos” (Peroratas). Y para combatir la hipocresía de las instituciones que cuidan a los animales, dice:
los ecologistas son especialmente infames y mentirosos: quieren preservar las especies de esta tierra para el hombre, para que el hombre las disfrute y se las coma. Yo no. Yo pienso muy distinto de ellos: especie que se extingue, especie que deja de sufrir. Que se mueran los perros, que se mueran las vacas, que se mueran las ratas, mis hermanas las ratas, eso es lo que quiero yo.
“Literatura e infierno”
Su insolencia suele ser molesta para quien se toma muy en serio la blasfemia verbal que arroja. La obstinación en el cuidado de la reproducción humana y el respeto de la vida animal sugiere que el hombre debe ser más consciente que el hombre del pasado, que debe, por obligación, tener una conciencia que integre a los animales y a la naturaleza. Vallejo alienta el vegetarianismo, el ateísmo y la libertad sexual, sea la que sea. Sin embargo, repudia a la mujer, detesta a los creyentes, aprueba el suicidio y niega el nacimiento. “No se reproduzcan que nadie les dio derecho”, le dice a los jóvenes; y más aún: “Imponer la vida es un crimen peor que quitarla” (Peroratas). Combate con intolerancia la intolerancia. Una serie de peculiaridades que una y otra vez parecen contradecirse pero que en el fondo ponen a pensar. Vallejo es abiertamente homosexual y es criticado duramente por afirmaciones como: “Yo no soy homosexual, soy bisexual. Me gustan los niños y los hombres”.
Vallejo construyó los cimientos de su crítica en el odio que le tiene a las empresas en las que el hombre deposita energía y fanatismo. La memoria del pasado tiene sucesos que por su crudeza despiertan en la sensibilidad un cuestionamiento serio. El libro La puta de Babilonia (2007) es un pretexto para insultar y enlistar los agravios cometidos por la Iglesia, los papas y sus servidores a lo largo de la historia. “Por imposibilidad ética Dios no puede existir. No puede haber un ser tan malo que pudiendo dar en su omnipotencia la felicidad dé el dolor” (Peroratas).
Puede que Vallejo sea uno de los escritores más incisivos que hable de la decadencia moral en la que se ve inmerso el individuo moderno, y quizá sus aproximaciones no sean del todo eficaces por el hecho de esconder un juego perpetuo entre moralidad y patología. Lo cierto es que el reconocimiento de su voz y la fuerza de su criterio pueden despertar en el lector una insaciable búsqueda de sentido y una proyección de su propia moralidad ante los temas que discurren en su literatura. Un escritor vital a pesar de sus reproches políticamente incorrectos. Dicha vitalidad se resume en la imponente fuerza de su yo: ateo desenmascarador de mentiras.